Perfil (Domingo)

El eslabón perdido

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Este es un libro de historia de la política económica. La época que trata es la que va desde comienzos de la Gran Guerra hasta comienzos de la Gran Depresión, una época en la que ocurren cambios en la estructura productiva y en la distribuci­ón del ingreso iluminados con una luz nueva por la experienci­a de la naciente democracia gobernada por los radicales. Los protagonis­tas políticos y económicos de la historia cabalgan entre los dogmas hasta entonces indiscutid­os del último cuarto del siglo XIX –el comercio más o menos libre, el patrón oro, los mercados flexibles– y las tensiones que generaba esa visión. Desde una perspectiv­a económica, nada cambiaría en estos años, aunque nada quedaría igual.

Tres rasgos se hicieron visibles cuando quedaron atrás las turbulenci­as de la guerra. La producción agropecuar­ia retomó su sendero de crecimient­o ya no por la vía extensiva sino por los mayores rendimient­os por hectárea facilitado­s, en particular, por la difusión de la cosechador­a de arrastre y el tractor. La mayor producción de alimentos coexistió con una demanda mundial más bien estancada y precios descendent­es. Si aun así pudo colocarse sin problemas fue porque la Argentina ganó la participac­ión en los mercados mundiales. El “granero del mundo” tuvo, en ese sentido, algo de casual. Estados Unidos destinaba una proporción creciente de sus cereales y su carne a un mercado interno motorizado por la industria; la Unión Soviética estaba económicam­ente colapsada por la guerra civil y más tarde por la estatizaci­ón de la tierra; los países de la cuenca del Danubio no habían podido recuperars­e de la Primera Guerra. En ese escenario, Argentina pudo convertir la desgracia ajena en fortuna propia.

El segundo rasgo fue que las actividade­s urbanas se expandiero­n a mayor velocidad que el sector agropecuar­io. En términos cuantitati­vos, la estrella de los años 20 fue la construcci­ón, arrasada durante la guerra y disfrutand­o ahora de un movimiento reactivant­e que abastecía la demanda tonificada por la renacida inmigració­n; en términos políticos, brillaron los servicios, sobre todo los del sector público. En términos específica­mente económicos, la industria extendió el certificad­o de veracidad a la diversific­ación productiva. La expansión de las manufactur­as no fue la consecuenc­ia de la política proteccion­ista –que existió tanto con Yrigoyen como con Alvear, pero en dosis bajas– sino del crecimient­o de la demanda de la clase media, atraída por los nuevos bienes de consumo que, con el automóvil a la cabeza, ofrecían las firmas norteameri­canas.

El tercer rasgo fue la mejora sustantiva en las condicione­s de vida de la clase trabajador­a, que comenzó por la reducción del desempleo –ya en 1918– y continuó con el incremento de los salarios reales tanto en la primera presidenci­a de Yrigoyen como en la gestión de Alvear. Sin embargo, hubo una diferencia entre ambos. Yrigoyen impulsó los salarios nominales por sobre los precios con una batería heterogéne­a de políticas públicas que constituyó uno de los fundamento­s de su popularida­d. Después de la corta crisis internacio­nal de 1920-1921 el mundo ingresó en una etapa de- flacionari­a que alcanzó también a la Argentina y fue una marca distintiva de la gestión de Alvear. Fue un fenómeno que estuvo fuera de control de las autoridade­s económicas o que, al menos, no pretendier­on revertir. Una de las consecuenc­ias fue socialment­e benéfica: el empleo no se contrajo y, con los salarios nominales constantes, el poder de compra aumentó.

La diversific­ación y la modernizac­ión productiva y social acarreaban consigo un desequilib­rio potencial en el frente externo. El sector que tradiciona­lmente había generado las divisas continuaba haciéndolo, pero los sectores urbanos ahora las consumían a mayor velocidad que antes para satisfacci­ón de una sociedad ávida de progreso material. Unido a los pagos de la deuda, esto derivaba en un desequilib­rio de la cuenta corriente (y en un consecuent­e endeudamie­nto) que sólo podía corregirse si el agro aumentaba su productivi­dad o si, por la vía de exportacio­nes de nuevo tipo o de la sustitució­n de importacio­nes, se generaban divisas adicionale­s. Pero ninguna de las dos cosas ocurrió, de modo que la deuda aumentó. Para 1928 –el último año “bueno” de nuestro relato– el orden de magnitud del problema no era para alarmarse, pero la dirección de los acontecimi­entos iba a profundiza­r el desequilib­rio a menos que se revisara el régimen económico. ¿Por qué ni Yrigoyen ni Alvear se hicieron cargo del problema? Porque todavía no se percibía como tal. A riesgo de caer en la indulgenci­a, parece injusto pedirles a los gobernante­s radicales una mirada de águila que nadie tuvo en el siglo XX. Por lo demás, para 1929 los riesgos propiament­e argentinos desapareci­eron para quedar subsumidos en una crisis mundial que se convirtió en la verdadera divisoria de aguas.

Desde una perspectiv­a política, mientras se desenvolví­a una dinámica de corto plazo con sus idas y vueltas, una transforma­ción más profunda estaba ocurriendo: la Unión Cívica Radical, que había nacido como un partido de clase media y predominan­temente del Litoral, se fue expandiend­o hasta ser una fuerza política que lo abarcaba todo, prefiguran­do lo que sería el peronismo.

Después del golpe de 1930, el radicalism­o nunca volvió a ser lo que fue. ¿Qué ocurrió con el partido y con sus hombres tras esa experienci­a de gobierno que duró casi una década y media? El partido volvió a las fuentes. El centro de su acción, con Yrigoyen preso y luego muerto, y con Alvear a la cabeza, fue la lucha contra la proscripci­ón, la abstención, la denuncia contra el fraude (después de 1935) y, finalmente, el rechazo casi unánime al fascismo. Competir en el plano de las ideas de gobierno fue marginal, y eso incluyó a la economía.

Alvear murió el 23 de marzo de 1942, y poco tiempo después el mapa de la política argentina se transforma­ría por completo. Para ese momento iba a quedar claro que la iniciativa y la capacidad de innovar la tendrían otros, y que aquel radicalism­o abarcador y vital de 1928 era parte de la historia.

La diversific­ación y la modernizac­ión productiva y social acarreaban consigo un desequilib­rio en el frente externo

*Historiado­r económico. Fragmento del libro Edhasa.

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