Las últimas cacerías
El saludable cambio que se produjo en los últimos años en el criterio de gran parte de la población en cuanto a la preservación de la fauna salvaje causa asombro si uno compara la adhesión del público a las películas filmadas hace seis décadas que mostraban la caza de animales en toda su crueldad.
Pasión en la selva, de Zoltan Korda, y Las nieves del Kilimanjaro, de Henry King, ambas con Gregory Peck, se basaron en cuentos de Ernest Hemingway, un escritor experto en cacerías. En la primera, Peck guiaba a un matrimonio a cazar búfalos, y en la segunda era un escritor que, al sufrir una herida durante una cacería, reflexionaba sobre su vida en Madrid, París y la riviera francesa. Luego, en Moby Dick, personificó al capitán Ahab, cuya obsesión era alcanzar a la ballena blanca para clavarle su arpón.
En 1956, el cine inglés produjo dos películas en Kenya. Odongo mostraba a un cazador de animales exóticos destinados a los circos o los parques zoológicos. Safari narraba la historia de un guía que conduce una expedición de caza y a la vez busca vengar la muerte de su familia a manos de los nativos. En una escena que debía filmarse en un lago, el director, Terence Young, aseguró al protagonista, Victor Mature, que los cocodrilos serían ahuyentados por disparos por tener un oído mas perceptivo que los humanos. Mature igualmente se zambulló con temor, pensando que algún cocodrilo podría haber sido sordo. Lo interesante de Safari es que se filmó durante la rebelión de los mau mau, algo que añadía inquietud y suspenso al rodaje. La última cacería, de Richard Brooks, muestra el despiadado exterminio de búfalos en 1880 en el noroeste de los Estados Unidos, cuando ese animal era considerado un estorbo para los ferrocarriles. El problema se le crea al protagonista cuando mata a un búfalo blanco, sagrado para los indígenas, pero no son ellos quienes castigan al cazador sino la naturaleza, cuando una nevada lo hace morir congelado.
En estos tiempos no tan lejanos, la matanza de animales que mostraban esos films no era objetada, sino más bien celebrada por los espectadores. Es más, si se estrenaban en invierno era común que la concurrencia femenina ingresara a las salas luciendo tapados de piel, sin pensar en su origen.