La poesía o el mejor de los mundos
Zelarayán
Ricardo Zelarayán se ha ganado, merecidamente, un lugar en el seleccionado de “los raros” de la literatura argentina. Con su proverbial manera de escribir “torcido”, sin respetar tradiciones ni enroques generacionales, Zelarayán supo construir un mito personal sobre la base de cortocircuitos existenciales y una escritura intransigente y chúcara. Convencido de que no hay diferencia entre poesía y prosa, escribió sobre un formulario continuo una canción en random, sin solución de continuidad.
Zelarayán, con prólogo de Horacio González y coordinado por Jorge Quiroga, no es un mero homenaje al escritor nacido en Concordia, ya que los autores convocados se aventuran a internarse en el laberinto zelarayiano, donde se mezclan el western y la gauchesca, las narraciones orales y la fabulación grotesca. Llamar a un autor sólo por su apellido es otro privilegio que tuvo: como Fogwill o Laiseca, también Zelarayán nos acostumbró a mentarlo prescindiendo de su nombre de pila.
Zelarayán apuesta por una saludable y productiva miscelánea, alternando textos del propio Zelarayán con aproximaciones a su obra y testimonios de compañeros de la mítica revista Literal, como Germán García, que mantuvieron una intensa relación con él; de aquellos años, García rescata un rico anecdotario: “Cuando consigue trabajo en la revista Siete Días o en alguna otra, sale diciendo que Masotta era un envidioso, que él tenía una colección de discos de jazz muy difícil de conseguir y que Oscar (Masotta), como la deseaba, con un clavo le había ra- yado todos los discos y que se los había arruinado”. García destaca una de las máximas de Zelarayán: “No hay que escribir literariamente”, que devela esa voluntad que tenía el escritor entrerriano de huir de las formas adocenadas y “literarias” para ir a campo traviesa, al garete, perdiendo la dirección, liberando a las palabras de los abusos del uso. Alejandro Sosa Días repara en el carácter cubista de esos strikes verbales que Zelarayán ponía en práctica: “Cada elemento que trae al orden narrativo buscaba verlo mediante varios perfiles. En parte como si se tratara de un cuadro cubista pero al que se le agregase la propiedad del movimiento a través de una muy personal retórica”.
Juan José Mendoza analiza el poema La gran salina, señalando su indefinición genérica: “¿Es el esqueleto de un poema por venir? ¿Un guión para la escritura de otro poema, acaso? También tiene el color blanco de los huesos y salares. Y es un poema que versa sobre la escritura. Sobre la imposibilidad de la escritura: sobre la página en blanco”.
En la transcripción de un registro fílmico de una entrevista realizada por Martín Carmona y Jorge Quiroga, Zelarayán reconstruye ciertas zonas del campo literario y episodios de iniciación: “En Crítica conocí a González Tuñón. No trabajaba ahí pero colaboraba e iba a visitar a los amigos. A mí me parecía un carpintero de barrio, en la forma de ser, tenía una cosa así de artesano”.
Reflexionando sobre el oficio del crítico, expone una certera definición: “Yo creo que el crítico hace su ficción a partir de un texto. Una
Los autores convocados se aventuran a internarse en el laberinto zelarayiano, donde se mezclan el western y la gauchesca