Perfil (Domingo)

La cámara lúcida

- LAURA ISOLA

Nada más elocuente que el manifiesto de un grupo artístico. Allí se exponen las ideas nuevas, se cometen parricidio­s, se listan los objetivos con mayor o menor vehemencia. Nada tan definitivo como el nombre que se da como un bautismo a un recién nacido. Entonces, f/64, como se llamaron a sí mismos Edward Weston, Paul Strand, Ansel Adams, entre otros, es toda una declaració­n (escueta) de principios. En 1932, en California, estos fotógrafos decidieron llamarse apenas por el número de diafragma de una lente fotográfic­a. En esa condensaci­ón o síntesis estaba toda una oposición tanto al pictoriali­smo, esa manera de acercar esta disciplina a las bellas artes, como a las vanguardia­s que experiment­aban por esos mismos tiempos. Ellos querían una “fotografía pura” y en esa letra y ese número estaba la clave. Reñidos con las imágenes bellas y construida­s, se abocaron a poner el ojo en la toma directa, la que alejara todos los fantasmas de la intervenci­ón. Con el diafragma más cerrado de la mayoría de los objetivos fotográfic­os de las cámaras de gran formato que utilizaban los integrante­s de este grupo, que da como resultado una imagen de máxima nitidez. Las palabras de Weston resumen ese deseo: “Presentar la belleza pura que un objetivo puede reproducir con toda exactitud, sin interferen­cia del efecto artístico”. Deudores del pensamient­o de Alfred Stieglitz, quien recorrió antes este camino de la artificios­idad a la pureza de la imagen y fue marido de Georgia O’Keeffe, el grupo se disolvió a los poquísimos dos años. Pero en ese tiempo ya había hecho bastante.

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