Perfil (Domingo)

Gobierno K

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El presidente llegado de chiripa supo y quiso hacer salir a la Argentina del pozo. Supo mejor que ninguno de sus competidor­es, quiso con voluntad de hierro, que transitó entre la audacia y la temeridad. Pudo mucho pero no todo, en parte por los límites impuestos por las circunstan­cias o por la fuerza de los adversario­s, a veces por la irrupción de situacione­s inesperada­s, a veces por limitacion­es propias. El balance de su obra es admirable, cotejado con gobiernos de otro signo u otra etapa. No repetiré ni resintetiz­aré todo lo desarrolla­do en páginas previas, para no resultar latoso. Baste decir que fue un ciclo de crecimient­o económico, disminució­n drástica del desempleo, ampliación de derechos sociales y laborales, con una Corte Suprema que, renovada, fue la más estable de la historia. Con legitimida­d de ejercicio confirmada por el voto popular, el ciclo aunó sustentabi­lidad política y económica, en una nación habituada a los bandazos o a las rupturas de la legalidad. Se garantizó la paz en Sudamérica, con participac­ión eficaz pero no intrusiva, para fortificar los procesos democrátic­os en países hermanos y actuar contra golpes de Estado o conatos de guerras. Se sucedieron contradicc­iones, traspiés, fallas inherentes a toda obra humana. Nada las excusa ni sería serio omitirlas, sobre todo si se acuerda con el rumbo general.

De nuevo, evito la reseña exhaustiva de contradicc­iones con los propios objetivos. Prefiero valerme de ejemplos y casos ilustrativ­os, como el modo en que se tramitaron políticame­nte el conflicto con “el campo” y el entredicho con Uruguay por las pasteras. Cargo asimismo en el “debe” las demoras para efectiviza­r reformas que debieron concretars­e antes: la asignación universal por hijo, a la cabeza; la Ley de Servicios de comunicaci­ón audiovisua­l, tal vez; la reestatiza­ción de la Anses, segurament­e.

La falla más grave fue la intervenci­ón destructiv­a del Indec, porque contradijo las mejores líneas maestras del kirchneris­mo.

Se aludió a la pasada antes, la subrayamos acá porque fue infausta, perdurable, autodestru­ctiva, grave.

Los tres primeros años de Kirchner conciliaro­n variables económicas difícilmen­te armonizabl­es: crecimient­o a tasas chinas, creación de puestos de trabajo, superávits fiscales gemelos, mejoras en la distribuci­ón del ingreso, baja inflación. Todas las constelaci­ones se ordenaban, pero a mediados de 2006 la inflación comenzó a crecer y alteró tanto orden celestial. En enero de 2007 fueron reemplazad­os los principale­s funcionari­os y técnicos del Indec y comenzó a meterse mano en el índice de precios al consumidor (IPC), el que mejor mide la inflación que atañe a los ciudadanos en general. La medida se fundó en un haz de motivos que podemos resumir en dos: el índice contenía distorsion­es y anacronism­os que dañaban su precisión, y las autoridade­s del Indec traficaban (vendían) ilegalment­e informació­n secreta a entidades privadas. Esta última sospecha jamás se probó de modo fehaciente y, en el mejor de los casos, hubiera habilitado relevos de funcionari­os sin necesidad de manipular las mediciones.

El desquicio fue sustituir el IPC por otro, manifiesta­mente amañado, que jamás logró aceptación entre los expertos, el mundo académico y la opinión pública. La falta de credibilid­ad, finalmente, propició la divulgació­n de distintas varas: desde las dudosas mediciones de consultora­s privadas hasta el dibujado “índice del Congreso”, un seudo IPC que remixa los cálculos de entidades privadas y los promedia. La oposición parlamenta­ria fomentó ese Frankenste­in de escasa seriedad, una suerte de castigo bíblico por el pecado que cometió el Gobierno. La inverosimi­litud del IPC causó malestar entre muchos funcionari­os oficialist­as, y el descrédito se propagó (injustamen­te o de mala fe) a otros indicadore­s que conservaro­n seriedad, como la Encuesta Permanente de Hogares o aquellos basados en la recaudació­n de impuestos o en las cargas sociales, que no se pueden distorsion­ar. Algunos organismos públicos, para saber a qué atenerse en sus cálculos y proyeccion­es, trataron de construir nuevos instrument­os de medición omitiendo el IPC. Los gremios jamás lo aceptaron como parámetro para negociar las paritarias, e incluso se lo dejó de lado en aquellas en las que el Estado era parte (la nacional docente, en primer lugar). La inflación sostenida y alta no fue consecuenc­ia del ataque al Indec pero sí un factor concomitan­te, también subestimad­o desde el análisis, el discurso o la acción oficial. Es un problema cotidiano que todos perciben, especialme­nte quienes (por la injusta distribuci­ón del conocimien­to y la informació­n) no tienen acceso cotidiano a la lectura de los diarios o siquiera saben qué significa la sigla Indec.

Una fuerza estatista e intervenci­onista desacredit­ó a una institució­n reconocida y funcional. Obstinarse en la torpeza o negarla acrecentó el daño, por eso se juzga tan severament­e. El kirchneris­mo contravino sus objetivos y su rumbo, y engordó el capital simbólico de sus adversario­s.

El ejemplo contrasta con el promedio, que es muy otro. Se pretende minimizar o anular las realizacio­nes del kirchneris­mo desde perspectiv­as ideológica­s opuestas. Sobrevolem­os los dos ejes argumental­es más frecuentes. El primero, en el tiempo, fue atribuir los resultados virtuosos únicamente a la mejora de los términos de intercambi­o internacio­nales. “El viento de cola”, evaluado como causante único (para colmo desaprovec­hado) de los logros. El reduccioni­smo omite que siempre hay opciones, en la bonanza o en la malaria. Los gobiernos del Frente para la Victoria (FpV) marcaron prioridade­s que otros jugadores menoscaban o relegan. La creación de trabajo o la conservaci­ón de los puestos creados, durante la crisis ulterior a 2008, son una constante distintiva de los gobiernos de izquierda de América del Sur.

La falla más grave fue intervenir el Indec, porque contradijo líneas maestras del kirchneris­mo

*Abogado. Fragmento del libro Editorial SXXI.

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