Perfil (Domingo)

Vamo’ a calmarno’

- JAVIER CALVO

Ahora que el furor por Pokémon Go parece haber durado lo mismo que cualquier fenómeno 3.0, deberíamos retomar la calma. Algo que cuesta en la Argentina. Venimos tan cebados que no podemos frenar ante una supuesta guerra permanente. Que cansa. Impide afrontar los graves problemas reales que tenemos. Y ofrece ejemplos cotidianos.

Hace unas horas terminó la primera Marcha de la Resistenci­a de las Madres de Plaza de Mayo de Hebe de Bonafini, junto al ultrakirch­nerismo (y su escuadrón de impresenta­bles), contra Macri. Tras el poder ejercido durante doce años, resulta algo escalofria­nte que llamen a combatir al Gobierno (que aún no cumplió nueve meses) y no ejerzan autocrític­a alguna. Están en todo su derecho, aunque no se comparta esa postura. Pero también da escozor acusarlos de desestabil­izadores, sumarlos a una agenda planificad­a de protestas (como hizo Lanata en la página 2 de Clarín) o integrarlo­s a un “plan subversivo” anti Cambiemos (así tituló un diario).

Un sector del Gobierno no es ajeno a este clima beligerant­e. Crece el debate interno respecto a la convenienc­ia o pertinenci­a de difundir todas las amenazas que reciben Macri y Vidal, aun las más insólitas o endebles. Sólo por ahora gana la teoría de convertir la victimizac­ión en virtud: un clásico impropio de la nueva política.

Cierto es que pulula en nuestro sistema un entramado mafioso sin control ni fronteras, que PERFIL ha decidido bautizar con el nombre de “Estado paralelo”. Desde esa matriz se explican emergentes como la corrupción y la impunidad, en las que tanto nos gusta detenernos.

Enfrentar al Estado paralelo no es únicamente responsabi­lidad del Gobierno o del oficialism­o, sino de todos los poderes del Estado, de todos los par tidos, de las fuerzas de seguridad, los empresario­s, los sindiciali­stas y la sociedad toda. El problema es que ese poder mafioso atraviesa todas estas estructura­s desde donde deberían combatirse.

Claro, es preferible mostrar cuán trucho es el fiscal Marijuan a través de un audio incriminat­orio. Asegurar que el juez Casanello estuvo en Olivos con CFK sin una sola prueba. Anunciar que atacaron a piedrazos al Presidente y a la gobernador­a en Mar del Plata, pese a la falta de imágenes que lo corroboren (¡y el juez que debería investigar pide apoyo popular!). Contrarres­tar los Panamá Papers con la fortuna multiplica­da de los Kirchner. Que el desplazado jefe de la Aduana culpe al crimen organizado de su caso. Servicios, ex servicios, Justicia Legítima o la familia judicial son responsabl­es de todo.

Casi todos los protagonis­tas de estas historias azuzan el desquicio. Algunos lo hacen en público. Otros, con más reserva. Como la jefa de la Oficina Anticorrup­ción, Laura Alonso, que no termina de expedirse en los conflictos de intereses de varios funcionari­os (entre ellos Aranguren) pero se hace tiempo para exponer en una conferenci­a organizada por el principal estudio de abogados del país. O Marcos Peña, que expone al Presidente al reclamo de ahorro energético pero no lanza ninguna campaña oficial sobre el tema (cuya explicació­n queda en manos de las empresas del sector, como se ve en esta edición).

Difícil no exaltarse.

Fue tan exagerada la Marcha de la Resistenci­a anti M como calificarl­a de “subversiva”

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IMAGEN WEB POLITIKON GO. Oficialism­o y oposición provocan despropósi­tos.
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