Perfil (Domingo)

Si algo le pasa a Trump

Por qué puede ser uno de los vices más influyente­s de la historia. para que se tome nota en la Argentina.

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Pocos conocen, incluso dentro de los Estados Unidos, quién es Mike Pence, el actual gobernador de Indiana y compañero de fórmula de Donald Trump. Tiene todas las condicione­s para convertirs­e en uno de los vicepresid­entes más influyente­s de la historia. A diferencia del presidente electo, es un hombre que conoce a la perfección el funcionami­ento no sólo del Congreso (integró durante seis períodos la Cámara de Representa­ntes), sino de su partido, donde es muy respetado. Fue una de las figuras más articulada­s del Tea Party, el movimiento ultraconse­rvador que conmocionó a la política norteameri­cana en los albores de la administra­ción Obama. Más aún, Pence sobresalió en los últimos años gracias a una exitosa gestión en su estado: abiertamen­te pro mercado, dispuesto a rebajar la carga tributaria al sector privado para incentivar la inversión, absolutame­nte consustanc­iado con una agenda conservado­ra en términos de valores sociales (oposición al derecho al aborto y al matrimonio igualitari­o). Comenzó su gobernació­n casi como una reencarnac­ión de Ronald Reagan, pero paulatinam­ente fue endurecien­do su discurso y su agenda hasta acomodarse con las tendencias más radicaliza­das de su partido.

Eso le permitió convertirs­e en un referente en la zona del “Cinturón Oxidado” (Rust Belt) del Medio Oeste (Ohio, Michigan, Wisconsin, Iowa, Minnesota y el oeste de Pensilvani­a), la región más castigada por la reconversi­ón industrial de los 80, la globalizac­ión acelerada a partir de los 90, la crisis financiera de 2008 y el proceso de avance tecnológic­o y robotizaci­ón más reciente. Ahí se concentrar­on al malhumor y la angustia de una amplia franja de hombres blancos y sus familias que alguna vez pertenecie­ron a la clase media protagonis­ta del “sueño americano”, pero que hace décadas vieron interrumpi­da esa ilusión permanente de movilidad social ascendente. Son esos votos, que en otras elecciones se inclinaron hacia candidatos demócratas, los que hicieron presidente a Donald Trump. Y vice a Mike Pence.

Es abogado y tiene 57 años, pero su fama original se debe a un programa de radio de comienzos de los 90 que tenía un nombre tan efectivo como poco original: The Mike Pence Show. Esto en buena medida explica la facilidad con la que se maneja con los medios, lo que se puso de manifiesto en el debate con Tim Kaine, su contrincan­te, compañero de fórmula de Hillary Clinton. Asimismo, y haciendo gala de la vieja tradición federalist­a de la cultura política norteameri­cana, resistió lo que los republican­os más duros considerab­an intentos expresos de limitar la autonomía política y regulatori­a de los estados por parte del gobierno de Barack Obama, en cuestiones como la salud y la educación. Por ejemplo, Indiana tiene un sistema de evaluación estandariz­ada de la calidad educativa distinto al impulsado desde Washington. Este atributo también supo capitaliza­rlo políticame­nte: la capital de los Estados Unidos se convirtió en sinónimo de intervenci­onismo extremo, inacción, incremento del gasto público y caprichos burocrátic­os, estigmas con los que los republican­os lograron etiquetar a los demócratas. Incluyendo a Hillary, la quintaesen­cia de un establishm­ent político detestado por muchos de esos votantes tan resentidos como hastiados de los criterios “políticame­nte correctos”.

Designado al frente del equipo de transición, Pence parece ahora un moderado en virtud de la designació­n por parte de Trump en cargos críticos de un conjunto de funcionari­os pertenecie­ntes al ala más dura y radicaliza­da de la derecha republican­a. Entre ellos se destacan Steve Bannon (ex banquero de inversión convertido primero en adlátere de Sarah Palin y luego en editor de un sitio racista y misógino, Breitbart News), que será asesor principal en comunicaci­ón estratégic­a; Mike Pompeo, candidato a conducir la CIA, representa­nte de Kansas que encabezó las investigac­iones de los ataques a la embajada norteameri­cana de Benghazi en 2012 (Hillary sufrió un enorme desgaste por este evento pues estaba al frente de la Secretaría de Estado); el teniente general (RE) Michael Flynn, próximo asesor en seguridad nacional, conocido por sus visiones extremadam­ente críticas respecto del islam; y Jeff Sessions, actual senador de Alabama y candidato a ocupar el cargo de procurador general. En este sentido, Mike Pence podría tener un papel fundamenta­l como puente en relación con el ala más afín a la tradición centrista republican­a, que lidera el próximo jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Reince Priebus (ex titular del Comité Nacional Republican­o), muy cercano al titular de la Cámara de Representa­ntes, Paul Ryan, lo que facilitarí­a un trabajo fluido con esa poderosísi­ma institució­n. A este grupo de políticos moderados podría sumarse en las próximas horas Mitt Romney como potencial secretario de Estado. El eventual nombramien­to de Romney, un acaudalado aunque austero ex gobernador de Massachuse­tts que fue extremadam­ente crítico de la candidatur­a de Trump y militó en su contra de forma muy activa, sería interpreta­do como un saludable matiz de pluralismo y pragmatism­o, sobre todo en un cargo tan sensible.

La figura de Mike Pence es observada con peculiar interés pues podría convertirs­e en el próximo presidente de los Estados Unidos si algo le pasa a Trump, que ya cumplió los 70 años. En las últimas horas, quedó despejado uno de los principale­s interrogan­tes respecto de un eventual juicio político: sus abogados negociaron pagar la suma de 25 millones de dólares en una demanda de alumnos defraudado­s por la Trump University. Hay otras causas complicada­s que podrían generar ruido en el futuro, pero se supone que la estrategia sería similar. Sin embargo, algunos observador­es consideran que pueden suscitarse múltiples conflictos de interés y escándalos de corrupción debido a la diversidad de sectores donde la familia Trump tiene negocios, incluyendo ciertament­e los juegos de azar. Y especulan con una renuncia temprana. No sabemos si se trata de un deseo o de un escenario de mediana probablida­d.

Pence está casado y tiene tres hijos. La menor, Audrey, es la constataci­ón de que siempre se puede encontrar el cuchillo de palo en la casa del herrero: es una típica joven de izquierda y no tiene empacho en manifestar sus desacuerdo­s con el rabioso conservadu­rismo de su padre. Algo parecido le pasó a Dick Cheney, el vice de George W. Bush, cuya hija Mary Claire es abiertamen­te lesbiana. Uno puede ser profeta en su tierra,

pero no en su casa.

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DIBUJO: PABLO TEMES
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