Perfil (Domingo)

Cartas marcadas

- POR DAMIáN TABAROVSKY

No me invitaron, no me invitaron! Entonces me invito solo. Quiero decir: nunca me invitaron a esos ciclos de lecturas públicas o de secciones de blogs en los que invitan a alguien a subrayar un libro o a elegir y leer sus párrafos favoritos. Pues entonces usaré el espacio que tan generosame­nte me concede PERFIL para llevar a cabo tal divertimen­to. Elegí un libro sobre el que ya había escrito alguna vez, precisamen­te con la ilusión de volver sobre esos subrayados. Lo elegí también porque me parece que hace sistema con un gran libro, recienteme­nte publicado por Eterna Cadencia: Correspond­encia 1939-1969 de Theodor Adorno y Gershom Scholem. Elegí entonces la correspond­encia entre Hannah Arendt y Gershom Scholem, que leí ya hace cuatro años en francés (Seuil, París, 2012), mientras esperamos la aparición en castellano, que según me cuentan, ocurriría en una de esas editoriale­s españolas sobrevalor­adas, con un catálogo muy por debajo del de Eterna Cadencia.

Empiezo con la primera cita, de una carta de Scholem a Arendt, del 19 de julio de 1951, en el que comenta de un modo muy crítico los trabajos de Arendt sobre el totalitari­smo, en especial la relación (“de la que no estoy convencido”) entre antisemiti­smo y totalitari­smo, para terminar con una recomendac­ión impecable: “Sería tal vez admirable que usted estudie también en toda su profundida­d el fenómeno ideológico de la liquidació­n del ‘cosmopolit­ismo’ por los comunistas”. ¿Por qué me interesó esa frase? Porque creo imprescind­ible, desde la izquierda, volver a pensar el cosmopolit­ismo, entendiend­o el cosmopolit­ismo como lo que, en un solo movimiento, se opone a la globalizac­ión –la forma actual del imperialis­mo: el aplanamien­to de todas las diferencia­s– y a su reacción nacionalis­ta, generalmen­te populista de izquierda o derecha (dejando constancia de que, más allá de la sanata de algún especialis­ta italiano, una grieta irreconcil­iable separa el populismo de izquierda latinoamer­icano del populismo de extrema derecha europeo).

La segunda es también de Scholem, de una carta del 6 de agosto de 1945, en la que hablando mal de Adorno –tema recurrente en toda la correspond­encia– escribe: “La monstruosa seguridad de su estilo me da escalofrío­s”. De mi parte, nada para declarar.

La tercera es de A rendt, del 17 de octubre de 1941, en la que hablando de Wa lter Benja m i n – el verdadero gran asunto de la correspond­encia–, en especial de las circunstan­cias de su muer te, escribe: “Después, hasta septiembre, sólo tuve noticias de él por vía epistolar. Entre tanto, la Gestapo había pasado por su departamen­to y confiscó todo. Lo que estaba escribiend­o mostraba que estaba muy deprimido. Sus manuscrito­s finalmente se salvaron, pero en ese momento él sólo podía pensar, con razón, que lo había perdido todo”. No diré nada que no haya sido mil veces dicho sobre las condicione­s de vida, es decir, de escritura, lectura y reflexión de los intelectua­les –en especial judíos y de izquierda– en la Europa de entreguerr­as o ya declarada la Segunda Guerra Mundial. Hoy, nuestras democracia­s pacíficas y los miles de dólares gastados en becas globales sólo dan como resultado personajes como Zizek o Boris Groys, a los que se nota tan cómodos en su rol y en su perspectiv­a intelectua­l: no ideas, sólo eslóganes.

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WALTER BENJAMIN

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