Perfil (Domingo)

Adiós a la épica

- OSVALDO BAIGORRIA

Una frase repetida por el escritor Néstor Sánchez desde la publicació­n de su último libro, “La condición efímera”, en 1989, catorce años antes de su muerte, es el disparador de un documental sobre el autor realizado por Matilde Michanie y de estas reflexione­s de Osvaldo Baigorria, quien plasmó sus propios recuerdos en “Sobre Sánchez”.

Podría decirse que las últimas palabras de Néstor Sánchez (1935-2003) fueron “se acabó” o “perdí la épica” o “me quedé sin épica”. Es lo que decía a su amigo Hugo Savino, a su hijo Claudio, a su psicoterap­euta Ruth Taiano, a Mariano Fiszman, a Pablo Ingberg, a Carlos Riccardo y a todo aquel que le preguntara por qué no había vuelto a escribir después de los doce relatos de La condición efímera en 1989.

Se acabó la épica es también el título del documental de Matilde Michanie sobre Sánchez. Por cierto, éste se refería estrictame­nte a su épica personal: “Vivir en estado de peligro”, como un lumpen, un vagabundo, un buscador en cuerpoespí­ritu que salió al camino después de publicar dos novelas, Nosotros dos (1966) y Siberia blues (1967). Un camino que cruzó varias fronteras de Sudamérica, Norteaméri­ca y Europa hasta traerlo de vuelta –luego de haber publicado otras dos novelas, Cómico de la lengua y El amhor, los orsinis y la muerte– a su barrio natal de Villa Pueyrredón en los 80.

Si lo épico se entiende como relación de actos heroicos y extraordin­arios, o como el esfuerzo por alcanzar aquello que está más allá de lo común y corriente, está claro que los últimos años de Sánchez habían perdido esa dimensión. En su última entrevista dio detalles de su rutina cotidiana a Lautaro Ortiz para Página/12: “A veces por las tardes voy a un bar que está aquí cerca y me permito pensar por un momento en la escritura, y es evidente que aparece una leve onda de sosiego, como si me fuera dado encontrar una épica en esta vida monótona que llevo. Es que nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida presente o pasada y esto ahora ya no puede ser: me quedé sin épica”. En un repor taje anterior de Alejandro Longhi para la revista digital La idea fija, en 2000, explicó su “idea fija”: nunca había pretendido “vivir para escribir” sino todo lo contrario. Se había propuesto escribir “en un último extremo de mí mismo”. Y ahora “se me terminó la épica. Para poder escribir tendría que recurrir a mi pasado… y eso ya está hecho”. El peligro en esos años era volverse “profesoral”, apoyarse en su propio aprendizaj­e para influir en otros, “una finalidad ideológica que siempre me había negado a tener. Escribir así era inmoral. Por eso el último relato, Devociones, lo escribí pensando que ya no iba a escribir. Y por eso cierra el libro: quedaban las devociones, nada más”.

De modo que todo señala este último texto de La condición efímera como su verdadera despedida. Quedaron allí la devoción y el adiós a los cuadernos de notas que había trasladado a todas partes, esas “páginas de limosna con perfume a encierro”. A los méritos propios, protegidos por el desprecio feroz que sentía el escritor-lumpen a la ostentació­n. A su naturalida­d “en genitales, expuesta a todos los vientos” por no decir en pelotas y a la intemperie. A “ciertas horas en que los pasos apenas se escuchan en la intimidad de los otros porque todo calla y se resigna a la fatiga estricta- mente sabia”.

Uno tiene o debería tener el derecho a la fatiga, al cansancio, al retiro y al aburrimien­to luego de haber vivido hasta el fondo su travesía y sentir que lo ha dicho todo. Pero convengamo­s en que debió ser difícil para los demás encontrars­e con esa pared: “No escribo porque no tengo más nada que contar”. Los amigos podían insistir con que habría algo en esas conversaci­ones de bar o incluso en el propio tedio para transforma­r en literatura. O algo que el escritor pudiese fantasear, imaginar, como le decía Liliana Heer. No obstante, ya podían encontrars­e claves de la disyuntiva ética de Sánchez desde principios de los 70.

La posibilida­d de dejar de escribir está insinuada en una entrevista de Reynaldo Mariani en ARTiempo en 1969. En el articulo “Sobre otro monólogo” (Lima, 1971), propuso una decantació­n que llevaría a un “rechazo paulatino de aquello que no debe hacerse”: no ficcionar para ilustrar una tesis ni para dar informació­n al servicio de una idea o militancia, porque uno recurre a la ficción cuando su propia vida no puede convertirs­e en materia estética. No alejarse nunca de la poesía, no convertirs­e nunca en escritor profesiona­l. En el ensayo En relación a la novela como proceso o ciclo de vida (Pittsburgh, 1971), insistía: evitar la novela donde sucedan “cosas interesant­es”, donde “ambulen personajes que a su vez digan cosas interesant­es” y donde se pretenda eludir la pesadez y el drama de la vida mediante la invención de una historia y “personajes consecuent­es” que realizan acciones que “irán fatalmente a cumplirse”. Si alguien se siente condenado a repetir viejas palabras siempre “cabe la decisión de no volver a escribir”.

O sea que Sánchez habría sido obstinado pero no le faltó coherencia. En sus ú lt i mos años podía llegar a deprimirse y aburrirse, pero no quería aburrir. Ni tampoco entretener. Cuidado con las letras: sólo perdió la épica, no la ética. Así que se despidió temprano y en silencio a los 68, en una madrugada de la etapa final de ese camino que había unido como pocos la escritura con la vida.

¿Lo épico se entiende como relación de actos heroicos y extraordin­arios? ¿O como el esfuerzo por alcanzar lo que está más allá de lo común y corriente?

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SANCHEZ. Dice Baigorria: “Uno debería tener el derecho a la fatiga, al retiro y al aburrimien­to luego de haber vivido hasta el fondo su travesía y sentir que lo ha dicho todo”.

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