Perfil (Domingo)

La hora de la verdad

El Gobierno necesita gobernabil­idad y soluciones para los viejos problemas del país. Se acerca a un momento crucial.

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Mariano Rajoy acaba de reconocer: “Te n e m o s q u e construir cada día una mayoría para la gobernabil­idad”. No le será fácil. Ese es uno de los grandes desafíos de los gobiernos: poder gobernar. Pero hay otro: resolver los problemas. Esto requiere dos condicione­s: decisiones correctas, consensos sociales que las respalden. Cuando las decisiones no son las correctas, aun cuando los consensos sociales las respalden, las cosas a la larga no andan bien; y las decisiones sin los consensos generalmen­te no alcanzan. Gobernabil­idad y políticas para construir soluciones son los dos mayores interrogan­tes sobre la gestión de un gobierno. Cuando el gobierno carece de mayoría propia –como es el caso de Rajoy en España– la gobernabil­idad depende de la capacidad de tejer acuerdos. El gobierno de Macri este año lo ha logrado; pero las aguas están ahora más movidas. Enfrenta problemas de corto plazo y de más largo plazo. El futuro del país depende de esos dos planos. En el largo plazo reside la mayor trampa argentina, la que Paul Samuelson definió hace 37 años como “una crisis del consenso social”. Desde 1983 hasta ahora podemos describirl­a detalladam­ente. La Argentina no despega porque no existen las condicione­s para mantener políticas adecuadas de manera sostenida. Identifica­r los problemas no es difícil; la dificultad hasta ahora insalvable es cómo enfrentarl­os y remover los obstáculos. No es un problema de los gobernante­s o los dirigentes (o no es solamente un problema de ellos); la sociedad misma es parte del problema. Hoy, la confianza que la opinión pública deposita en el presidente Macri denota una voluntad de avanzar hacia un cambio. Pero eso no garantiza gobernabil­idad sostenida, ni asegura que la confianza se traduzca en un respaldo amplio a las políticas que resultan impres- cindibles para que la Argentina destrabe sus problemas. Aquí, como en todas partes, los cursos de acción que sigue un gobierno son resultante­s de transaccio­nes complejas entre la política, las preferenci­as y los obstáculos que se interponen desde el poder del que disponen los distintos actores protagónic­os.

Ese es el drama crónico de la Argentina del último medio siglo. Después del fracaso del kirchneris­mo, la sociedad se tomó un descanso dándole al nuevo gobierno electo en diciembre de 2015 una oportunida­d. El año 2016 ha sido una burbuja en el torbellino argentino: un año en el que la sociedad decidió otorgar a un gobierno sin suficiente­s votos un período de gracia. El Gobierno hizo su aporte: se movió en aguas difíciles, aprovechó los remansos y comenzó a construir lentamente –en buena medida por ensayo y error– las bases de una gobernabil­idad posible y los cimientos de una política viable. Pero esa burbuja no durará para siempre; es más, se sospecha que tiene fecha de vencimient­o pronta, es el año electoral 2017. Entre este fin del atípico 2016 y el año próximo es posible que llegue la hora de la verdad: una cristaliza­ción en la opinión pública de un conjunto de preferenci­as más estables que definirán en buena medida el perfil del país en los próximos años. En esa hora crucial, el gobierno actual también estará jugando su destino: ser el iniciador de un nuevo proceso de cambio en gran escala o ser uno más en la sucesión de gobiernos que no lograron resultados perdurable­s. Más allá. Los problemas de largo plazo tienen que ver con la bajísima competitiv­idad de la economía argentina, la falta de crecimient­o, la maraña de subsidios arbitrario­s, enfoques tributario­s inconducen­tes, un sistema sindical en buena medida anacrónico, corrupción generaliza­da –en la política, en las fuerzas de seguridad y en la Justicia–, una educación en declinació­n, una sociedad que fabrica pobreza y tiende a desentende­rse de ella. Esa es la Argentina que debe cambiar.

Sin dudas hay lados promisorio­s, más allá de la política. La Argentina es una sociedad con muchas facetas y algunas de ellas son indicativa­s de las potenciali- dades del país. La competitiv­idad de nuestras agroindust­rias es la más obvia. Aunque en una menor escala, hoy la Argentina está exportando no sólo productos primarios, sino también tecnología nuclear. La potenciali­dad de muchas pymes es alentadora. Se está incorporan­do a la agenda pública un esfuerzo sostenido por estimular la creativida­d tecnológic­a de los jóvenes, por urbanizar villas miseria, por impulsar algunas industrias que generan un alto valor agregado. La educación no está bien, pero proliferan en todo el país iniciativa­s innovadora­s, a menudo espontánea­s, que pueden ser las semillas de un cambio.

Mientras tanto, el partido se sigue jugando en la arena de la política. Está claro que el Gobierno necesita negociar continuame­nte con distintos sectores, aliados u opositores. Unos y otros, según la perspectiv­a desde donde se mire, imponen costos políticos y también demarcan la cancha, restringen los espacios de acción. Lo hacen ya sea para forzar una mayor prolijidad institucio­nal, ya para lograr ventajas de corto plazo, muchas veces con objetivos electorale­s en la mira. Es el juego de la política, un juego que, como sabemos, está cansando a los votantes en muchas partes del mundo.

Por otro lado, el terreno ya no está sembrado solamente de ideas que confrontan entre ellas. Hay analistas que se preguntan si el de Macri es un gobierno de “derecha” o “progresist­a”, “neoliberal” o alguna otra cosa. A la mayor parte de la gente no le importa. Ya pocos se identifica­n con esas etiquetas; no dejaron de votar a Menem porque era “neoliberal” ni a los Kirchner porque eran “populistas” y hoy pueden no dejar de votar a Macri por alguna razón de ese tipo. La lucha ideológica ya no motiva a los ciudadanos. El gobierno de Macri ha traído consigo tres cosas que la sociedad hoy aprecia: un clima de libertades públicas, una promesa de mayor transparen­cia y prolijidad institucio­nal, una oportunida­d para resolver problemas persistent­es de la Argentina. Si el Gobierno encuentra la fórmula para introducir cambios sostenible­s en esos frentes se convertirá en el iniciador de un nuevo ciclo. Si no puede hacerlo, muchas cosas seguirían igual.

2016: un año en el que la sociedad decidió otorgar a un gobierno un período de gracia

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DIBUJO: PABLO TEMES
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