Trump y el Papa
mundo está en guerra, aunque aclaró que no se trata de una guerra santa contra el islam. En parte es cierto: en aquellas disputas que tienen como vanguardia la cuestión religiosa o racial siempre hay inmanente una disputa económica: Hitler con los judíos y, salvando las enormes diferencias, Trump contra los mexicanos.
La irrupción de líderes antiestablishment simultáneamente en distintas partes del planeta tiene su lógica. En casi todos los países están disconformes con sus dirigentes porque es la primera vez que la mayoría de las poblaciones observan que viven peor que sus padres y temen que sus hijos vivan aún peor que ellas. “El fin del sueño americano” es el documental que presentó el año pasado Noam Chomsky y título que también describe la frustración y el enojo de la clase media en Estados Unidos al ver que el salario de un empleado en la década del 70, previo a la llegada de Reagan y del neoliberalismo, era mayor que el actual.
Tanto Hillary Clinton como Trump comparten el diagnóstico económico y prometen en sus campañas devolver la prosperidad a los norteamericanos, pero la terapia que proponen es exactamente inversa. Los demócratas creen que el problema reside en que los ricos pagan muy pocos impuestos (Sanders en su discurso del lunes pasado en la Convención demócrata, dijo que el 85% de la nueva riqueza que generó Estados Unidos terminó quedando en manos del 1% más rico del país) y que la solución estará en la redistribución del ingreso existente desde los más exitosos hacia los menos favorecidos. Mientras que Trump propo- ne crear riqueza (no redistribuirla) premiando a los más exitosos para que inviertan (como Macri: ver pág. 26) y anuncia un plan de inversión en infraestructura –símil Plan Marshall– que modernice la obra pública. También, como Macri hace gala de su condición de “ingeniero” al que le gustan las obras, Trump dijo: “No se olviden de que soy un constructor de edificios”.
Trump a veces dice la verdad. El problema es que no se sabe cuándo. Construyó su carrera mintiéndoles a sus socios, a sus proveedores, a sus clientes, a sus competidores, mentiras que en el terreno darwiniano de los negocios en alta escala de Manhattan son vistas como parte de una estrategia ambiciosa, pero que resultan un escándalo en la vida civil.
Trump dice estar en contra de los tratados de libre comercio que les quitan trabajo a los norteamericanos pero –como i n for mó el do - mingo The New York Times– los muebles de su edificio fueron fabricados en Turquía, los cristales en Eslovenia, l a mayoría de su propia ropa fue fabricada en China y la que usó su esposa al dar su discurso en la Convención era de un diseñador inglés. Se especula que si Trump fuera electo presidente, el Nafta podría incluir a Gran Bretaña a partir del Brexit y su salida de la Unión Europea.
Trump pregona contra la inmigración (“es la mejor, mayor y más horrible versión del legendario Caballo de Troya”) pero los ascensoristas, porteros, recepcionistas y todo el personal de servicio de la torre donde vive son extranjeros. Si los mexicanos fueran ladrones y violadores, como dice creer, ¿por qué los tendría abriéndole la puerta de su casa? Estados Unidos precisa la inmigración porque aún es un país subpoblado y la inmigración es la clave de su progreso. El miércoles Collin Powell, quien fue el primer comandante en jefe de las Fuerzas Armadas a f roa mer ic a no y luego canciller, defendió la inmigración en una columna donde recordó que, al ser ascendido al máximo cargo militar, el diario The Times, de Londres, dijo que un hijo de jamaiquinos pobres como Powell a lo sumo hubiera llegado a sargento en Inglaterra. Y la grandeza de Estados Unidos residía en esa movilidad social que en gran medida promueven los inmigrantes, quienes con su apetito de resurrección frente a la vida que dejan atrás son en promedio más estudiosos, menos delictivos y hasta más sanos y longevos que los nativos porque se cuidan más en todos los aspectos.
El antimexicanismo de Trump, además de cuestiones económicas (“quitan el trabajo a los norteamericanos”), inconscientemente
“You tube Hitler Trump” en cualquier buscador muestra los videos que comparan las palabras de ambos
se retroalimenta con una de las hipótesis geopolíticas de conflicto sobre lo que alguna vez fue el territorio de México. Los estados de Texas, Nuevo México, Arizona y California, por efecto de la inmigración, en algunas décadas más volverían a estar habitados mayoritariamente por mexicanos y, siguiendo con ese ejercicio teórico, México modificaría su Constitución para permitir que los descendientes de mexicanos pudieran votar diputados y senadores del exterior, como lo hace Italia. Pero en ese caso, al ser la mayoría de la población mexicana, un territo Continúa en página 37 Carolina Ardohain - Elisa Carrió