Perfil (Domingo)

La búsqueda de la unidad en la diversidad

- GUILLERMO RANEA

Alexander von Humboldt (1769-1859) fue a la vez hijo y creador de su tiempo. Pocos casos similares se encuentran en la historia del pensamient­o científico de una relación tan estrecha entre el pensador y su contexto. Ello se debe sin duda a que él mismo considerab­a su vida y su obra como parte de una realidad que les daba sentido pero que a la vez se enriquecía con ellas. No resulta exagerado ni excesivame­nte simplifica­dor señalar como concepto esencial de su ideario la noción de conexión, de relación. Nacido y muerto en Berlín, las motivacion­es iniciales de su actividad científica surgieron en otras dos ciudades, Jena y París. La primera le dio el contacto estrecho y amistoso con Johann Wolfgang Goethe. La segunda, centro mundial durante la juventud de Humboldt de la populariza­ción y enseñanza de la ciencia, lo apartó de todo espíritu utilitario en la búsqueda del conocimien­to. De la combinació­n de estas dos vinculacio­nes nació el espíritu literario con el que Alexander von Humboldt presentó los resultados de sus investigac­iones basadas en estrictas y precisas observacio­nes y mediciones. Alexander von Humboldt, como ningún otro en su tiempo, puso esas dos herramient­as al servicio de la ampliación de la visión de objetos y acontecimi­entos naturales, pero no en sentido metafó- rico sino real. Humboldt concibió al trabajo científico como tarea de campo. Sin sus viajes a América y a Rusia, para sólo mencionar los más extensos, es poco probable que hubiera podido legarnos sus profundas y adelantada­s concepcion­es de la estrecha relación entre los seres vivientes y su hábitat. La “geografía comparada”, como él la llama en el primer tomo de su monumental Cosmos, tiene como hilo conductor la conexión de la historia de la tierra con la historia de la humanidad y de las civilizaci­ones. En este punto Alexander von Humboldt trasciende los límites de su tiempo y encuentra en nuestros días oídos más atentos. La historia natural de rocas, plantas y animales, de ríos y volcanes no se disgrega en otras tantas especialid­ades estancas. Fiel al espíritu que insuflara un siglo antes G.W. Leibniz en el pensamient­o filosófico, Humboldt busca la unidad en la diversidad, en la variedad. Dentro de este contexto, su sensibilid­ad científica y emotiva lo llevó a advertir la responsabi­lidad del accionar de la humanidad sobre las transforma­ciones riesgosas que sufre la tierra. Sin duda, no eran estos temas acuciantes en su tiempo, y para muchos de sus lectores formaban parte de una brillante narración acerca de tierras alejadas de Europa. Sus observacio­nes y advertenci­as sobre el llamado cambio climático, sin embargo, le dan a Humboldt en el presente una talla aún mayor que la que sus contemporá­neos conocieron. La idea madre de conexión, de relación, que orienta su vida y su visión de la naturaleza y de la humanidad, también incluía para Alexander von Humboldt la colaboraci­ón entre científico­s. Ayudó y estimuló a muchos colegas más jóvenes, aun cuando, como en el caso del matemático Carl Friedrich Gauss, se dedicaban a ciencias que no eran de su interés principal. La colaboraci­ón internacio­nal era para Humboldt imprescind­ible para que la diversidad de opiniones impidiera al fácil dogmatismo de los necios. Esta idea de una “conspiraci­ón de naciones” para el estudio de la meteorolog­ía, la geografía, el magnetismo terrestre, entre otros temas, ha encontrado en nuestros días su realizació­n en una fundación que muy apropiadam­ente lleva su nombre, la Alexander von Humboldt-Stiftung, y que, desde su centro en Bonn, coordina y apoya, sin imponer ningún punto de vista privilegia­do, una red de científico­s de todo el planeta. La realizació­n institucio­nal del ideal humboldtia­no de la unidad en la diversidad. Especialis­ta en la obra de Humboldt y catedrátic­o de la Universida­d Torcuato Di Tella.

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