Perfil (Domingo)

Que el show no tape la pobreza

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En un país en el que uno de cada tres habitantes está por debajo de la línea de pobreza, donde la superviven­cia de millones de personas está subordinad­a a los necesarios planes oficiales de subsidios a la vida, la forma en la que un drama colectivo de tal magnitud es tratada por los medios implica una enorme responsabi­lidad para cada periodista. Se trata, por cierto, de una afirmación necesaria pero casi perogrulle­sca: ¿quién podría decir que quienes nos dedicamos a este oficio preferimos mirar para otro lado cuando el tema de la pobreza invade la inquietud de la población? Sin embargo, el abordaje de las formas con las que periodista­s y medios vienen tratando la cuestión obliga a un análisis par ticular, que presenta una vez más la denominada grieta como par te lamentable de las posturas en esta profesión.

Es llamativo observar cómo, en estos últimos días, parece haber un despertar a la realidad de quienes están en una u otra de las orillas de este caudaloso río que separa a tirios de troyanos. Cuando el Indec dio a conocer días atrás, por primera vez en muchos años, los duros índices de pobreza e indigencia, llamó la atención cómo los seguidores a ultranza del anterior gobierno parecieron descubrir algo que ya se sabía desde hace largo tiempo, y no por la difusión –o, mejor, su ausencia– de cifras oficiales, sino porque esos números –con más o menos similitud– habían sido dados a publicidad por organismos privados que vienen midiendo la problemáti­ca con bastante rigor.

Hasta diciembre pasado, las voces airadas, críticas, incluso insultante­s de aquel periodismo oficialist­a contra el Observator­io de la Deuda Social por sus dramáticas ad- vertencias, entran en clara y acomodatic­ia contradicc­ión con los duros cuestionam­ientos a esos mismos números adjudicado­s al gobierno actual. De igual modo, los periodista­s y medios afines al macrismo y sus aliados gobernante­s desde diciembre intentan relativiza­r la dureza de las cifras señalando que son apenas superiores a las que se registraba­n de manera no oficial en los tiempos previos.

Esto, por cierto, constituye una grave falta a los principios de ecuanimida­d y análisis objetivo que deben guiar el comportami­ento de los medios y de quienes trabajan en ellos. No es inocente el callar algo hoy para gritarlo mañana, según sea el color del pendón gobernan- te. Las tomas de posición son legítimas en esta profesión, pero dejan de serlo cuando, ante los mismos estímulos, se eligen posturas de oportunida­d. Hay, en la historia del periodismo moderno, numerosos ejemplos de colegas –prestigios­os, muchos de ellos– que han jugado su credibilid­ad a un abrupto, a veces incomprens­ible cambio acrobático de actitud ante un mismo tema. Es llamativo que esto esté ocurriendo en los últimos meses de manera recurrente, lo que lleva a pensar que no se trata de ejemplos aislados, sino de una suerte de conducta colectiva que está deterioran­do, y mucho, la percepción que el público tiene de este oficio y de los medios.

La gravedad de esta problemáti­ca está dada por el tema, una de las dos cuestiones (la otra es la violencia y su relación con el narcotráfi­co, la marginalid­ad y ciertas complicida­des político-judiciales-policiales) que viene impactando de manera creciente sobre el conjunto de la sociedad: el crecimient­o de la pobreza en los últimos años –con un incremento considerab­le en lo que va de 2016– impacta no sólo sobre el acceso a los ingresos básicos para comer, sino también sobre la educación, la salud, el transporte de personas, el trabajo, la dignidad. Por lo tanto, esa suerte de show en continuado que se viene registrand­o, con debates y discusione­s banales en las que se traen culpas ajenas de otros tiempos o se exponen culpas nuevas de los actuales sin la búsqueda de efectivas propuestas para salir de tal situación, sólo sirven para maquillar (una vez más, y van…) posturas que exceden los valores a defender por el periodismo.

El Código Internacio­nal de Etica Periodísti­ca promovido por la Unesco ya fue citado en alguna de estas columnas. El artículo segundo afirma que “la tarea primordial del periodista es la de servir el derecho a una informació­n verídica y auténtica por la adhesión honesta a la realidad objetiva, situando consciente­mente los hechos en su contexto adecuado”; en el tercero, referido a la responsabi­lidad social del periodista, se señala que “la informació­n se comprende como un bien social, y no como un simple producto. Esto significa que el periodista comparte la responsabi­lidad de la informació­n transmitid­a. El periodista es, por tanto, responsabl­e no sólo frente a los que dominan los medios de comunicaci­ón, sino, en último énfasis, frente al gran público, tomando en cuenta la diversidad de los intereses sociales”.

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CEDOC PERFIL DRAMA. No es un tema para los debates banales.

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