La otra elección: cautivar a los demócratas
Con 279 electores versus 228, Donald Trump desplazó a Hillary Clinton. Pese a ello la lectura que debe hacerse gira en torno al 47,67% que obtuvo la ex secretaria de Estado por encima del 47,49% del magnate empresario.
Legalmente Trump es presidente. Sin embargo, la figura institucional como tal se encuentra vacía de contenido. Ausencia de legitimidad entendida como creencia en la validez de un determinado orden político que resultó fiel a un sistema electoral indirecto, propulsor de la presente vacuidad en el horizonte tempo-espacial.
La legitimidad está ligada a la creencia. El sociólogo Max Weber (1864-1920) indaga en los motivos de la obediencia. Toma dos nociones: legalidad y legitimidad. Un gobierno puede ser legal y no alcanzar el grado de legitimidad necesario para llegar a feliz término. La visión weberiana se compone de dos elementos: uno subjetivo, cual es la creencia en la legitimidad del orden, y otro objetivo, o sea, la presencia de normas positivas.
El mayor porcentual de votos de mujeres, latinos, negros, asiáticos volcados a Hillary Clinton y el ser la depositaria de un apoyo popular mayúsculo no resultó suficiente para el actual sistema electoral norteamericano. La manifestación de miles de personas en Nueva York, Filadelfia, Seattle, Chicago, Oakland, Washington y Boston es quizás la punta de un iceberg que apenas se está dejando ver. La concientización de bregar por una reforma electoral sustancial y el actual rechazo al resultado del 8 de noviembre constituyen una muestra cabal de la ausencia del componente subjetivo weberiano.
La identificación de la derrota de Clinton con el golpe al establishment y el fin de las reformas de la administración Obama augura un período de extremos nacionalismos. Trump supo capitalizar el hastío de gran parte de la sociedad norteamericana que puertas adentro mantenía un juicio de valor peyorativo hacia los Clinton recreando así lo que se percibía en el fuero íntimo de los votantes a partir de la gestación de un discurso repu- blicano sin filtros y despojado del qué dirán los otros.
La tipología weberiana presenta tres tipos puros de dominación legítima: la racional legal, donde se cree en las leyes estatuidas y en la autoridad legal; la tradicional, con creencias en costumbres pasadas y en las personas que las ponen en práctica –autoridad tradicional–; y por último, la carismática, donde se obedece a un individuo con características fuera de lo común por razones de confianza personal –autoridad carismática–.
Luciendo vestiduras de un ser providencial, Donald Trump supo hacerse eco de los inputs –demandas sociales hacia el sistema político – que presentaron la clase media y no resultaron traducidas en outputs durante los ocho años de la presidencia Obama.
El año 2016 ha sido sumamente recesivo, sumado a ello, la desaceleración económica general en el mundo no permitió la exportación de bienes norteamericanos. Existe una tenden- cia contra la globalización donde cada Estado se encierra sobre sí mismo desarrollando un fuerte proteccionismo. Los nacionalismos pueden traer consigo la figura de líderes salvadores. Lamentablemente llevan ínsito un nivel de violencia simbólica que puede abrir grietas profundas en la sociedad. Lejos de dar respuesta a la actual crisis que están atravesando los Estados Unidos, polariza visiones y desprende lo peor de la condición humana: el odio al prójimo.
Una elección presidencial es el espacio natural para albergar nuevos sueños para una Nación. “La fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Lejos de esperanza hay desencanto. Lejos de unidad hay fragmentación. La legalidad en ocasiones no es suficiente. El mayor componente que hace a la sustentabilidad de un gobierno es el grado de legitimidad.
Trump deberá “construir” lo que aún no existe: consenso genuino popular. Puede tener el control de ambas, pero no de la gente. *Analista política internacional.