Un escritor que no se parece a nadie
siquiera para las condecoraciones. Entonces cuando un paraguayo había realizado un acto de coraje tremendo, el mariscal se agachaba, levantaba una piedrita y con un alambrecito se la colocaba. Después de la derrota cada uno se llevó a su cucha lo que había logrado rapiñar, y Perón, siendo presidente, visitó Paraguay con todos los trofeos de guerra. Perón estaba saludando, con su caballo blanco, y uno del público le gritó: “¡Perón paraguayo!”.
A Laiseca siempre le resultaron atractivas las torsiones de la política nacional: sus tres héroes a la inversa son Sarmiento, Mitre y Urquiza; cree que Perón no sabía nada de economía; considera que los militares le tenían miedo a Eva, e incluso pregunta qué resonancia tuvieron los cacerolazos recientes. Aun así, concluye que los políticos son como la policía, “una fuerza que está para la defensa de sí misma”.
Laiseca se radicó en Buenos Aires a los 25 años y, como sucedió con Leopoldo Marechal, escribió su ars magna en una pensión. Leía revistas de física cuántica y trabajaba como peón de limpieza. Luego llegaron los mejores trabajos, como operario telefónico y como corrector en La Razón. Su primer libro, Su turno para morir, fue publicado hace exactamente cuarenta años. Como parte de esa generación que compartió con sus amigos Fogwill y Piglia, Laiseca se formó como lector y escritor en las calles porteñas. Si bien nació en Rosario, nunca dejó de pensar en el pueblo donde se crió, Camilo Aldao. De hecho, actualmente está escribiendo un libro de memorias en homenaje a esa localidad del sudeste cordobés:
—No te olvidás nunca de tu pueblo, es tu patria chica. La mayor parte de mi vida la pasé en Buenos Aires. Le estoy agradecido, me dio todo. Co- Conocí a Laiseca primero a través de su obra literaria. El primer libro suyo que leí fue Su turno para morir –tengo entendido que el título original era sólo Su turno y que la editorial se lo “completó”. Es una obra de fuerte impronta política en la que abundan interrogatorios, torturadores, sesiones de picana y gente que desaparece. Se editó en 1976, pero evidentemente –y por suerte– el gobierno militar nunca entendió de qué hablaba el libro y lo tomó por una ficción policial. Luego fui leyendo otros trabajos y apasionándome cada vez más a medida que me sumergía en el realismo delirante de Laiseca. Sin dudas, El jardín de las máquinas parlantes es mi favorita. Es una novela que cambió mi visión del mundo y de la realidad cotidiana. Definitivamente para mí es una obra maestra. Tuve oportunidad de conocerlo y tratarlo personalmente durante varios años, ya que Alberto fue pareja de Graciela Scheines, ensayista y hermana de mi madre. Y gracias a esa cercanía y a nuestra admiración por su obra comenzó una serie de colaboraciones con mi hermano Gastón Duprat y Mariano Cohn (directores de cine y televisión), como el programa televisivo Cuentos de terror (en el que Lai contaba a su modo y magistralmente clásicos de la literatura de terror) o su interpre- mo el dicho, “El peor pecado del mundo es ser desagradecido”. Tengo veneración con mi pueblo. A Camilo Aldao lo fundó José María Aldao, el nombre era un homenaje a su hermano. Es un pueblo tación en el rol protagónico de la película El artista, a partir de un guión de mi autoría –luego tuve el alto honor de que Laiseca lo reescribiera como novela–. Luego adapté un cuento inédito de Lai e hicimos un nuevo largometraje que es, de alguna manera, un homenaje a su lúcida cosmovisión. Tanto el cuento como la película se titulan Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo. Trabajar a su lado fue una experiencia absolutamente enriquecedora. Laiseca es un hombre sabio; posee conocimientos tan disímiles como profundos, desde la cultura china, pasando por la guerra de Vietnam, hasta el mundo esotérico o la literatura universal. Es una persona, como su literatura, desmesuradamente brillante y singular. Creo que es un escritor genial y valorado por la gente del medio. Me gustaría que su obra se difunda más, que perfore la burbuja literaria y pueda conocerse más a este notable autor argentino, único e irrepetible. Ocupa un lugar tan indiscutido como personal. Es un escritor que no se parece a nadie y que recorre su propio camino, independientemente de cualquier tendencia. Ha logrado lo que muy pocos: tener una voz absolutamente original en la literatura. * Director del Museo Nacional de Bellas Artes. Cultural España Buenos Aires (Cceba) organizó las Conversaciones Ficticias, un ciclo de entrevistas performáticas ideadas por el dramaturgo y cineasta barcelonés Ignasi Duarte (1976). El mecanismo consistía en que el escritor respondiera preguntas que en algún momento les formuló a los personajes de sus novelas. Duarte ha utilizado este método con escritores como Gonçalo Tavares, Claudio Magris o João Gilberto Noll, entre otros. Para esa ocasión el elegido fue Laiseca, cuya obra admite preguntas tan disparatadas como “¿Pero… por qué mi máquina-altar no me protege?”. Casi tres años después, Duarte decidió rodar una nueva charla con el autor de Los sorias titulada El monstruo en la piedra, que acaba de ser presentada y galardonada en el Festival de Marsella. “Lo que me animó a filmar una conversación con él fue, evidentemente, la calidad extrema de su obra, además de que él es un gran actor e imaginaba que podía dar bien delante de la cámara. Laiseca es un ser libre, de esos que se lanzan al vacío sin prever las consecuencias del salto. Como debe ser, o debería. Un artista que no sale de su zona de confort no es nadie. El mostro Lai es otro documental que lo tiene como protagonista. Su director, A lejandro Millán Pastori, lo conoció gracias a una nota firmada por Piglia cuando se editó Los sorias en 1998. Como en ese momento