Su amistad con Goethe
La faceta científica de Goethe es poco conocida, pese a que él mismo se encargó de darle más visibilidad en la biografía que escribió Johann Peter Eckermann, Conversaciones con Goethe. Eckermann y Goethe se frecuentaron durante años, y el biógrafo, que era algo así como su secretario, fue tomando notas de sus charlas con el genio alemán, hasta que tuvo una cantidad suficiente para una biografía. Borges se burlaba de Goethe, entre otras cosas por haber decidido intervenir su biografía con el fin de dar mayor énfasis a esta faceta. Y es que Goethe quería ser considerado un genio en todos los ámbitos, por eso le parecía tan importante su obra como poeta, narrador y dramaturgo como la de científico. En 1810 publicó Teoría de los colores, dos volúmenes donde polemizaba con la teoría de Newton, según la cual los colores surgen del espectro de la luz blanca; para él, los colores pro- cedían de la turbiedad de la luz cuando ésta atravesaba el aire. Pero antes ya había demostrado su preocupación por la ciencia: Ensayo sobre la metamorfosis de las plantas fue admirado por Alexander von Humboldt, con quien cultivó una amistad que se ve en su intensa correspondencia. Goethe además lo mencionó en Las afinidades electivas, y en su biografía ocupa un lugar importante. Sin ir más lejos, en diciembre de 1826 manifiesta su entusiasmo por la visita del naturalista a su casa en Weimar: “¡Qué gran hombre! Con lo mucho que hace que lo conozco y, sin embargo, ha vuelto a sorprenderme. Se puede decir que en lo relativo a sus conocimientos y su sabiduría no tiene igual”. Pero su admiración es también el modo en que él quiere ser admirado: “No importa el tema del que se trate, él siempre está familiarizado con todo y nos colma de tesoros intelectuales”. Por esa misma época había empezado a leer Ensayo político sobre la isla de Cuba, y la posibilidad de perforar el istmo de Panamá y construir ahí un canal sencillamente lo maravillaba: “Ello tendría consecuencias totalmente imprevisibles para toda la humanidad, tanto civilizada como por civilizar. Desde luego, me sorprendería que los Estados Unidos dejaran que se les escape de las manos una obra de tal envergadura”. Sin embargo, un año más tarde Humboldt ya no le hacía tanta gracia, ya que como había convocado a un congreso de famosos naturalistas en Berlín, su vida social, de por sí agitada en la corte de Weimar, se vio de pronto invadida por aquellos naturalistas, justo en el momento en que, como relata Eckermann, tenía pendiente “la quinta entrega de sus obras, que también debía contener los Años de peregrinaje [de Wilhelm Meister]”. Pese a ello, la evaluación de esta amistad es muy favorable. Humboldt, como Goethe, fue amigo de miembros de la realeza; de hecho, él mismo era barón y tuvo el privilegio de acompañar al archiduque Carlos Augusto en sus últimos momentos, lo que hizo decir al genio alemán: “No deja de verse la acción de una influencia superior en el hecho de que uno de los mayores soberanos que ha tenido Alemania tuviera como testigo de sus últimos días y horas nada menos que a un hombre como Humboldt”.