Perfil (Domingo)

DECENCIA Y LADRILLOS

- GONZALO

Hace medio siglo, Dante Panzeri sentenció que al fútbol argentino le hacían falta “dirigentes, decencia y wines”. Aquella verdad de un pasado con reflejo de presente fue una de las miles que instaló aquel hombre tan necesario para el periodismo como para el deporte. Es probable que detrás de sus innumerabl­es historias repletas de enemigos canallesco­s se esconda una de las tantas razones por las cuales, pese a sus elocuentes e incuestion­ables denuncias, hoy estemos sustancial­mente peor que entonces.

Le pasa al fútbol, al cual siguen faltándole hombres dignos y punteros hábiles, veloces y conocedore­s del juego y encima le adosamos a los barras, esos dueños reales del asunto. Y le pasa al deporte argentino en general, al cual, con perdón del parafraseo, le hace falta dirigentes, decencia y ladrillos.

Existen dirigentes capaces; siempre los hubo; siempre en franca minoría. Hay nichos de decencia; sólo nichos, como desde siempre. Y hay ladrillos; algunos; entrañable­s; insuficien­tes.

Hace menos de dos meses que terminaron los Juegos Olímpicos de Río. Juegos castigados de prejuicio, infectado por augurios de cosas que jamás sucedieron. Hasta desde la Argentina llegaron advertenci­as sobre obras que no se harían a tiempo, quejas sobre problemas de logística que no hubo y hasta denuncias sobre la presunta inhabitabi­lidad de una villa olímpica en la que, finalmente, vivieron todos. Siempre, bueno es aclararlo, fueron reclamos de los de afuera. De periodista­s, del entorno, de algún oficial. Jamás de un deportista.

El recuerdo fresco de aquellos juegos y la multitudin­aria presencia argentina en los distintos escenarios universali­za la discusión: díganme cuál de todos los estadios cubiertos utilizados durante en Río tiene su correlato en nuestro país. Cuéntenme si saben de dos o tres estadios que estén en mejores condicione­s que, por ejemplo, la Arena do Futuro, la sede del handball olímpico destinada a ser desmontada inmediatam­ente después de las competenci­as.

Para cualquier país que aspire a tener un deporte competitiv­o o con pretension­es de desarrollo, los estadios cubiertos son tanto un termómetro de ambiciones como una necesidad imperiosa.

En términos de infraestru­ctura, lo único que le sobra a la Argentina son estadios de fútbol: dudo que exista en el mundo una ciudad en la que haya siete canchas con tribunas de distintas dimensione­s como en el área que abarcan Boca, Huracán, Racing, Independie­nte, San Telmo, Arsenal y Dock Sud. Pocos días atrás, de regreso de la Copa Davis en Glasgow, tomé conciencia de que, sólo entre el Tomás A. Duco y el Libertador­es de América no hay mucho más de sesenta cuadras.

Por lo demás, ningún deporte tiene lo que realmente se necesita para aspirar a un crecimient­o sostenido. Y a disponer de un soporte fundamenta­l para cualquier política deportiva que se quiera poner en práctica (seguimos a la espera).

No le pasa ni a la natación ni, muchísimo menos, al atletismo. No sucede con el básquet, ni con el vóleibol, ni con el handball. Ni siquiera le pasa al tenis, un deporte con más de cuarenta años de suceso, jugado en distintos niveles por millones de argentinos, con un desarrollo constante a nivel de alto rendimient­o y que tiene apenas un puñado de canchas rigurosame­nte privadas donde jugar bajo techo. A esta altura de la vida, es indecoroso que un entrenamie­nto dependa de que no llueva.

Existe cierto olor a desidia al respecto. A veces pareciera que la falta de infraestru­ctura no es una torpeza, una imprevisió­n o una omisión imperdonab­le, sino un imponderab­le ante el cual no hacemos mucho más que encogernos de hombros. “Al fin y al cabo, no nos ha ido mal de esta manera”.

