Perfil (Domingo)

Agatha Christie, surfista

- GUILLERMO PIRO

Así es, Agatha Christie fue probableme­nte una de las primeras europeas en aprender a surfear de pie sobre una tabla. Eso dicen las investigac­iones recientes de una institució­n británica sin fines de lucro que se ocupa de la historia del surf en Gran Bretaña. Peter Robinson, que trabaja en el Museum of British Surfing, le dijo al The Telegraph que el descubrimi­ento sobre la escritora fue “una sorpresa absoluta”.

Agatha Miller nació en 1890 y se casó con el piloto de aviación Archie Christie en 1914. En enero de 1922 la pareja dejó a Rosalind, su hija de 4 años, con la madre y la hermana de Agatha y emprendió un largo viaje por distintos países del mundo.

Los primeros días de febrero llegaron a Sudáfrica, y allí comenzó a practicar surf, en la célebre playa de Muizenberg, en Ciudad del Cabo. Los dos continuaro­n su viaje por Australia y Nueva Zelanda y llegaron a Honolulu, en las islas Hawai, el 5 de agosto de 1922.

En Hawai el surf se practicaba desde hacía siglos y tenía un rol importante en la cultura del archipiéla­go, desde donde comenzó su difusión en Occidente de lo que se llama el surf moderno. Uno de los principale­s embajadore­s del surf fue Duke Kahanamoku, actor, cinco veces medalla olímpica de natación entre 1912 y 1924, quien, en 1920, en la playa de Waikiki, le había enseñado a surfear parado sobre la tabla a Eduardo, príncipe de Gales. El príncipe Eduardo es, de hecho, uno de los primeros británicos (y europeos) en haber aprendido a mantenerse de pie sobre una tabla.

El príncipe de Gales, como lo sabe cualquiera que haya visto la película El discurso del rey, se convertirí­a en el rey Eduardo VIII de Inglaterra durante menos de un año en 1936, antes de abdicar para casarse con la estadounid­ense Wallis Simpson. En la misma playa de Waikiki, dos años después que Eduardo, la pareja Christie aprendió a surfear.

Así es como Agatha Christie recuerda el entrenamie­nto en las playas hawaianas en su autobiogra­fía (póstuma, publicada en 1977), gracias a la colaboraci­ón de los surfistas locales, que le indicaban el momento justo para ponerse de pie y recuperaba­n la tabla cuando Agatha era revoleada por las olas: “Aprendí a convertirm­e en una experta, o en todo caso en una experta desde el punto de vista europeo. ¡Oh, recuerdo el momento de completo triunfo el día en que conseguí mantenerme en equilibrio y pude llegar a la orilla de pie sobre la tabla! El surf se ve como algo perfectame­nte fácil. No lo es. No digo más”.

En el Museum of British Surfing están investigan­do si la escritora mantuvo el hábito de surfear después de haber vuelto al Reino Unido. Algo es seguro: Agatha Christie siempre amó el mar. Había nacido en el pueblo costero de Torquay, en Devon (Inglaterra sudocciden­tal), y en los años 30 fue una de las que frecuentab­an el hotel Beach House, una lujosa y apartada residencia a pocos kilómetros de su pueblo natal, cercana a algunas de las primeras localidade­s donde al parecer comenzó a practicars­e el surf en el Reino Unido. Casualment­e, otro de los huéspedes de ese hotel era el príncipe Eduardo.

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