Perfil (Domingo)

LA MAYORIA FANTASEA CON IRSE, PERO NADIE SE ATREVE A HACERLO

- HUGO

El cuento es breve y García Márquez lo contó, antes de escribirlo, en una charla sobre sus comienzos como escritor que dio en Caracas el 3 de mayo de 1970 y que luego publicó Edición Dominical, el suplemento cultural del diario El Espectador.

La historia comienza en una casa cualquiera de un poblado muy pequeño. La madre, con gesto sombrío, sirve el desayuno y les habla a sus hijos, un chico de 17 y una niña de 14. “Presiento que algo muy grave va a suceder en este pueblo”, dice. Los tres se miran en silencio y cambian de tema. Más tarde, el muchacho se va a jugar al billar y, justo antes de tirar una carambola muy sencilla, un amigo lo desafía: “Te apuesto un peso a que no la haces”. Los demás ríen. Es imposible fallar. Pero falla.

Sorprendid­os, le preguntan qué le pasa. El chico duda, y recuerda la perturbado­ra frase de su madre. Más tarde, el amigo que ganó la apuesta vuelve a su casa, le muestra el peso a su madre y, con tono burlón, cuenta cómo lo ganó. Ella, grave, le contesta: “No te rías de los presentimi­entos de los viejos porque a veces pueden convertirs­e en realidad”.

Un pariente escucha la conversaci­ón y va a comprar carne. Había reservado un kilo pero decide llevar dos. “Dicen que algo grave va a pasar aquí y quiero estar preparado”. Otros clientes lo escuchan y también piden más carne. Tanta, que el carnicero debe matar a otra vaca para cumplir con los pedidos. El rumor crece. Pronto la gente entra en pánico.

La mayoría fantasea con irse, pero nadie se atreve a hacerlo. Hasta que uno se decide. “¡Me voy!”, grita. Los otros hacen lo mismo. El pueblo comienza a ser desmantela­do. Antes de iniciar la huida y para que la desgracia no anide en su casa, un hombre la incendia. El resto lo imita. Las llamas lo devoran todo y los vecinos corren, enloquecid­os. Con ellos, la madre del presentimi­ento, que le dice al chico de la carambola errada: “¿Has visto, hijo, que algo grave iba a pasar?”.

A Hard Rain’s A-Gonna Fall, me advierte desde que tengo uso de razón Bob Dylan, flamante Nobel de Literatura, el mismo premio que con notable obstinació­n le fue negado a Borges. Fuertes lluvias y tormentas perfectas nos inundaron durante años, y acá estamos. Vivitos y coleando. En la espera de Godot y un diluvio de inversione­s. Ay.

Algo grave iba a pasar con el equipo de Bauza. Pasó. Una fuerte lluvia le cayó encima y ellos sin paraguas ni refugio. Es decir, sin Messi. El partido contra Paraguay fue, antes que una humillació­n, una agonía, un lento derrumbe. Peor que el 0-5 contra Colombia de 1993, que fue como la caída del boxeador que, por ir a definir, se come la contra letal. En Córdoba no hubo tropezón ni accidente. Fue, apenas, una muerte anunciada. Atendida por sus propios dueños.

Cantar desafinand­o cada nota es, que nadie lo dude, tan difícil como tener una afinación perfecta. El equipo tuvo una asombrosa virtud en el error. Aquel mal pase de Mascherano que provocó el empate de Perú tuvo, al menos, el drama, la humanidad del que falla y sufre. Este partido me recordó la postal del trágico final de 2001. Una ciudad bombardead­a pero sin huellas, con edificios intactos, como testigos, y la gente deambuland­o con ojos muertos, sin ilusión, sin luz.

Daba pena ver al Kun Agüero. Cuando pateó su penal, la única duda –del público, de los rivales, de él mismo– era si el arquero lo atajaba, si pegaba en un palo o se iba afuera. Con esa pulsión de muerte, entregado, le entró a la pelota.

¿Puede un futbolista rico y con experienci­a angustiars­e hasta lo intolerabl­e, sentirse un pobre tipo? Puede. “¡Hasta los nenes de 8 años me gritaban amargo! Cuando salimos a calentar, escuchaba los insultos y la cabeza me mataba. Trataba de pensar en otra cosa; en Manchester, donde me quieren”. Su frase a lo idishe mame, “ya nos van a extrañar cuando no estemos más”, es de un candor infinito.

El Patón, un tipo duro, firme, fue un náufrago atónito navegando en círculos. Otra vez tiró a Dybala al costado; sacó a Gaitán y a Banega, dos que podían crear juego, embotelló la ofensiva con mil delanteros y mantuvo al pobre Mascherano, que cumplió la fatal definición del estratega chino Sun Tzu: “Lo peor que puede pasar con un mal oficial es que sea valiente y voluntario­so”. Higuaín, furioso, parecía el Jack Nicholson de Atrapado sin salida, en pleno electrosho­ck. El resto fue sólo oscuridad.

Bauza se llamó a silencio para reaparecer, algo incómodo o nervioso, dando su oral en un evento estelar: el regreso de Fernando Niembro a la televisión, a un año de su prudente renuncia al primer puesto en la lista de diputados bonaerense­s de Cambiemos. Le había ido muy bien: 2 millones de votos en las PASO y diez veces más en pesos, gracias a una sospechosa pila de contratos directos entre La Usina –su productora de nombre involuntar­iamente audaz– y el Gobierno de la Ciudad. El escándalo terminó en una causa donde se lo acusó por lavado de dinero. En fin.

¿Qué pasará con estos jugadores que, como Agüero, volverán a ser citados pese a las críticas y el agudo síndrome de angustia colectiva? En un mes se las verán con Brasil allá y con la Colombia de Pekerman acá. Mmm…

Tal vez lo mejor sea seguir al siempre original rabino Bergman, ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentabl­e, que viendo el bruto recorte presupuest­ario en su área y frente al peligro de los incendios estivales, nos aconseja con su mejor sonrisa: “Para el verano, lo más útil que podemos hacer es rezar”.

¿Se dan cuenta, muchachos? Seguimos vivos de milagro.

ASCH

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