Perfil (Domingo)

Un rapto de entusiasmo

- MARIA SONIA CRISTOFF

apesar de que una de mis escritoras favoritas –más que eso: fetiche– solía quedarse en este hotel en sus viajes usuales a Medio Oriente, no es en ella en quien pienso mientras camino por los salones recién restaurado­s, según alcanzó a decir un lazarillo que duró apenas unos pasos, sino más bien en Agatha Christie, que también se hospedaba acá, en el Pera Palace, o al menos se quedó dos veces. Mientras camino entre divanes y mapamundis antiguos y barras con luces mortecinas, trato de reconstrui­r algo que pasó cuando la Warner estaba preparando Agatha, la película que intenta reconstrui­r el misterio que dejó sin resolver la escritora de misterios por antonomasi­a. Más precisamen­te, qué fue lo que hizo la Christie en esos once días en los que se borró de la faz de la Tierra y tuvo a unos cuantos en vilo. El cuento que voy reconstruy­endo dice que a los directivos de la Warner los preocupaba que el guión manejara hipótesis demasiado tiradas de los pelos y que entonces, antes de seguir adelante, decidieron consultar a la vidente más famosa de Hollywood para ver si ella tenía pistas más firmes. Muy poco después, la vidente aseguró haberse comunicado con el espíritu de la mismísima Agatha, el cual a su vez le aseguró que la clave para saber qué es lo que había pasado en esos once días estaba en la habitación 411 del Pera Palace de Estambul. De inmediato se montó un operativo y, un día de marzo de 1979, a las cinco de la tarde, periodista­s de todo el mundo estaban acá registrand­o los pasos de un detective que, desde Los Angeles, iba comandando por teléfono las pesquisas que llevaba adelante la gente del Pera Palace y que, después de descolgar cuadros y desmontar listones del suelo, condujeron a una llave oxidada.

Esos eran verdaderos operativos de prensa, pienso después, ya en la terraza al aire libre, mientras espero que me traigan un vino blanco. Y me acuerdo del capítulo siguiente alrededor de esa película: aquel en el que Hasan Süzer, presidente de la asamblea general del hotel, confiscó la llave tan preciada y se negó a entregarla. Argumentó, negoció, esperó, reclamó para el hotel un porcentaje importante de las ventas de la película. Desde Los Angeles, la vidente aseguraba que no podía seguir adelante en la develación del caso si no tenía la llave en sus manos. La Warner, aparenteme­nte atrapada entre dos frentes, decidió hacer una entrevista con Süzer en la mismísima habitación 411. Televisada, por supuesto. Y cubierta por el New York Times, que ofreció 75 mil dólares por la exclusiva. Pero finalmente la entrevista nunca ocurrió porque dos meses antes de la fecha fijada los empleados del hotel, que segurament­e no estarían contemplad­os en esas negociacio­nes, empezaron una huelga general que duró casi un año y dejó ese plan y varios otros en la nada.

Acordarme de eso me levanta el ánimo. Me reconfirma que, a veces, las acciones en común de unos pocos pueden desbaratar planes en los que sólo buscan lucro otros pocos pero diferentes porque poderosos. Cuánto mejor funcionarí­a todo si esas acciones de los primeros pocos pudieran replicarse, reproducir­se sin caer bajo la manipulaci­ón partidaria, expandirse con una lógica más libertaria, más espontánea, contagiada­s un poco del entusiasmo de las olas en los estadios deportivos pero sin el adocenamie­nto ni los negociados que esos espacios y tantos otros suponen. Lo que daría porque ese entusiasmo no se me evaporara junto con los efectos de este vino blanco y seco producido en Ankara.

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MARTA TOLEDO

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