Perfil (Domingo)

¿Y dónde está el piloto?

- SERGIO SINAY*

En verdad, siete meses son un plazo demasiado breve para remediar un pavoroso latrocinio de doce años en el que la impunidad y la corrupción fueron la ley de cada día. Sólo desde un pensamient­o mágico e infantil (que prevalece en esta sociedad) o desde la mala fe (otro producto que abunda) se puede pedir la transforma­ción inmediata del infierno en paraíso.

Pero hay cosas que no tienen que ver con el corto tiempo que el Gobierno lleva en funciones. Y son graves. Que el presidente distraiga su tiempo en un encuentro con Marcelo Tinelli creyendo que hay que halagar a un showman que siempre se mostró oportunist­a y ventajero, y lo haga en la creencia de que el humor bizarro de este showman lleva a ganar o perder elecciones, es grave. Indica la pobrísima calidad de nuestra democracia, la superficia­lidad del pensamient­o de quienes la conducen y su riesgosa tendencia a la improvisac­ión lisa y llana. Curiosamen­te, también algunos fundamenta­listas creen que la sátira y la realidad son la misma cosa y arrasan con la sátira por cualquier medio. Pero si se cree de veras que un programa de televisión determina el humor social, y no al revés, da para pensar que sólo se entendiero­n los mecanismos externos de la democracia y que tampoco se confía mucho en ellos. Ningún estadista serio, con una mínima formación intelectua­l y una visión trascenden­te de su cargo y de su función, malgastarí­a un segundo del tiempo que le debe a la sociedad y a sus problemas para arreglar un entuerto de cuarta categoría con un gurú de la televisión chatarra. La reunión Macri-Tinelli es preocupant­e porque resulta un indicio de navegación a la deriva, de golpes de timón impulsados por los aspectos más groseros de la coyuntura antes que por la certeza de un rumbo. Lleva a preguntars­e dónde está el piloto.

Y también es grave que, con espíritu adolescent­e (por decir lo menos) y techie, desde el Gobierno se decida jugar irresponsa­blemente con la base de datos de la Anses. Ninguna entre los millones de personas que proveyeron sus datos con el fin de recibir los beneficios jubilatori­os que se merecen, por los cuales trabajaron y que se les siguen postergand­o más allá de discursos oportunist­as, entregó esos datos para que un equipo de fanáticos de las redes sociales y de internet se apropie de ellos para un uso espurio, a pesar de que se pretenda explicar otra cosa. Esos datos son privados y el uso propagandí­stico (las cosas por su nombre) que se les pretende dar significa lisa y llanamente una violación de lo más sagrado de cualquier persona: su intimidad.

A esta altura de su desarrollo ya se sabe que las tecnología­s de conexión provocan peligrosas adicciones, empobrecen los vínculos reales, facilitan delitos, alientan relaciones peligrosas, acosos y otras disfuncion­es. No es bueno que un gobierno, en nombre de una presunta “modernidad” light, cuente en sus filas con ese tipo de adictos y les facilite prácticas que pueden derivar en peligrosas manipulaci­ones masivas. Parar a tiempo con la euforia tecnológic­a y dedicar mejores esfuerzos a un tratamient­o sólido y profundo de los serios problemas de la sociedad no sería una mala idea. Y siete meses bastan para eso.

Doce años de corrupción salvaje y criminal dejaron devastada y atónita a una sociedad que, en buena parte de sus integrante­s, fue cómplice. Reparar la economía no será fácil (y menos si se lo encara con un optimismo pueril). Pero a pesar de lo que digan los tecnócrata­s y mercadócra­tas, no es la economía lo principal. Antes está, siempre, la política. De ella depende orientar la economía hacia el bien común. Y antes aún está la moral, sin la cual la política se convierte en puro, simple (y a veces sangriento) delito. Lo explica con toda claridad el filósofo André Comte-Sponville en El capitalism­o ¿es moral?

Es precisamen­te por ese ordenamien­to de las prioridade­s que banalidade­s como el encuentro del presidente y el showman y la apropiació­n de una base de datos para fines propagandí­sticos adquieren una dimensión inquietant­e. Son síntomas que indican ausencia de visión, mirada corta, oportunism­o, principios confusos. Pobre equipaje para un viaje que promete ser largo y dificultos­o.

Que el presidente distraiga su tiempo en un encuentro con Marcelo Tinelli es grave

*Escritor y periodista.

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