Perfil (Domingo)

Nuevo modelo

- MARIO CORIOLANO*

La violencia social y la violencia institucio­nal, en crecimient­o y retroalime­ntación, reclaman nuevas formas de pensar y actuar, y es un nuevo modelo alternativ­o con enfoque en derechos humanos una de las posibles formas de romper ese círculo vicioso de mayor violencia social e institucio­nal.

La violencia social y sus causas estructura­les (económicas, políticas, institucio­nales) y culturales, que agudizan la tensión entre inclusión y exclusión social –sobre todo de los más vulnerable­s, esto es personas que no acceden al empleo formal, con trayectori­as educativas incompleta­s, con restriccio­nes de acceso a la salud, a la vivienda– reclaman políticas públicas activas, para la prevención con carácter integral, construida desde los derechos civiles y políticos como de los económicos, sociales y culturales.

La violencia institucio­nal vinculada a la seguridad ciudadana tiene que ver con las policías –corruptas y violen- tas–. Dicha brutalidad policial, regida por criterios de selectivid­ad hacia los más vulnerable­s, hace que recaiga sobre los jóvenes, pobres, con criterios racistas, entre otros, dándose una sobrecrimi­nalización-desprotecc­ión. Sobrecrimi­nalización que surge de la selectivid­ad. Desprotecc­ión, de la selectivid­ad a la hora de responder a la victimizac­ión.

Del mismo modo, las políticas e institucio­nes judiciales y penitencia­rias impactan en un aumento de la violencia institucio­nal con altos niveles de impunidad frente a la proliferac­ión de abusos de poder, presos sin condena hacinados, plazos de enjuiciami­entos irrazonabl­es, casi nulos índices de readaptaci­ón social –10 millones, aproximada­mente, de presos en todo el mundo–. Cabe destacar el rol del Poder Judicial en términos de la referida sobrecrimi­nalización y desprotecc­ión –vg. impunidad de la tortura, generaliza­da o sistemátic­a–.

Las reformas policiales, judiciales y penitencia­rias no han tenido el norte en los derechos humanos; por el contrario, se han inspirado en criterios eficientis­tas que han deteriorad­o las policías, poderes judiciales y servicios penitencia­rios, inmersos en profundas crisis de funcionami­ento y legitimida­d ante la humanidad.

Se debe revisar el binomio prevención del delito y Justicia Penal, que está generando confusione­s conceptual­es de impacto estratégic­o en los actores que deben liderar el diseño, implementa­ción y evaluación de las políticas públicas involucrad­as en los planos locales, regionales y del sistema universal.

Reitero que esa retroalime­ntación de violencia social e institucio­nal reclama la implementa­ción urgente de un modelo alternativ­o con perspectiv­a en derechos humanos que reemplace al actual.

Ese modelo integral ha de recorrer diferentes experienci­as constituti­vas de buenas prácticas, a saber: programas de ciudades justas y seguras; los que impulsan que los gobiernos locales tengan mayor injerencia y responsabi­lidad en la temática, y el valioso antecedent­e de la investigac­ión y posterior informe efectuado y publicado de manera conjunta por la Ohchr y la CIDH –por iniciativa de organizaci­ones de la sociedad civil–, con énfasis en los derechos civiles y políticos en el año 2009.

Mucha normativa internacio­nal y reiteradas recomendac­iones de los órganos de tratado y relatores temáticos son incumplida­s, pues las políticas públicas y el funcionami­ento de las institucio­nes involucrad­as –policial, judicial y penitencia­ria– han descuidado o despreciad­o los derechos humanos. *Miembro del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

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