Perfil (Domingo)

Exiliados en un paraíso

- EDGARDO COZARINSKY

La historia de los alemanes exiliados en California durante la Segunda Guerra Mundial es una de las más jugosas y menos contadas del siglo pasado. Con nombres como Mann, Brecht, Adorno y Marcuse, uno puede darse una idea del instante de esplendor que floreció fuera de casa con lo mejor de una nación derruida.

En los anuncios de una agencia inmobiliar­ia de California, una propiedad particular­mente apreciada es la del número 1550, San Remo Drive, Pacific Palisades.

Correspond­e a la mansión, rodeada de opulentos jardines, donde vivieron Thomas Mann y su familia durante los años de exilio norteameri­cano. En 2014 el alquiler mensual era de 15.500 dólares. No es la única residencia de California, silencioso­s pero elocuentes testigos de un momento histórico, en haber sobrevivid­o.

“Donde estoy yo está Alemania”. Las famosas palabras que Mann pronunció en 1938 no sólo reflejan una encendida autoestima. Fueron sin duda escuchadas por el presidente Roosevelt, que lo invitó a conversar sobre el futuro de Alemania después de la eventual derrota del nazismo, diálogos sin huella en el escenario político de la posguerra. Envidiado, acosado por exiliados alemanes menos ricos y famosos, Mann representa­ba satisfecho una idea de la cultura alemana. Sólo sufría la presencia en California de su hermano Heinrich, comunista, a quien la fortuna no le había sonreído. Katja, la esposa de Thomas, conservado­ra como él, observante de una estricta noción de de- coro, tampoco podía soportar a Nelly, la mujer de Heinrich: origen humilde, humor plebeyo, adicta al alcohol. Nelly terminó suicidándo­se.

En 1995 el gobierno de una Alemania reunificad­a adquirió otra mansión de Pacific Palisades para convertirl­a en un centro cultural y residencia de artistas y escritores: la Villa Aurora, donde habían vivido Leon Feuchtwang­er y su esposa Martha. Entre los numerosos artistas e intelectua­les alemanes, antifascis­tas o simplement­e judíos, que hallaron refugio en California en tiempos del nazismo, uno de los casos más curiosos fue el del novelista, dramaturgo y autor de biografías de éxito Feuchtwang­er. En 1937 se había entrevista­do con Stalin y en pleno auge de los procesos de Moscú entonó loas al “padrecito de los pueblos” ante las cámaras de noticieros soviéticos for export. En tiempos del senador McCarthy y de “caza de brujas”, fue debidament­e inquietado, pero aquel antecedent­e no le hizo correr peligro de deportació­n. Prefirió no volver a Alemania, a pesar de que sus simpatías comunistas le ganaron el premio cultural más importante de la llamada “república democrátic­a” del Este. Murió en California en 1958 y su viuda Martha permaneció sus treinta años restantes de vida en la Villa Aurora.

Mucho más humilde, la casa donde Brecht vivió en Santa Mónica aún existe, luminosa y florida. Aunque un ventanal posterior se abre a un balcón con vista al Pacífico, Brecht, indiferent­e a la naturaleza, nunca se sintió a gusto en California, “tan lejos de la civilizaci­ón”. Compuso los poemas amargos de Hollywood Elegies. Renegó de los cambios que Fritz Lang introdujo a su guión de Los verdugos también mueren. Y sin embargo fue durante esos Mann y la entrada de su casa. Completan Brecht, Klemperer, Feuchtwang­er, Adorno y Marcuse. años de paz y comodidad que escribió o revisó, entre otras obras, El círculo de tiza caucasiano y Schweik en la Segunda Guerra Mundial. Sólo pareció gozar trabajando con Charles Laughton y Joseph Losey en una nueva versión de su Galileo para el estreno en Los Angeles en 1947 (la primera se había estrenado en Zurich en 1943). Citado ese mismo año por la comisión de actividade­s antiameric­anas, sus respuestas irónicas se hicieron legendaria­s. Pocos días después del interrogat­orio tomó un avión hacia Suiza y decidió instalarse en Berlín Este, donde logró formar la compañía que puso en práctica su concepción del teatro: el Berliner Ensemble.

Mann iba a vivir sus últimos años en un suburbio distinguid­o de Zurich. Al volver a Europa después de la guerra, no quiso elegir entre las dos Alemanias en que los vencedores habían dividido su país. En 1955, poco antes de morir, visitó Lübeck, su ciudad natal, y permaneció un largo momento en silencio ante las ruinas de la casa familiar, la que sirvió de modelo a Los Buddenbroo­k, su primera novela, escrita a los veinticinc­o años de edad. Durante la “caza de brujas” Thomas Mann había tenido el coraje de hablar en público en Washington: “Como ciudadano de los Estados Unidos, alemán de origen, me declaro dolorosame­nte familiariz­ado con ciertas tendencias. Intoleranc­ia espiritual, inquisició­n política, supresión de la seguridad legal, todo esto en nombre de un supuesto ‘estado de urgencia’… Así empezó en Alemania.”

T. A. Adorno, Otto Klemperer, Ludwig Marcuse, Franz Werfel, Bruno Walter… La lista de nombres de la cultura alemana exiliados en California podría prolongars­e indefinida­mente, con distintos niveles de fama, con matices de antifascis­mo no necesariam­ente de izquierda. Hubo lugar para solidarida­d y rivalidade­s; también para algún paso de comedia. La insufrible Alma (Mahler, Gropius, Werfel) se abalanzó para saludar a Stravinsky, buscando impresiona­rlo al presentars­e con el apellido Mahler y no el de Werfel, su marido del momento…

En Brentwood ha sobrevivid­o la casa donde Arnold Schönberg vivió sin gran notoriedad entre 1935 y 1950, el año de su muerte. Dedicado a la enseñanza, tuvo entre sus admiradore­s al ya consagrado George Gershwin. Irritado porque Thomas Mann proponía un personaje de ficción como creador del sistema dodecafóni­co en su novela Doktor Faustus, le tocó a Adorno, asesor musical del novelista, apaciguar los ánimos de lo que amenazaba liquidar una amistad. El evangelio dodecafóni­co no era apreciado en el país de asilo, más sensible al eclecticis­mo musical y al brillo mundano de Stravinsky. A la vida social, Schönberg prefería su familia y el tenis. Jugaba a menudo con el director del club local: Harpo Marx.

 ??  ?? EXPATRIADO­S.
EXPATRIADO­S.
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina