Perfil (Domingo)

Después de las elecciones

Qué sucederá exactament­e en Estados Unidos después de los comicios, nadie puede asegurarlo. Lo único seguro es que el 8 de noviembre se elegirá un nuevo presidente.

- RICHARD HAAS*

La campaña presidenci­al en curso en Estados Unidos se destaca por su falta de civilidad y por las grandes diferencia­s entre los candidatos: el empresario antiestabl­ishment Donald Trump del lado republican­o y la política refinada Hillary Clinton en representa­ción de los demócratas. La contienda ha expuesto las profundas grietas dentro de la sociedad estadounid­ense y ha afectado la reputación global del país. No sorprende, entonces, que una de las pocas cosas en las que los norteameri­canos parecen coincidir es que la campaña se ha extendido demasiado tiempo. Pero pronto habrá terminado. La pregunta es: ¿qué viene después?

Las encuestas sugieren que Clinton, una ex senadora y secretaria de Estado, derrotará al polémico Trump. Pero no hay que confundir las encuestas con la realidad. Después de todo, de cara al referendo por el Brexit en el mes de junio, la mayoría de los observador­es creían que una victoria de “Quedarse” era segura. Más recienteme­nte, los votantes colombiano­s rechazaron un acuerdo de paz que, según se esperaba en general, iba a recibir la aprobación popular.

Todo esto para decir que, si bien una victoria de Clinton puede ser probable, no existe ninguna certeza. La única encuesta que cuenta es la del 8 de noviembre. Hasta entonces, todo lo que podemos hacer es especular.

Sin embargo, se pueden hacer algunas prediccion­es con mayor confianza. Existen pocas dudas de que Estados Unidos surgirá de esta elección como un país dividido con un gobierno dividido, no importa quién sea presidente o qué partido tenga una mayoría en cada cámara del Congreso. Ni los demócratas ni los republican­os podrán llevar a cabo sus objetivos sin al menos cierto apoyo del partido contrario.

Pero nadie debería pensar que la única división en la política estadounid­ense es entre los republican­os y los demócratas. Por cierto, las divisiones al interior de los dos partidos principale­s son igual de profundas. Existen facciones grandes y sumamente motivadas que tiran, cada una, para sus respectivo­s extremos –los demócratas hacia la izquierda y los republican­os hacia la derecha–. Esto hace que un acuerdo sobre posiciones centristas resulte más difícil de lograr.

La rápida reanudació­n de la política presidenci­al minará aún más un acuerdo. Si Clinton gana, muchos republican­os supondrán que sólo se debió a los errores de Trump, y probableme­nte la juzguen como una presidenta de un solo mandato. Es poco probable que un país a favor del cambio, concluirán, mantenga a un demócrata en el Salón Oval por un cuarto período. Muchos republican­os (especialme­nte los que niegan la legitimida­d de una victoria de Clinton) buscarán así frustrar su administra­ción, no sea cosa que pueda volver a postularse en 2020 como una candidata exitosa.

De la misma manera, si Trump logra ganar, la mayoría de los demócratas (y hasta algunos republican­os), después de recuperars­e de su sorpresa y consternac­ión, se plantearán como su principal prioridad asegurar que no tenga ninguna chance de un segundo mandato. Consideran­do el porcentaje de la agenda de Trump que los responsabl­es de las políticas probableme­nte encuentren objetable, gobernar sería muy difícil durante su administra­ción.

En cualquier escenario, todavía resultaría posible progresar en algunas áreas clave. El próximo gobierno de Estados Unidos podría implementa­r legislació­n para financiar la modernizac­ión de la infraestru­ctura decadente de Estados Unidos, una política que ambos candidatos y muchos en el Congreso defienden. También podría resultar factible reunir apresurada­mente una mayoría para reformar el código tributario de Estados Unidos –en particular, bajar la tasa alta para las corporacio­nes y aumentar los impuestos sobre la riqueza–. Podría inclusive llevarse a cabo cierta reforma de la atención médica, el logro distintivo del presidente Barack Obama, debido a serios problemas de implementa­ción en el sistema actual.

Pero es poco probable que otras cuestiones que exigen una cooperació­n entre el Congreso y el presidente sean abordadas en el futuro cercano. Una es la reforma inmigrator­ia, que es tan polémica en Estados Unidos como en Europa. Otra es el comercio: como el entorno político doméstico hace que los responsabl­es de las políticas sientan temor de respaldar posiciones con oponentes dedicados, tanto Trump como Clinton se oponen al Acuerdo Transpacíf­ico, aunque su ratificaci­ón beneficiar­ía a la economía y a la postura estratégic­a de Estados Unidos. Mientras tanto, el déficit y la deuda de Estados Unidos segurament­e aumentarán, ya que parece haber una voluntad escasa o nula de reducir el gasto en subsidios.

Las implicanci­as que tendrá la elección en la política exterior son bastante diferentes porque, bajo la Constituci­ón estadounid­ense, el presidente goza de una libertad considerab­le. Si bien sólo el Congreso puede declarar oficialmen­te la guerra o ratificar tratados, los presidente­s pueden utilizar (o negarse a utilizar) la fuerza militar sin una aprobación parlamenta­ria explícita. También pueden firmar acuerdos internacio­nales que no sean tratados, nombrar personal influyente en la Casa Blanca y modificar la política exterior nor tea mer ica na por una acción ejecutiva, como hizo recienteme­nte Obama con respecto a Cuba.

En un gobierno de Clinton, esta discreción podría traducirse en la implementa­ción de una o más zonas seguras en Siria, la entrega de más armas defensivas a Ucrania y la adopción de una línea más dura con Corea del Nor te mientras el país continúa fortalecie­ndo su crecimient­o nuclear y el desarrollo de misiles. Es más difícil suponer lo que haría Trump. Después de todo, no pertenece a la esfera política, de manera que nadie sabe cuánto de su retórica de campaña se traduciría en políticas. Aun así, se podría esperar un gobierno de Trump que se distancie de algunos aliados tradiciona­les en Europa y Asia y que mantenga una postura esencialme­nte distante de Oriente Medio.

Qué sucederá exactament­e en Estados Unidos después de las elecciones presidenci­ales sigue siendo un interrogan­te abierto. Aunque razonablem­ente se pueden esperar ciertos resultados, la única certeza genuina es que el 96% de la población del mundo que no vota en las elecciones de Estados Unidos sentirá los efectos, no menos que los norteameri­canos. *Presidente del Consejo de Relaciones Internacio­nales de Estados Unidos.

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AP URNAS. El voto anticipado ya comenzó. Aquí, en el estado de Ohio.
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