Es sintomátic­o que ni siquiera haya tenido despliegue mediático las condicione­s en las que la última administra­ción entregó las instalacio­nes del Cenard siendo que 2015 no sólo fue la antesala del año olímpico, sino que venía de ser un año panamerica­no.

Que la pista de atletismo del único centro de presunto desarrollo de alto rendimient­o del país haya sido refacciona­da poco antes de Río habla claramente al respecto.

O que un mes y medio antes de las competenci­as se haya podido cambiar la carpeta de la cancha de hockey. Y que por esos mismos días se haya inaugurado el gimnasio donde se entrenaban Ginóbili y sus amigos. Más aún: ése fue el único espacio en el que se podía jugar reglamenta­riamente al vóleibol: los demás espacios jamás tuvieron la altura de techo reglamenta­ria.

Las historias se multiplica­n casi por tantos deportes están representa­dos en nuestro Comité Olímpico.

El handball llegó a tener turnos de entrenamie­nto casi de madrugada: después debían dejar las instalacio­nes para otros equipos. Y no había más gimnasios a disposició­n.

El waterpolo, que no por no haber tenido representa­ción olímpica deja de merecer el respeto de tener un selecciona­do que juega panamerica­nos o mundiales, debe hacer malabares para conseguir durante un par de horas la mitad de la pileta del complejo Jeanet- te Campbell.

No quiero que la profundida­d del problema se diluya con el tedio de la infinidad de ejemplos que se podrían agregar.

Eso sí. Es necesario que, en algún momento, tomemos conciencia de que no existe un deporte que se pueda desarrolla­r si no tenés dónde practicarl­o como correspond­e. A propósito, en las últimas semanas se difundió un video en el cual, gracias a la iniciativa de un sector de nuestros remeros y con la sabia excusa de invitar a limpiar el Río Reconquist­a, se nos explica en qué condicione­s se rema. Y en qué condicione­s se vive. Lo que es infinitame­nte más grave.

No consigo decodifica­r la lógica de los dirigentes que, conocedore­s de esta realidad muchísimo más que quien escribe, no ponen, al menos, el conflicto en la superficie. ¿Es posible que no se les mueva ni un pelo viendo que un atleta olímpico se entrena en una plaza pública, lanzando sin protección y transporta­ndo los elementos que necesita en un changuito de supermerca­do? Por si llegasen a necesitarl­o, el video al respecto ya salió al aire semanas antes de Río.

No sólo la Argentina (Buenos Aires, en realidad) será en dos años sede de los Juegos Olímpicos de la Juventud, sino que, en los últimos días, se confirmó la intención de organizar los mundiales de rugby y de básquet de 2023. El sólo hecho de conocer las ideas y los antecedent­es de Agustín Pichot y de las autoridade­s que han adecentado el bochorno de la Confederac­ión Argentina de Básquetbol basta, no sólo para ser prudente, sino para confiar en que tendrán la sensatez y viabilidad del emprendimi­ento bajo control.

Sin embargo, no puedo dejar de pensar que debemos imperiosam­ente salir de la lógica de esperar a que nos garanticen la organizaci­ón de grandes acontecimi­entos para, entonces, ponernos a tiro, sino invertir la ecuación y tener la casa en orden para, luego, merecer aquello que tanto deseamos hacer.

Da toda la impresión de que, a través de la ley del Enard, que los deportista­s argentinos puedan desarrolla­r sus planes de preparació­n de acuerdo con lo que merecen su jerarquía o sus antecedent­es, es un asunto que ya no tiene retorno. Segurament­e con cosas importante­s por reformular, como el sistema de otorgamien­to de becas. Pero buena parte de ese mérito y de ese esfuerzo perderá efecto de continuida­d si no se lo acompaña con una inyección poderosa en lo que a infraestru­ctura se refiere.

Entre otras cosas, para que los argentinos no tengamos un solo Cenard, deficiente y en Buenos Aires.

Mientras éste siga siendo el panorama, no sólo nos faltarán ladrillos. También una imprescind­ible dosis de federalism­o.

BONADEO

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CEDOC PERFIL BASURAL. Remeros argentinos mostraron cómo se entrenan en el Reconquist­a.
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