Bienal de Chaco: museo al aire libre
además de la proliferación de casinos y farmacias (en un caso dicen que se trata de lavado de activos; en otro, y según una encuesta, de lavado de cuerpos: higiene), Resistencia tiene más de 600 esculturas emplazadas en distintas calles y plazas. Créanlo o no los porteños, el hurto de esculturas no existe. No sé qué harán con los homosexuales o los judíos, o los viejos, pero digamos que a las esculturas se las respeta, y no sólo se las respeta; también ocurre algo más sorprendente: se las interpreta. La gente en Chaco opina de política y fútbol, pero también de arte, y de hecho el héroe de la ciudad no es un futbolista ni una vedette, sino un escultor: Fabriciano Gómez es, en efecto, una verdadera celebrity que no puede caminar diez metros sin que lo pare alguien a saludar. Méritos no le faltan. Arrancó en 1988 con un concurso de escultura en madera y, con el tiempo, y junto con Mimo Eidman, desde la Fundación Urunday logró construir la que ya podría considerarse una de las tres o cuatro bienales más importantes del mundo, que tiene la particularidad de que permite asistir al proceso de creación de la obra; a cielo abierto, en el Paseo Costanero, los artistas esculpen, durante una semana, frente a un público que participa, se involucra, debate, vota, e incluso interactúa menos con los celulares que con ellos, a través de los distintos traductores de la fundación.
En la edición de este año, cuyo material ha sido el mármol travertino –y el lema, el equilibrium–, participaron 11 escultores de 11 países: todos, por supuesto, artistas consagrados y de primer nivel.
El voto de la gente se inclinó por la que acaso sea la obra menos abstracta: la de la canadiense Pascale Archambault, Ecuanimidad de ánimo, que consiste en un pie que sostiene dos manos entrelazadas que representan la Tierra. Los niños, que también votan, y que según las supersticiones de la psicología constructivista aprenden a través de sucesivos desequilibrios, no del equilibrium, eligieron la única obra que representa justamente eso: la del argentino Néstor Vildoza, La loca del muelle, cuyo concepto, antitético al del certamen, se siempre,