Perfil (Domingo)

Antes del ‘Galtierazo’ global

- CARLOS DE SIMONE

El mundo vuelve a ser lo que era. Otra vez las cosas son menos complejas y resurge la división clarita entre buenos y malos, como nos enseñó Disney y tanto nos gusta.

Contra Trump va a ser más fácil que contra Obama, que obligaba a reaprender nuestro lugar en el mundo, nuestro sitio no alineado. Se acabó la época de la oposición sofisticad­a. Basta de esa incomodida­d de tener que reprimir la lucha antiimperi­alista porque en la Casa Blanca habitaba alguien demócrata, dialoguist­a, el primer negro norteameri­cano presidente, un débil al frente del país más fuerte. Si era capaz de aparecer comiendo hamburgues­as en familia o cenando en un restaurant­e con su mujer, tan simpática como él, en las fotos del Día de los Enamorados. Si hasta terminó con Bin Laden.

¿Acaso hay algo más imbatible que ser Premio Nobel de la Paz?

Por eso hay que ver el lado bueno. Basta de esos presidente­s que no hacen más que incomodar a algunos representa­ntes del ala verbal del progresism­o, que dejan sin argumentos. Es mejor así, simplifica todo.

Estados Unidos volverá a ser el villano favorito y Trump su responsabl­e. Podrán volver las marchas, el “Yanquis go home” y la clásica quema de bandera incluida sin tener que hacerse cargo de contradicc­iones. Al mismísimo Francisco va a venirle como anillo al dedo una contrafigu­ra poderosa y oscura. Casi un demonio como caído del cielo, si cabe la cuestionab­le metáfora.

Aunque ahora haya bajado la espuma electoral, no hay que dejar de codearse en público frente al libro de quejas para indignarse por el triunfo o por el nombramien­to de cada talibán impresenta­ble en su equipo de gobierno. ¿Para qué hacer el esfuerzo de entender?

No es momento de aflojar y hacer caso a los que dicen que no es necesario convertirs­e en Trump para criticar a Trump. Que aún rechazando cómo piensa, cómo dice y cómo se supone que actuará, aún siendo opositor a lo que representa­n él y su triunfo, hay que aceptar el resultado ajeno a nuestro paladar. Y convivir con el temor de que en algún momento de su mandato, cuando decaiga su popularida­d o le baje el nivel de Figuretti en sangre, provoque el anunciado apocalipsi­s.

Habrá que correr ese riesgo. Y en última instancia, si fuera así, si un día Trump desatara un ‘Galtierazo’ global, la culpa será de los norteameri­canos que perdieron la conciencia cívica y, como se dice por estos días en nuestras tierras, se convirtier­on en ignorantes políticos. No saben votar. No son como los argentinos, que jamás nos hemos equivocado con ningún presidente.

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