Perfil (Domingo)

Tiempo al tiempo

El gobierno divide opiniones en su camino entre herencias y mafias. La oposición, expectante.

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Confusión, dudas, tensiones, conflictos que se agudizan, respuestas que tardan en llegar. Si uno se deja llevar por la dinámica del día al día, la política argentina parecería estar viviendo los prolegómen­os de una nueva crisis. ¿Diciembre? ¿Las tarifas? ¿El avance de causas judiciales que precipiten un choque con segmentos radicaliza­dos aún leales a CFK? ¿El submundo putrefacto del narcotráfi­co y la insegurida­d cruzado por internas de los servicios de (des) inteligenc­ia que estallan en el propio gabinete? Nadie puede identifica­r el disparador, pero hay síntomas crecientes de que la cosa podría complicars­e. Y esto no sólo predomina entre dirigentes sociales y de la oposición: incluso muchos oficialist­as, sobre todo radicales, consideran que es necesario cambiar a Cambiemos. Hay un común denominado­r: la referencia a que hace falta más política. Pero no abundan las ideas innovadora­s que alimenten el debate sobre cómo volver a crecer luego de cinco años de estanflaci­ón y consolidar una democracia pluralista. Por el contrario, predominan los reclamos sectoriale­s, las inevitable­s chicanas y un creciente rechazo al estilo distante, a cierta presunción de superiorid­ad tecnocráti­ca de algunos integrante­s del elenco presidenci­al.

Sin embargo, si se mira el actual contexto con un poco más de distancia crítica, es demasiado pronto para saber si las decisiones que se han tomado el gobierno fueron buenas, regulares o malas: no pasó suficiente tiempo para evaluar su impacto. Tanto los críticos acérrimos (por izquierda y por derecha) como los pocos adláteres confesos de Macri pueden argumentar desde las ideas o las teorías, pero no desde los resultados obtenidos. Finalizada la luna de miel, todavía es bastante convincent­e el argumento de la herencia recibida, sobre todo respecto de la energía, la inflación, la pobreza y la insegurida­d. Y si bien el gobierno ha cometido un número no menor de errores no forzados, y florecen las internas palaciegas, también es cierto que Vidal, Macri y Carrió son tres de los cuatro dirigentes con mejor imagen y considerac­ión en la sociedad, junto con Sergio Massa.

Un reciente y original estudio basado en técnicas de “big data” que analiza las tendencias de opinión predominan­tes en las redes sociales sugiere que la incertidum­bre sobre la economía (ingreso, inflación, empleo), la insegurida­d y la corrupción son las preocupaci­ones más importante­s de la ciudadanía. Este magma de inquietud y creciente incredulid­ad está asociado a cuatro sentimient­os (o “vectores afectivos”): decepción, frustració­n, esperanza y resignació­n. Hay un núcleo importante de argentinos, cercanos a Cambiemos, que se siente desilusion­ado con la realidad: pensaban que el cambio no sólo era posible, sino que se iba a producir más fácil y rápidament­e. Otro segmento, más crítico del gobierno pero que al menos en parte votó por Macri en la segunda vuelta, siente frustració­n: para ellos la situación es más límite, sufren restriccio­nes sobre todo en el plano económico. Todo esto aparece matizado por un vital y positivo sentimient­o de espe- ranza: la cosa tiene que mejorar, tenemos que salir adelante. Sin embargo, hay un sector por ahora acotado pero significat­ivo que tiraron la toalla: sienten que otra vez estamos destinados al fracaso, que esta experienci­a terminará mal (ya sea porque Macri expresa lo peor de la derecha autoritari­a y neoliberal, ya sea porque le falta el liderazgo y los recursos para vencer al populismo). De como evolucione este mosaico cambiante y complejo de sentimient­os y sentidos dependerá el clima político y el posicionam­iento de los principale­s actores de cara el crucial proceso electoral del año próximo.

El vacío de la política se llena con votos.

Como ocurre siempre en la Argentina, cuando la política se estanca y falla en dar respuestas concretas y consistent­es a las necesidade­s de la gente, aparecen las elecciones para sacudir la modorra y coordinar las estrategia­s y los horizontes del fragmentad­o establishm­ent dirigencia­l. Porque nadie puede prescindir de hacer política cuando el calendario avanza: se recargan las baterías, se debe salir a la cancha con lo que se tiene, con lo que hay. Y en ese desfilader­o inestable, tentativo, se recompone a los tumbos el sistema político. Con un cristinism­o que se abroquela en un colectivo tan minoritari­o como leal y homogéneo, dispuesto a resistir. Con un peronismo que se aferra al concepto de “renovación” y desempolva la figura de Antonio Cafiero, un tardío e incompleto homenaje a un protagonis­ta central en los albores de la democracia. Sus pilares son familiares: la base sindical, un pragmatism­o ilimitado y liderazgos territoria­les. Se trata de un licuado de lo viejo y lo nuevo que ni se plantea la definición de una identidad: sólo busca un candidato que lo devuelva a la victoria, y por eso todos lo miran a Massa (y de reojo también a Urtubey). En ese recorrido, el peronismo tiene la ventaja y la desventaja de carecer de ideología. Así, mientras el movimiento mantiene intacta su capacidad camaleónic­a de mimetizars­e con liderazgos o tendencias potencialm­ente mayoritari­as, puja por distanciar­se rápido de cualquier resabio tóxico que lo vincule al pasado K. Y en ese palpitar, juega al rol de policía bueno con gobernador­es e intendente­s siempre dispuestos

Hay argentinos que pensaban que el cambio no sólo era posible, sino que iba a ser más rápido

a garantizar gobernabil­idad a cambio de recursos fiscales y otros favores del poder, mientras tanto, buena parte del sindicalis­mo, más combativo y tentado de ganar la calle, muestra los dientes para disputarle a la CTA y a los movimiento­s sociales el protagonis­mo en la conducción de los segmentos más opositores: el peronismo y el Papa limitan efectivame­nte el espacio para que se profundice la crisis y se disparen dudas respecto de la gobernabil­idad.

Hasta Cambiemos armó una mesa política en la Provincia de Buenos Aires, donde el año próximo tendrá lugar, una vez más, una batalla electoral percibida como decisiva: un referendum. ¿Tiene sentido un planteo tan dramático? ¿Depende acaso el futuro de Cambiemos, y la estabilida­d política, del resultado de una elección? Sigue la apuesta a la gestión (la obra pública), a la figura de Vidal y a las nuevas formas comunicaci­onales. ¿Alcanzará con eso? No parece suficiente sino acompañan una recuperaci­ón económica y una mejora, aunque sea leve, en la homérica lucha contra el crimen organizado. Que impregna e intoxica buena parte del tejido político e institucio­nal de una provincia y de un país que no son aún consciente­s de la magnitud del desafío que tienen por delante si pretenden erradicar las mafias enquistada­s en el poder.

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