‘El ciudadano ilustre’: una película sobre la miseria de los pueblos chicos y mucho más
Un escritor reflexiona sobre la figura de su colega de ficción, Daniel Mantovani, protagonista del film que le valió a Oscar Martínez un León de Oro en Venecia. Retrato impiadoso de un hombre mezquino y megalómano.
El ciudadano ilustre ofrece el retrato de un hombre singularmente mezquino, petulante, quisquilloso, megalómano. Se llama Daniel Mantovani y su oficio es escritor; Mantovani pretende, no se sabe por qué, que el hecho de dedicarse a escribir es lo que explica, o más bien justifica, sus destratos y sus desplantes, sus desprecios y sus desdenes, su irritante forma de ser. Mantovani ha ganado el Premio Nobel de Literatura, y es con la entrega de tamaño galardón que empieza la película de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Comienza en Estocolmo y continúa en Barcelona, que es donde Mantovani reside y se muestra fatigadamente agobiado de los tantos reconocimientos que recibe, de las tantas invitaciones que le ofrecen, que declina uno tras otro con el aire de hastío de una diva que se aburre al comprobar que todo lo que existe es menos de lo que se merece.
Pero el asunto de El ciudadano ilustre es otro: Mantovani ha nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, llamado Salas, del que se fue a los 20 años y al que jamás quiso regresar (ni siquiera, como le reprocharán en un momento dado, para asistir al entierro de su padre). Premio Nobel, consagrado, recibe en su mansión catalana una invitación de su pueblucho de origen y, en medio del mar de rechazos en el que trata de flotar su asistente, Mantovani decide aceptar la invitación más modesta y más nimia: a Salas sí viajará.
En Salas lo reciben como lo que es: un héroe local (y hay un punto en el que, por un curioso juego de escalas, el heroísmo local resulta más amplio que el renombre mundial). No le ahorran nada: el mejor hotel del pueblo (que a Mantovani, empero, le resulta “rumano”, su manera de decir que no le gusta), el paseo en el camión de bomberos, el busto de homenaje en la plaza principal, la declaración de ciudadano ilustre. Le consiguen, incluso, aunque algo tarde, el colchón de látex que han sabido que el escritor exige, pues no admite ni resortes ni gomaespuma (así son las grandes estrellas: Justin Bieber, Pamela Anderson… Mantovani).
A primera vista, El ciudadano ilustre parece ser una película sobre las miserias de los pueblos chicos. Pero ocurre que no son nada comparadas con las de Daniel Mantovani. En Salas hay gente buena y gente mala, lo mismo que en todas partes: algún pesado, algún prepotente, algunos zonzos, algunas personas valiosas. La petulancia de Mantovani es, en cambio, de excepción. Le toca hacer muchos discursos (empezando por el del Nobel), pues va de homenaje en homenaje, de conferencia en conferencia; en todos despliega jactancias y reparte desmerecimientos. Suele hablar con frases de