Badiou en Argentina
ro siempre los elementos constitutivos del teatro: texto escrito para el teatro, decorado, vestuario, puesta en escena, actores, público… Y observo si la disposición de esos elementos crea realmente la presencia del teatro, presencia que, en general, está garantizada desde los primeros minutos de la representación. Si el teatro no está ahí, hablo de “teatro” sin más, y si es posible, me duermo.
—Usted hace una diferencia entre el “teatro” como pasatiempo y el teatro verdadero. ¿Qué rol cumple el espectador en esta diferenciación?
—El verdadero teatro es, precisamente, aquel que les propone a los espectadores, en las condiciones de hoy en día, si no una orientación, al menos el problema de la existencia o de la inexistencia de una orientación. Como decía Vitez, el teatro introduce un poco de claridad en nuestra inextricable vida. Es evidente que este punto puede dividir a la sala, ya que una parte del público puede rehusar que se la oriente o sentirse perturbada por la sola cuestión de la orientación de la vida. Esa parte del público piensa que en el teatro –de hecho, es de “teatro” que hablan–, uno tiene que divertirse en el sentido que le da Pascal a la diversión: no preocuparse más por una orientación, reírse, aplaudir grandes bobadas inofensivas. Aceptar ver, reflejada en el escenario, la cuestión de la orientación de la vida, personal o colectiva: eso es lo que hace el verdadero espectador en nuestros días. Hay, desgraciada mente, muchos “es
pectadores” En lo que va del año se han publicado cinco libros del filósofo francés en Buenos Aires. A los ya comentados “Rapsodia por el teatro” (Adriana Hidalgo Editora, 163 páginas) y “Nuestro mal viene de mas lejos” (Capital intelectual, 93 páginas) habrá que agregarle “La filosofía frente al comunismo” De Sartre a hoy (Siglo XXI, 100 páginas) donde, a través de dos conversaciones con Peter Engelmann, argumenta y justifica la necesidad de revalidar al comunismo como una alternativa social frente a la actual descomposición capitalista. Con fina agudeza, disecciona los problemas y horrores surgidos en la práctica de los estados “comunistas” y piensa nuevas formas de organización. Esta misma línea de pensamiento es también desplegada, con un abordaje mas teórico, en “En busca de lo real perdido” (Amorrortu, 89 páginas). ¿Qué es lo real? ¿Por qué esa palabra nos resulta tan intimidante al punto de sentirnos apremiados constantemente por ella? Desplazándose en diagonal primero con una anécdota: la muerte de Moliere mientras actuaba su obra “El enfermo imaginario”; después con una definición: “Lo real es el impasse de la formalización”, tomada a préstamo de su maestro Jacques Lacan y
finalmente con un poema del gran Pier Paolo Pasolini: “Las cenizas de Gramsci”, Badiou realiza un viaje melancólico por nuestro tiempo para concluir que, a pesar de que toda esperanza histórica ha finalizado, con obstinación política podemos aún obrar por “pura pasión”. La lista se completa con “Lo finito y lo infinito” (Capital Intelectual, 58 páginas) un texto filosófico --y sin duda también científico-- cuya intención es el análisis de los conceptos de finitud e infinitud desde la más absoluta abstracción. Su particularidad proviene de estar orientado a los niños y su estructura, una breve conferencia seguida de preguntas y respuestas, empujan a tutti cuanti a pensar con la vista arriba, en las estrellas, con el entusiasmo y la luz que da la niñez para sentirnos de ahora en más un poco mejores. Como en casi toda su obra echa mano de la dramaturgia y el teatro para hacer más comprensible y lúdico su pensamiento. Es que, como decía Montaigne, enseñar a un niño es encender un fuego y entonces este brevísimo texto sobre esas grandes preguntas que le preocupan a Stephen Hawking, contrabandea una intención profundamente política.