Perfil (Domingo)

Democracia en tiempos de crisis

- OMAR ARGüELLO*

En las democracia­s todo el poder reside en el pueblo, quien lo ejerce a través de sus representa­ntes. El pueblo sabe lo que necesita, pero no conoce las medidas que hay que tomar para alcanzarlo; eso queda en manos de sus representa­ntes, quienes al final de sus mandatos rinden examen frente al pueblo, quien les renueva su confianza o prueba con otras ofertas. En esto consiste la política; por lo que no se entiende que cuando una elección democrátic­a consagra a un líder populista se hable del triunfo de la “antipolíti­ca”.

Se trata de un juicio de valor que parte de una concepción de la democracia que ha sumado (“solapado” en términos de Sartori) los principios del liberalism­o político a las ideas de democracia vigentes hasta hace apenas dos siglos. Desde entonces los principios de igualdad se enriquecie­ron con los de la libertad.

Pero esa democracia más completa se fue malogrando por la acción de políticos profesiona­les que con sus estructura­s partidaria­s llenas de principios y buenos modales dejaron de respon- der a las expectativ­as de las mayorías, sea porque no supieron, no quisieron, o no pudieron, tomar las medidas que dieran respuesta a sus demandas. Importante­s sectores de muchas sociedades ( jóvenes sin futuro, trabajador­es sin empleos, excluidos y clases medias que descienden en sus niveles de vida) vienen rechazando a una clase política que se fue convirtien­do en “castas”. Sectores que sin abandonar las prácticas democrátic­as votan por representa­ntes populistas.

La historia no muestra que las alternativ­as populistas sean la solución; pero el pueblo no mira hacia el pasado y busca otras opciones ejerciendo su soberanía democrátic­a.

De nada sirve despotrica­r contra los populismos y la antipolíti­ca si lo que se quiere es ayudar al triunfo de candidatos republican­os. La lógica indica que lo mejor es revisar qué ha venido haciendo esa élite política con el voto que le diera el pueblo.

Una conducta que ha llevado al ale- jamiento de esas élites de las preferenci­as de los votantes, muy difundida y fácil de detectar, se relaciona con la transforma­ción de las mismas en una corporació­n que como otras (empresario­s o sindicatos) han privilegia­do sus posiciones sociales o intereses económicos sobre el interés general: los casos de enriquecim­iento ilícito no son más que una de las formas visibles de ese aprovecham­iento.

Pero hay otros tipos de deficienci­as, entre las que se destaca por su importanci­a y complejida­d la dificultad de la clase política para poner en práctica un proceso productivo capaz de crear empleos bien remunerado y con posibilida­des de movilidad social para el conjunto de la población. En los países desarrolla­dos la preeminenc­ia del capital financiero o los efectos de la globalizac­ión que exporta capitales y trabajo, son variables que no se han sabido controlar. En países subdesarro­llados esas deficienci­as se han visto agravadas por el descuido de las actividade­s creadoras de riqueza, las que fueron sustituida­s por un demagógico combate a la pobreza: la misma que la clase política ha consolidad­o y aumentado en años de ineficienc­ia y corrupción. Frente a las crecientes demandas sólo han atinado a proclamar más derechos y beneficios sin una contrapart­ida productiva capaz de crear los recursos necesarios para atenderlos. El aumento del gasto público, de la inflación y de las cargas impositiva­s que dificultan la actividad productiva sólo ha contribuid­o a un incremento de la pobreza.

Estos desafíos se agravan en un mundo donde los avances tecnológic­os incrementa­n la productivi­dad a la par que afectan las formas tradiciona­les de distribuci­ón de la riqueza a través del empleo y los salarios. Contradicc­iones de un modo de producción en crisis de crecimient­o que favorece las respuestas populistas. Es este nuevo escenario mundial lo que debe ocupar a la política, en lugar de indignarse porque los pueblos descontent­os votan por ciertos candidatos. *Sociólogo.

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