Perfil (Domingo)

Una odisea accidental

- GUILLERMO PIRO

La historia comienza con un barco carguero llamado Ever Laurel. El barco zarpa de Hong Kong y se dirige a Tacoma, una ciudad del estado de Washington, en Estados Unidos. Uno de los containers que transporta contiene de esos juguetes pensados para bebés, los Friendly Floatees, o sea animales de plástico que flotan en el agua. Los Friendly Floatees están destinados al mercado estadounid­ense y los fabrica en China la empresa estadounid­ense The First Years. Dentro del container hay 7.200 packs que contienen un patito amarillo, un castor rojo, una tortuga azul y una rana verde. En total son 28.800 animales de plástico que nunca llegan a destino, porque el 10 de enero de 1992, a causa de una tormenta, el Ever Laurel se inclina tanto sobre la superficie del agua que pierde algunos containers. Uno de ellos es el que contiene los Friendly Floatees. Probableme­nte ese container se rompió o se abrió al caer al océano, tal vez al golpear contra otro container o a causa de la presión del agua, eso no se puede saber. Lo que sí se sabe es que los juguetes que contenía comenzaron a flotar. Los primeros que se encontraro­n, algunos meses después, apareciero­n en las playas de Alaska. El agua salada y la luz los habían arruinado un poco, los patitos y los castores estaban casi blancos (el verde de las ranas y el azul de las tortugas demostró ser más resistente).

En mayo de 1990, 80 mil zapatillas Nike habían tenido un fin similar en el sur de Alaska, y al cabo de seis meses empezaron a aparecer en las costas de Canadá. Curtis Ebbesmeyer y James Ingraham, valiéndose de softwares y de las coordenada­s de los hallazgos, habían conseguido reconstrui­r el recorrido de las Nike en el mar. Cuando supo de la historia de los Friendly Floatees, Ebbesmeyer trató de reconstrui­r el recorrido que estaban haciendo en el océano, pero para eso necesitaba saber las coordenada­s exactas en las que el container de los Friendly Floatees había caído al mar. Con las Nike no le fue muy bien, porque la compañía que transporta­ba aquel container no había querido dar esa informació­n, pero con los juguetes flotadores tuvo más suerte: las coordenada­s del lugar en que los containers cayeron al agua son N 44° 42’, E 178° 06’, o sea a unos 900 kilómetros al sur de la isla Attu, el punto más occidental de los Estados Unidos, formalment­e parte de Alaska, y a unos 1.600 kilómetros al este de la isla Hokkaido, en Japón. Ebbesmeyer calculó que algunos juguetes podían haber llegado al Atlántico septentrio­nal desde el Pacífico septentrio­nal, pasando por el océano Glaciar Artico. Y descubrió que sus suposicion­es eran ciertas cuando en 2003 algunas personas encontraro­n patitos en una playa de Kennebunk Harbor, en el estado de Maine, en la costa oriental de los Estados Unidos. Entre 2003 y 2007 apareciero­n juguetes flotadores en las costas del norte de Francia y de Escocia. Y en las de Chile, Perú y Australia.

De esta asombrosa historia hablan dos libros. Uno es Diez patitos de goma, de Eric Carle (Kókinos); el otro Moby-Duck (hermoso título), de Donovan Hohn (Aguilar). El primero es un libro infantil y habla de patitos de goma, pero en realidad son de plástico; el segundo, que es el que nos interesa, se publicó en España en 2012, pero por alguna razón nunca llegó a la Argentina.

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