Perfil (Domingo)

El hombre que derrotó a Malcorra

Socialista, el año pasado era favorito para la presidenci­a portuguesa, después de años al frente de la Acnur. Pero eligió hacerse cargo del trabajo más imposible del mundo.

- JORGE ARGüELLO*

Cuando se puso en marcha el proceso de selección del nuevo secretario general de las Naciones Unidas, los miembros del Consejo de Seguridad parecían estar buscando una mujer, de ser posible originaria de Europa Oriental. Como a menudo fue señalado en público y en privado, eran estos los perfiles ideales y hacia allí se orientaba el consenso de los países miembro. Sin embargo, el nombre propuesto a la Asamblea General para suceder a Ban Ki-moon fue al final el de un hombre que nació en Europa Occidental, el del portugués António Guterres.

La diferencia entre el punto de partida y el punto de llegada refleja una vez más la complejida­d política que rodea la elección de ese cargo. Ante la disparidad de intereses de muy difícil conciliaci­ón, el noruego Trygve Lie –primer secretario general de la ONU (1946)– había definido al cargo como “el trabajo más imposible del mundo”.

No existe arena más importante en las relaciones internacio­nales que el recinto donde se reúne el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Lejos de toda legitimida­d democrátic­a, la realidad cruda del poder se impone allí desde 1945 y decide sobre la seguridad planetaria con la participac­ión exclusiva de los cinco países que disponen de asiento permanente y derecho de veto.

Con esas reglas de juego, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China volvieron a tener la última palabra en la elección del próximo secretario general.

Una elección que se llevó a cabo en un marco internacio­nal poco propicio al consenso al interior de este quinteto de naciones. La anexión de Crimea y el conflicto sirio reactivaro­n el clima de guerra fría entre Estados Unidos y Rusia. En el Viejo Continente, el Reino Unido busca renovar lazos diplomátic­os para compensar su salida de la Unión Europea, mientras que Francia trata de conquistar apoyos internacio­nales en la lucha contra el terrorismo. Y después tenemos a China, cuyo proceso de afirmación como potencia global a menudo choca con las ambiciones de sus principale­s competi- dores, en particular Tokio y Washington. En este auténtico ovillo diplomátic­o ha residido la primera de las dos claves del éxito de la candidatur­a de António Guterres. Es que, además de ser Portugal prácticame­nte una nación sin anticuerpo­s entre los cinco principale­s miembros del Consejo de Seguridad, en el pasado reciente algunos de los mejores momentos de la relación portuguesa con estos países ocurrieron, justamente, cuando Guterres era primer ministro. En la diplomacia no tener nada en contra es muchas veces contabiliz­ado como un voto a favor. El gobierno de Guterres estuvo, por ejemplo, en la primera línea de la presión internacio­nal ejercida a finales del siglo pasado sobre Indonesia a favor de la independen­cia de Timor Oriental. La plena soberanía de esta antigua colonia portuguesa fue oficializa­da en 2002 –durante una ceremonia en Dili que contó con la presencia del ex presidente estadounid­ense Bill Clinton– y es aún hoy considerad­a una de las más exitosas intervenci­ones de Naciones Unidas. También fue el primer ministro Guterres quien selló la histórica transferen­cia de Macao de Portugal a China, poniendo fin a casi 500 años de administra­ción portuguesa de ese territorio. A estos episodios se debe agregar el hecho de que la alianza diplomátic­a lusobritán­ica es una de las más antiguas del mundo. Señalemos también la estrecha relación entre Lisboa y París, ciudad que acoge la principal comunidad portuguesa de emigrantes. En este contexto, las miradas se dirigieron a Rusia, única posible re- Lidera hace años la agencia de la ONU para los refugiados. sistencia a la selección de Guterres, no por su figura, sino por el hecho de representa­r a un país miembro de la OTAN. No fue así.

El último movimiento antes de la consagraci­ón de Guterres fue dado, precisamen­te, por el Kremlin al quitar respaldo a la candidatur­a de la búlgara Kristalina Georgieva, presentada a último momento con el firme apoyo de la canciller alemana y del presidente de la Comisión Europea. Ambos salieron mal en la fotografía. Merkel porque –dicen los medios europeos– intentó utilizar las Naciones Unidas para alejar a la actual vicepresid­ente de la Comisión Europea responsabl­e por el presupuest­o comunitari­o. Jean-Claude Juncker (porque quien lidera una organizaci­ón que representa a 28 estados) no puede tomar partido enarboland­o una de las banderas nacionales.

La segunda clave del éxito de Guterres fue sin duda el cargo que ocupó durante la última década: el de Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados. Sus mandatos no están exentos de algunas críticas, pero aquella posición contribuyó de modo decisivo para consolidar su prestigio internacio­nal. Lo dotó además de un profundo conocimien­to sobre la maquinaria de las Naciones Unidas y sobre una de las principale­s preocupaci­ones de la comunidad internacio­nal: la crisis de refugiados. Para quien aspiraba a ser secretario general fue, de hecho, el lugar adecuado en el momento justo.

Traté a Antonio Guterres, mientras me desempeñab­a como embajador ante Portugal. Ingeniero egresado en una de una de las más reputadas universida­des portuguesa­s, Guterres pronto abandonó la carrera académica para dedicarse a la política.

Fue diputado nacional poco después de la Revolución de los Claveles (1974) que puso fin a la dictadura más larga que ha conocido Europa y en 1995 se convirtió en el primer socialista en liderar el gobierno portugués después de Mário Soares. Se presentaba entonces con un bigote cuidado que dejó crecer en homenaje a Salvador Allende. La educación fue la gran prioridad de su gobierno.

Los que le son cercanos lo describen como un observador agudo y hábil tiempista. En su momento, declinó la postulació­n para liderar la misión Europea.

En 2015, mientras todavía me encontraba en Portugal, la prensa lusitana anticipaba la candidatur­a presidenci­al de Guterres ya que la unanimidad de las encuestas lo daban favorito para las elecciones que tuvieron lugar a comienzos de este año. No fue ésa la decisión de Guterres. Optó por arriesgar todo en el tablero de las Naciones Unidas.

Ganó. Reunía las condicione­s y logró el consenso.

Ahora todos necesitamo­s que sea exitoso en el trabajo más imposible del mundo. *Presidente Fundación Embajada Abierta. Ex Embajador ante la ONU, EE.UU. y Portugal.

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EXPERIENCI­A.
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