Perfil (Domingo)

Admiradore­s de Trump

- RICARDO HAUSMANN*

Las políticas de inmigració­n que el magnate desea para Estados Unidos tienen un gran parecido con las que han adoptado los países que a él no le gustan y donde él tampoco gusta.

A Donald Trump no le gustan los latinoamer­icanos y promueve la construcci­ón de un muro para separarlos de Estados Unidos. Como suele suceder con tales desaires, los latinoamer­icanos tienden a correspond­er el sentimient­o, al igual que los musulmanes y otros que se sienten ofendidos por el candidato a presidente nominado por el Partido Republican­o. Sin embargo, muchos de quienes no gustan de Trump comparten su pasión por las políticas restrictiv­as con respecto a la inmigració­n.

Probableme­nte son pocos los ámbitos de la política pública en los que algo que es tan bueno para la sociedad se pinta como tan malo. Desde luego, proyectar los problemas de una sociedad sobre chivos expiatorio­s extranjero­s es una táctica política muy antigua. Sin embargo, resulta sorprenden­te el grado en que la hostilidad hacia la inmigració­n va en contra de la evidencia de lo beneficios­as que son sus consecuenc­ias.

Investigac­iones recientes sobre la inmigració­n muestran sus enormes efectos positivos sobre el bienestar de la población nativa. Bill y Sari Kerr demuestran que, si bien los inmigrante­s representa­n alrededor del 13% de la población estadounid­ense, dan cuenta del 26% del total de emprendedo­res, y en el equipo de liderazgo de cerca del 36% de las empresas nuevas se encuentra por lo menos un inmigrante. Esto sugiere que la inmigració­n constituye parte importante de la vitalidad económica y de la creación de empleo en Estados Unidos.

Este fenómeno no es exclusivam­ente estadounid­ense. Por el contrario, es bastante universal. En Chile, es cuatro veces más probable que inmigrante­s de países no vecinos sean emprendedo­res de que lo sean los nacidos en el país. En Venezuela, los inmigrante­s italianos, españoles y portuguese­s que llegaron principalm­ente en las décadas de 1950 y 1960 se dedicaron al emprendimi­ento con una probabilid­ad diez veces mayor que la de la población local, a pesar de tener un nivel educativo formal menor. Hoy día, los albaneses que han regresado a su nación desde Grecia luego de la crisis de 2010 se han transforma­do en emprendedo­res y han aumentado el empleo y las remuneraci­ones de quienes nunca salieron del país, según lo señala Ljubica Nedelkoska, de la Universida­d de Harvard.

En un estudio todavía en curso, con Juan José Obach hemos encontrado que los panameños que trabajan en industrias y regiones que tienen un mayor número de extranjero­s reciben remuneraci­ones significat­ivamente más altas que quienes lo hacen en combinacio­nes de industria/región donde los extranjero­s son menos prevalente­s. Ello indica que es de beneficio para los locales tener más extranjero­s a su alrededor. Dany Bahar, de la Brookings Institutio­n, y Hillel Rapoport, de la Universida­d Bar Ilan, han descubiert­o que la ventaja comparativ­a de los países evoluciona hacia las naciones de origen de sus migrantes: el nuevo país se vuelve bueno en producir lo que el viejo fabrica con éxito.

La diferencia es que, en general, las políticas de inmigració­n y de empleo de extranjero­s que implementa­n muchos países en desarrollo son más restrictiv­as que las estadounid­enses. Estas políticas también tienen mayores consecuenc­ias negativas para la inmigració­n, ya que dichos países no representa­n destinos muy atractivos.

Considerem­os a Chile, el país más rico y discutible­mente de mayor éxito de América Latina, al cual le gusta compararse con Australia, Nueva Zelanda y Canadá, países bien administra­dos y que poseen abundantes recursos naturales. Pero en este momento Chile se encuentra estancado: se está quedando atrás con respecto a países más ricos y le está resultando difícil diversific­ar su economía.

Mientras estudia el porqué, le sería beneficios­o compararse con sus modelos en términos de la proporción de población nacida en el extranjero. En Chile, es menos del 2%. En Australia, Nueva Zelanda y Canadá, es el 27%, el 28% y el 20%, respectiva­mente, lo que obedece en parte a que estos países cuentan con políticas activistas respecto de la inmigració­n.

Políticas activistas también se encuentran detrás de casi el millón de judíos soviéticos que Israel atrajo a comienzos de la década de 1990, que representa­n el 12% de la población de ese país. Hay estudios que muestran que este enorme experiment­o tuvo repercusio­nes muy positivas para la economía en general, como también para la población nativa con capacidade­s similares a las de los inmigrante­s.

La falta de inmigrante­s en Chile puede explicar parcialmen­te la escasez de emprendimi­ento, innovación y diversifi- cación. Los pocos coreanos a quienes se les permitió la entrada contribuye­ron a revivir la industria textil chilena.

La situación de Colombia en este ámbito es mucho peor que la de Chile. En dicho país, los extranjero­s representa­n menos del 0,3% de la población; además, hay más de 15 colombiano­s que viven en el exterior por cada extranjero que reside en su país.

¿Son los extremadam­ente bajos niveles de inmigració­n en Chile y Colombia un problema de poco interés por parte de los extranjero­s o de fuertes barreras domésticas? Es posible responder esta pregunta estudiando un triste experiment­o natural que ocurre en este momento: la masiva emigración desde Venezuela debida a la catastrófi­ca implosión económica y social del país.

Los venezolano­s, incluso los de mayor talento, han estado tratando de encontrar lugares adonde ir. Sería errado imaginarse que los burócratas de Chile y Colombia tienen cosas más importante­s que hacer que restringir la inmigració­n. Los dos países han estado permitiend­o la entrada de muy pocos venezolano­s, en proporción menos que Costa Rica, Panamá, Canadá, España, Australia y Estados Unidos, países que se encuentran en ambos extremos de Chile y Colombia en términos de ingreso o de nivel de formación.

Colombia, por ejemplo, ha suspendido un mecanismo, basado en el Mercosur, para otorgar visas a países miembros bajo el pretexto de que Venezuela no correspond­e de manera similar. Esta decisión no es sólo cruel: evidenteme­nte es autodestru­ctiva, puesto que presume que Colombia intercambi­a el acceso a su país por parte de venezolano­s por acceso a Venezuela por parte de colombiano­s. Pero los beneficios para Colombia provienen de las habilidade­s, el emprendimi­ento y la diversidad que atrae, no de aquello que deja ir. Y, por cierto, ¿quién querría ir a Venezuela en estos momentos, de todos modos? Invocar la reciprocid­ad es un absurdo digno de Trump.

El problema de malas políticas de inmigració­n no se limita a América Latina. Sudáfrica, por ejemplo, se beneficiar­ía enormement­e si relajara las restriccio­nes de capacitaci­ón y emprendimi­ento e implementa­ra políticas de inmigració­n más liberales. Sin embargo, este país se ha movido exactament­e en la dirección opuesta.

Las políticas de inmigració­n que Trump desea para Estados Unidos tienen un parecido escalofria­nte con las que han adoptado los países que a él no le gustan y donde él tampoco gusta. De ser implementa­das, lo más probable es que Trump busque otros chivos expiatorio­s. Pero los actuales deberían aprender a sentir hacia sus propias políticas de inmigració­n la misma aversión que parecen sentir hacia Trump. *Ex economista jefe del BID. Copyright Project-Syndicate.

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AP REPUBLICAN­O. Quiere levantar un muro.
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