Perfil (Domingo)

Ideología, relato y realidad

- JAIME DURAN BARBA*

Desde que los seres humanos vivimos en sociedades complejas, el poder estuvo en manos de sacerdotes, militares y nobles. Fue así en Occidente hasta el siglo XIX, y en los gobiernos comunistas que gobernaron más de la mitad de la Tierra hasta hace pocos años. El esquema sigue vigente en países como Irán, donde la Asamblea de Expertos respaldada por las Fuerzas Armadas designa a la máxima autoridad del país, y en Corea del Norte, donde el supremo líder nace en una dinastía pero lo entronizan los exégetas de Marx y los mandos del ejército. En esa concepción de poder, no se necesita explicar nada a nadie: la fuente de la autoridad son los textos sagrados y la fuerza.

A partir de la Revolución Francesa surgieron religiones cívicas que reemplazar­on a las Iglesias tradiciona­les en la lucha por el poder. Nacieron partidos con líderes mesiánicos, nuevos textos sagrados y nuevas teologías a las que llamaron “ideologías”, que colapsaron con la evolución de la ciencia, la ampliación del laicismo y la caída del Muro de Berlín. Sonaban exageradas las complejas filosofías que justificab­an los atropellos cotidianos de los dictadores. Llegada esta época de banalizaci­ón de los conceptos, se dejó de lado a las ideologías y se pasó a hablar de “relatos”, sistemas de creencias de menor envergadur­a que justifican lo que hacen los políticos. Algunas élites suponen que estos delitos son útiles para manejar masas a las que creen ignorantes.

El best seller del relato latinoamer icano de los últimos años fue la versión revolucion­aria de un cuento de los hermanos Grimm. Su argumento giraba en torno a los enfrentami­entos entre unos “héroes buenos” con unos “malos poderosos” a los que de todas maneras iban a derrotar. Por mucho que el imperialis­mo dirigido por buitres quisiera someter a nuestros países, las Caperucita­s Rojas bolivarian­as nos protegería­n. El relato es ingenioso, pero está alejado de la realidad: la campaña presidenci­al norteameri­cana no giró en torno a los planes para colonizar Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina, ni Paul Singer apareció entre los principale­s oradores de las convencion­es demócrata y republican­a. Se relataba también que Argentina tiene menos pobres que Alemania, que el gobierno nacional y popular había combatido la pobreza en el Conurbano y que sus programas de vivienda eran sueños que ansiaban compartir los países más avanzados. Se prepara una nueva edición del cuento para la próxima campaña de una candidata que recorrerá las zonas marginales de la provincia de Buenos Aires a las que llevó tanta prosperida­d en sus 12 años de gobierno. Nada de lo que dice el relato se parece a la realidad.

Hay otra forma de hacer política que parte de la idea de que es imposible manipular a los ciudadanos, y que es necesario contar con ellos para cambiar la realidad. Los que la hacen creen en liderazgos modernos que, en vez de conducir autoritari­amente, dirigen equipos que dialogan y aprenden. Para que eso funcione, se necesitan dirigentes sin sueños megalómano­s, que no pretendan encabezar la revolución mundial ni atacar aviones militares imperialis­tas con el desarmador del canciller. Tienen metas menos épicas: que Argentina ocupe un lugar respetable en la comunidad internacio­nal o que su canciller compita para ser elegida secretaria general de las Naciones Unidas.

Cuando la candidata visita una villa, va con decenas de buses llenos de militantes que no trabajan, pagan la costosa parafernal­ia que acarrean en sus transporte­s, viajan un día a recibir dos manzanas en Plaza de Mayo, en día organizan piquetes, lanzan piedras a las autoridade­s y no se cansan de aplaudir a sus líderes. Los relatistas, cuando van a una villa, no visitan las casas de los vecinos, sino que la invaden con fuerzas de choque. En contraste, los políticos modernos trabajan junto a los villeros para construir un barrio con todos los servicios, porque saben que quieren una vida mejor para ellos y sus hijos. No quieren que ellos sean instrument­o de los políticos cuyo negocio es manipular la pobreza.

Hay otra política, que parte de la idea de que es imposible manipular a los ciudadanos

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