Hoy: ‘Aspectos de la novela’, de E. M. Forster
En Aspectos de la novela, E. M. Forster se pregunta qué es una novela. Se contesta con vacilaciones, imagina respuestas especulativas en voz de distintos tipos de lectores. Un campesino dudaría antes de responder (incluso dudaría durante la respuesta) y al final diría que es “una especie de historia”; un aficionado al golf diría enfáticamente que sólo es una historia y que “pueden llevarse al arte”; y un tercer lector, al que Forster le da un aspecto depresivo, diría que la novela “cuenta” una historia. Más abajo Forster dice que admira al primer lector, que detesta al segundo y que el tercero es él. Pero lo más importante de esos párrafos llega un poco después, cuando recuerda que desde el hombre de Neanderthal lo que importa es el suspenso del relato y que el “novelista” arcaico prefería evitar que le adivinaran los desenlaces para no dormir a su auditorio ni despertarle instintos asesinos.
El libro de Forster, miembro marginal de Bloomsbury, es de 1927 y Sus obras abordan las diferencias de clase y la hipocresía de la sociedad británica de principios de siglo XX. plantea una discutible anatomía del género. La secuencia compositiva que recomienda tiene en cuenta elementos como la historia, la gente, el argumento, la fantasía, la profecía, la forma y el ritmo. Pero al margen del menú, para Forster los personajes lo son todo porque en una novela no es crucial lo que pasa sino a quiénes les pasa. El personaje es la materia dominante de la novela y lo que le permite al narrador no traslucir “demasiado interés por su propio método”. Prefiere la “actuación” de los personajes en un sentido aristotélico, como experiencia de felicidad o sufrimiento.
Está hablando en un momento de la historia de la literatura en la que, al parecer, la literatura aún no era un tema para sí misma, lo que hacía descansar su interés en la fe de los lectores que veían en ella una realidad organizada mediante leyes propias (el único lugar donde la ley hace la realidad es la literatura). En cuanto a los niveles de descripción un poco más técnicos, Forster considera que el relato es una revelación reticente, y que en la reticencia descansa (o se estresa) el estilo. De modo que a su juicio el estilo es un retén de la historia.
Forster acomoda a su gusto los procedimientos y los resultados de Gide, Dickens, Gertrude Stein, Melville, Stern, Tolstoi, Dostoievski, etc. Pero sus mejores momentos (esos no lo son por “competitivos”) ocurren casi como accidentes en el interior de sus argumentos y tienen formas antagónicas. Del lado de la afirmación, considera que una novela es algo que sigue: “Extensión: ésa es la idea a la que debe aferrarse el novelista. No conclusión. No rematar sino extenderse”. Pero antes estuvo la duda: “Casi todas las novelas se debilitan hacia el final. Esto se debe a que el argumento requiere una conclusión. ¿Y por qué es necesario? ¿Por qué no existe una convención que permita al novelista terminar en cuanto se aburre?”. La convención existe, y se llama arbitrariedad.
La conclusión del libro no se anima al pronóstico pero desata la imaginación, en la que podemos ver “a los novelistas de los próximos doscientos años escribiendo también en una sala”. Pasaron ochenta y los novelistas siguen en sus salas, resistiendo como habitantes del pasado.