Perfil (Domingo)

Trump y el Papa

- JORGE FONTEVECCH­IA

mundo está en guerra, aunque aclaró que no se trata de una guerra santa contra el islam. En parte es cierto: en aquellas disputas que tienen como vanguardia la cuestión religiosa o racial siempre hay inmanente una disputa económica: Hitler con los judíos y, salvando las enormes diferencia­s, Trump contra los mexicanos.

La irrupción de líderes antiestabl­ishment simultánea­mente en distintas partes del planeta tiene su lógica. En casi todos los países están disconform­es con sus dirigentes porque es la primera vez que la mayoría de las poblacione­s observan que viven peor que sus padres y temen que sus hijos vivan aún peor que ellas. “El fin del sueño americano” es el documental que presentó el año pasado Noam Chomsky y título que también describe la frustració­n y el enojo de la clase media en Estados Unidos al ver que el salario de un empleado en la década del 70, previo a la llegada de Reagan y del neoliberal­ismo, era mayor que el actual.

Tanto Hillary Clinton como Trump comparten el diagnóstic­o económico y prometen en sus campañas devolver la prosperida­d a los norteameri­canos, pero la terapia que proponen es exactament­e inversa. Los demócratas creen que el problema reside en que los ricos pagan muy pocos impuestos (Sanders en su discurso del lunes pasado en la Convención demócrata, dijo que el 85% de la nueva riqueza que generó Estados Unidos terminó quedando en manos del 1% más rico del país) y que la solución estará en la redistribu­ción del ingreso existente desde los más exitosos hacia los menos favorecido­s. Mientras que Trump propo- ne crear riqueza (no redistribu­irla) premiando a los más exitosos para que inviertan (como Macri: ver pág. 26) y anuncia un plan de inversión en infraestru­ctura –símil Plan Marshall– que modernice la obra pública. También, como Macri hace gala de su condición de “ingeniero” al que le gustan las obras, Trump dijo: “No se olviden de que soy un constructo­r de edificios”.

Trump a veces dice la verdad. El problema es que no se sabe cuándo. Construyó su carrera mintiéndol­es a sus socios, a sus proveedore­s, a sus clientes, a sus competidor­es, mentiras que en el terreno darwiniano de los negocios en alta escala de Manhattan son vistas como parte de una estrategia ambiciosa, pero que resultan un escándalo en la vida civil.

Trump dice estar en contra de los tratados de libre comercio que les quitan trabajo a los norteameri­canos pero –como i n for mó el do - mingo The New York Times– los muebles de su edificio fueron fabricados en Turquía, los cristales en Eslovenia, l a mayoría de su propia ropa fue fabricada en China y la que usó su esposa al dar su discurso en la Convención era de un diseñador inglés. Se especula que si Trump fuera electo presidente, el Nafta podría incluir a Gran Bretaña a partir del Brexit y su salida de la Unión Europea.

Trump pregona contra la inmigració­n (“es la mejor, mayor y más horrible versión del legendario Caballo de Troya”) pero los ascensoris­tas, porteros, recepcioni­stas y todo el personal de servicio de la torre donde vive son extranjero­s. Si los mexicanos fueran ladrones y violadores, como dice creer, ¿por qué los tendría abriéndole la puerta de su casa? Estados Unidos precisa la inmigració­n porque aún es un país subpoblado y la inmigració­n es la clave de su progreso. El miércoles Collin Powell, quien fue el primer comandante en jefe de las Fuerzas Armadas a f roa mer ic a no y luego canciller, defendió la inmigració­n en una columna donde recordó que, al ser ascendido al máximo cargo militar, el diario The Times, de Londres, dijo que un hijo de jamaiquino­s pobres como Powell a lo sumo hubiera llegado a sargento en Inglaterra. Y la grandeza de Estados Unidos residía en esa movilidad social que en gran medida promueven los inmigrante­s, quienes con su apetito de resurrecci­ón frente a la vida que dejan atrás son en promedio más estudiosos, menos delictivos y hasta más sanos y longevos que los nativos porque se cuidan más en todos los aspectos.

El antimexica­nismo de Trump, además de cuestiones económicas (“quitan el trabajo a los norteameri­canos”), inconscien­temente

“You tube Hitler Trump” en cualquier buscador muestra los videos que comparan las palabras de ambos

se retroalime­nta con una de las hipótesis geopolític­as de conflicto sobre lo que alguna vez fue el territorio de México. Los estados de Texas, Nuevo México, Arizona y California, por efecto de la inmigració­n, en algunas décadas más volverían a estar habitados mayoritari­amente por mexicanos y, siguiendo con ese ejercicio teórico, México modificarí­a su Constituci­ón para permitir que los descendien­tes de mexicanos pudieran votar diputados y senadores del exterior, como lo hace Italia. Pero en ese caso, al ser la mayoría de la población mexicana, un territo Continúa en página 37 Carolina Ardohain - Elisa Carrió

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REPRODUCCI­ON humor progresist­a vs. el populismo de EE.UU.
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OPUESTAS. Una dejó plantado a Tinelli en TV; la otra se reencontró con María Eugenia Vidal.

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