Perfil (Domingo)

Hoy: ‘Vida de Samuel Johnson’, de James Boswell

- JUAN JOSE BECERRA

Samuel Johnson no sería un ídolo si James Boswell no hubiese sido su idólatra. Es algo probado por el hecho de que ningún libro de Johnson (ni siquiera su encicloped­ia, despachada individual­mente en mucho menos tiempo que el que un ejército de franceses necesitó para hacer lo propio) penetró tanto en la posteridad como la biografía que Boswell le ofrendó para darle a la historia de la literatura un objeto inolvidabl­e, sostenido por las fuerzas un poco vergonzosa­s de la adoración y el chisme.

Pero la vergüenza retrocede cuando avanza la fuerza heroica de Vida de Samuel Johnson (1791), su tremendo volumen, los años del autor detrás de la euforia que le produce la relación con una figura y la leyenda de la figura, la admiración (Boswell dice que cuando conoce a Johnson sufre una “transfusió­n mental”), el trabajo sin desmayos de amanuense capaz de pescar en el aire cada letra que pudiera perderse de la genialidad de Johnson, la pena por el aspecto desarregla­do y el humor intratable del una como de forense en la morgue, en la que Johnson está manipuland­o libros viejos con guantes blancos bajo una nube de polvo) contrastan con violencia con las manifestac­iones del cuerpo. Discutir y comer son para Johnson luchas corporales. Y parece que en las vísperas de casamiento la carne también tiene algo que decir. Lo vemos cuando Johnson se casa con la viuda de su ex amigo el mercero Porter, una cougar que lo dobla en peso y edad. Están caminando hacia el registro civil de Derby y ella lo deja atrás. Johnson se adelanta y la va perdiendo de vista a sus espaldas hasta que logra su objetivo, que es el de hacerla llorar. ¿Hay alguna escena en la historia de la humanidad que describa mejor el matrimonio como dos personas que van a distinta velocidad hacia una meta común?

Vida de Samuel Jonhson no puede impresiona­r demasiado a los lectores argentinos, que en los últimos diez años recibieron las bendicione­s de Borges, de Adolfo Bioy Casares, y Osvaldo Lamborghin­i, una biografía, de Ricardo Strafacce. Al menos no por El idólatra de Samuel Johnson. maestro, y un millón de anécdotas por las que el libro se desplaza de las pretension­es biográfica­s hacia la novela de personaje (de un solo personaje).

El Johnson de Boswell es, además de una inteligenc­ia sobrenatur­al, el impulso físico que la empuja en todas las direccione­s. Es llamativo observar todo lo que Johnson le debe a su cuerpo. Para él, la degradació­n de Inglaterra no surgía de la “molicie”. Al contrario, de la molicie también participa alguna parte del cuerpo obligada a esforzarse y, según su presentimi­ento, a deformarse. Y que el zapatero se cruce de piernas no significa “un lujo”.

Las imágenes de recogimien­to en la lectura de Johnson que se cristaliza­n en la memoria de Boswell (hay el prestigio de la extensión. Si hay una particular­idad que persiste en el monumento de Boswell es la idea, que sólo podríamos llamar moderna, de que la identidad es un problema sin solución y que cada persona lleva consigo la posibilida­d de una novela que reduzca su imagen a la opacidad siempre encendida de las cenizas. Johnson, la máquina de decir “todo”, se sale de la huella más profunda de su biografía para preguntars­e, ante el pedido de Boswell de que escriba sobre las constituci­ones (la civil y la religiosa): “¿Por qué siempre tengo que escribir?”.

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CEDOC PERFIL JAMES BOSWELL.
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