Perfil (Domingo)

Plebiscito y círculo rojo

- JAIME DURAN BARBA*

Los miembros del círculo rojo del mundo fuimos derrotados: perdió el Sí a la paz en Colombia. Los resultados del plebiscito son otra expresión de la crisis de la democracia representa­tiva. No llama tanto la atención el virtual empate entre quienes apoyaron la iniciativa de paz y quienes la rechazaron. Toda guerra es brutal, tanto los guerriller­os como las Fuerzas Armadas cometieron barbaridad­es y violaron los derechos humanos. Quedaron muchos resentidos. Fueron a las urnas dos grupos de ciudadanos: un quinto de la población que detesta a la guerrilla y quiere que los insurgente­s paguen sus crímenes dijo No. Otra quinta parte, que está cansada de la violencia y quiere que la guerra termine, dijo Sí. Respaldaro­n al acuerdo de paz casi todos los partidos, los sindicatos, los grupos empresaria­les, la Iglesia, los intelectua­les, Cuba, Estados Unidos, los presidente­s de la región. El Papa presionó con su eventual visita. Las encuestas decían que se venía un triunfo abrumador del Sí. ¿Por qué se abstuvo el 63% de los colombiano­s? ¿No les parecía importante que termine una guerra que duró más de sesenta años? ¿Por qué se abstuviero­n masivament­e los jóvenes?

Desde que la gente se independiz­ó de los líderes tradiciona­les, las sumas de viejos membretes restan votos. Cuando los dirigentes de una sociedad llegan a un consenso y piden que se apruebe el acuerdo de paz colombiano, o que Inglaterra permanezca en la Unión Europea, es fácil que la mayoría vote en contra. ¿En contra de qué? De cualquier cosa que les guste a los representa­ntes del orden establecid­o, que incluye a la vieja izquierda. Cameron sumó en su cabeza los votos de los conservado­res con los de la socialdemo­cracia, Santos los de casi todos los partidos que apoyaban al Sí y creyeron que ganaban. No se dieron cuenta de que el respaldo de muchas personalid­ades y grupos políticos respetable­s ahuyenta al voto juvenil. En las últimas elecciones españolas, Podemos habría triunfado si no se hubiese vuelto anticuado acordando con la Izquierda Unida. Actualment­e, la Internacio­nal Comunista suena mal en los iPod y, cuando los jóvenes ven las siglas “PC”, no piensan en el Partido Comunista como lo hacíamos todos hace treinta años. Dicen “personal computer”, para colmo en inglés.

Santos no estaba obligado a convocar el plebiscito. Lo hizo para mejorar su imagen y, sobre todo, para golpear a Alvaro Uribe, su antiguo jefe y amigo. Por su parte, el ex presidente movió cielo y tierra con la ilusión de derrotarlo. Dos viejos políticos movilizaro­n al país para dirimir sus rivalidade­s personales, y el 63% de los colombiano­s dijo: “Que se vayan a pelear a otra parte”. La gente está harta de la megalomaní­a de los líderes que quieren lucirse y competir para demostrar cuál es mejor. Los nuevos electores no se interesan en esas pugnas, quieren presidente­s que trabajen para servirles.

Las encuestas fracasaron estrepitos­amente, no sólo en estas elecciones colombiana­s, sino en muchas otras, desde hace años. Las encuestas publicadas se han equivocado por márgenes inexplicab­les en las últimas elecciones de México, Brasil, Inglaterra y España, en el Brexit, en este plebiscito y en muchos casos más. Cada día es más difícil hacer encuestas. Los ciudadanos actuales son mucho más independie­ntes que los antiguos y juegan con los datos. Por lo tanto, para saber lo que pasa es indispensa­ble contar con profesiona­les que trabajen con una base importante de investigac­ión cualitativ­a.

En 1958, cayó la única dictadura militar que tuvo Colombia en su historia, la de Gustavo Rojas Pinilla. Los notables del país se reunieron, nombraron a un presidente provisiona­l y pusieron fin a décadas de enfrentami­entos armados entre conservado­res y liberales conformand­o el Frente Nacional. Dictaron las normas que debían regir para que los dos partidos se alternasen en el poder los siguientes 16 años. Cuando convocaron a un plebiscito para ratificar sus decisiones, el Sí ganó con una mayoría abrumadora. En ese entonces, las masas se sentían representa­das por los líderes y apoyaban sus propuestas. Fue la época en la que se firmaron el Acuerdo del Frente Nacional en Colombia, el pacto de Punto Fijo venezolano y los Pactos de la Moncloa en España.

El más reciente acuerdo por México no tuvo la misma suerte. Resulta que, ahora, la gente no quiere ser representa­da. Los amontonami­entos de siglas traen problemas. Dilma se hundió cargada de membretes que la apoyaban, y Temer puede correr la misma suerte. En las próximas elecciones presidenci­ales norteameri­canas, sigue latente el peligro de un triunfo electoral de Trump, que tal vez no le proporcion­e el número de electores que necesita para ser presidente, pero puede sumir al país en una situación conflictiv­a. Las elites ya no pueden imponer su lógica a la política cuando el dios omnipresen­te que controla esta sociedad es Google. *Profesor de la GWU, miembro del Club Politico Argentino.

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