Una vida ordenada
Conversaciones con James Joyce
Arthur Power era un joven artista irlandés que luego de combatir en la Primera Guerra Mundial y dar vueltas por Europa se instaló en París sin mucho convencimiento de lo que iba a hacer con su vida; aún no era el artista en el que se convertiría en el futuro pero, como escribe en Conversaciones con James Joyce, “mi temprano amor por Francia debe haber sido instintivo”. Las cosas marcharon de modo natural y conoció a los artistas de la época, se puso a escribir crítica de arte, apropiándose finalmente de un mundo que antes le había sido ajeno.
Poseía sensibilidad y conocimientos, principalmente literarios, que lo llevaron a discutir de tú a tú con el escritor que había revolucionado la literatura mundial: otro irlandés llamado James Joyce y que en esos años vivía en París y se encontraba escribiendo Finnegans Wake , que entonces llamaba Obra en marcha. Power y Joyce sostenían largas charlas de literatura en casa de Joyce, cuando éste terminaba su jornada y la tarde caía. Lo curioso es que Power, pese a ser más joven que Joyce, prefería la literatura anclada en el siglo XIX, y Joyce la que se estaba haciendo en el siglo que comenzaba: una literatura urbana donde no había cabida para historias de amor y donde había que enfrentar “asuntos más íntimos e inusuales”, como el surgimiento de la conciencia. A esto lo denominó “nuevo realismo”.
Estructurado como Conversaciones con Goethe, de J.P. Eckermann, y como el Borges, de Bioy, este libro va mostrando los gustos literarios del autor del Ulises, pero a diferencia de Borges y de Goethe, “Joyce no era un buen conversador en el sentido ordinario de la palabra. De hecho, era bastante taciturno; solía asegurar que sus mejores armas eran el silencio, el distanciamiento y la malicia”. De todos modos Power consigue que Joyce hable de su gusto por Ibsen, Kipling, Chéjov, Dostoievski, Gide, Proust, T.S. Eliot y también de aquellos autores que no le agradaban: Pushkin, Thomas Hardy, Thackeray, Tennyson, a quien cataloga como “un poeta carente de inteligencia”, y Maupassant, a quien considera simplemente “ameno”. Y aunque manifiesta interés por Stendhal, dice que “hay algo de inhumano en un escritor que no tiene sentido del humor, y eso es algo de lo que carecía Stendhal… al igual que muchos otros franceses”. Joyce, como todo autor de importancia, va redefiniendo el canon de su tiempo, lo que lo convierte en el escritor revolucionario que fue.
Pese a no vivir en Irlanda, se consideraba un autor profundamente irlandés: el Finnegans Wake es difícil porque es un trabajo con la lengua, con los dialectos o los modos de hablar de su país. Admira el Medioevo y cree que Europa como se conocía desparecerá y “traerá consigo una nueva conciencia que recuperará los valores medievales”. Uno de los aspectos más interesantes de Irlanda, según él, era que seguía siendo un pueblo medieval, y eso se manifestaba en su literatura, con autores que iban de Laurence Sterne a Oscar Wilde. Esta nueva época medieval, especulaba, será “de extremos, de ideologías, de persecuciones, de excesos, aunque esta vez serán políticos y no religiosos”. Hay que reconocer
Joyce consideraba a Tennyson “un poeta carente de inteligencia”, ya Maupassant simplemente “ameno”