Perfil (Domingo)

Los restos mortales no son algo insignific­ante

- MONSEñOR VICTOR MANUEL FERNANDEZ*

A diferencia de las costumbres judías e islámicas, que no la admiten, la Iglesia Católica permite a sus fieles la cremación de los cadáveres. Ahora, frente a consultas llegadas desde diferentes lugares, la Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe sencillame­nte ha recordado y explicado las normas ya vigentes.

No hay nada nuevo. Esto ocurrió porque la práctica de la cremación se ha vuelto muy frecuente y llega a ser objeto de acciones extravagan­tes. Pero no creo que el Papa haya esperado que esto tuviera tanta difusión, tratándose sólo de orientacio­nes generales para el discernimi­ento prudencial de los obispos.

Para el público no habituado al lenguaje eclesiásti­co, estos textos son difíciles de entender, y siempre se los interpreta como más restrictiv­os de lo que son en realidad.

Por ejemplo, aunque el texto pide evitar la dispersión de las cenizas, no afirma que se le negarán las exequias a todo el que decida hacerlo, salvo que lo haga “por razones contrarias a la fe cristiana”. Pero esto es obvio. En ese caso, en realidad se evitan las exequias por respeto al difunto, que no tiene conviccion­es cristianas.

Lo que la Iglesia quiere destacar es que los restos mortales no son cualquier cosa, son algo más que arena. No son desperdici­os, no son algo insignific­ante. Son restos de ese cuerpo que no fue una prisión del alma, sino su modo de expresarse, con el cual luchó, amó El rector de la UCA (der.) es el hombre de consulta permanente de Bergoglio. y sufrió. Esos restos no son la persona, pero de algún modo conservan una historia que nos involucra. Por eso se prefiere mantener hacia ellos un respeto que nos ayuda a mantener lazos de afecto.

Yo mismo, años atrás, había pedido a mi familia que un día arrojaran mis cenizas al arroyo de nuestro pueblito de Córdoba. Pero después pensé en mucha gente que me quiere, y para no complicarl­es la vida prefiero dejar de lado ese deseo de modo que puedan visitarme y rezar por mí en un cementerio.

Tampoco hay una prohibició­n absoluta de conservar las cenizas en el hogar, porque podría haber circunstan­cias serias que lo justifique­n.

El texto dice exactament­e que las cenizas del difunto deben mantenerse en un lugar sagrado “por regla general”. Así queda claro que se tienen en cuenta situacione­s especiales.

Siempre la Iglesia intenta favorecer que sus fieles hagan un duelo adecuado, que puede abortarse con la dispersión de las cenizas. Quienes hemos acompañado a personas que perdieron a un ser querido sabemos que el duelo necesita tiempo. Al comienzo se va a cada rato a la tumba, luego menos, y cuando el duelo está cerrado las visitas son poco frecuentes. La cremación puede complicar este proceso.

No somos sólo espíritu, y los procesos humanos necesitan algo más que la imaginació­n: requieren a veces caminar, visitar, tocar. Si, además, está pendiente un perdón o una reconcilia­ción, la cremación puede ser un recurso fácil para evitarlo, y de ese modo no se termina de sanar la historia vivida.

Pensemos también que hay otras personas involucrad­as: puede suceder que la esposa decida cremar a su marido, y que la madre de él sufra mucho por esa decisión, que enmaraña todavía más su propio duelo. Otras veces ese duelo se prolonga excesivame­nte y de modo artificial, y esto puede ocurrir cuando se conservan las cenizas en el propio hogar.

Es verdad que puede haber otras situacione­s, excepciona­les, y por eso el texto usa la expresión “por regla general”. La experienci­a pastoral muestra que a veces las situacione­s concretas nos rompen todos los esquemas. *Rector de la Universida­d Católica Argentina. Es uno de los hombres más cercanos al pensamient­o del papa Francisco.

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