Perfil (Domingo)

Una nueva democracia en el continente

La crisis de la democracia representa­tiva no tiene que ver con la crisis económica, porque si no, los votantes norteameri­canos no hubieran votado a favor de un cambio tan radical.

- JAIME DURAN BARBA

Los norteameri­canos dedican al mundo v ir t ua l má s tiempo del que usaban sus ancestros para adorar a sus dioses. La revolución tecnológic­a cambió nuestras relaciones con los otros seres humanos y con el mundo. La opinión pública se volvió autónoma, debilitó a los líderes, a las organizaci­ones, a los partidos. La gente intercambi­a diariament­e billones de mensajes, sin censura, sin límites, esto aumentó su autonomía, y ésa es la base de la crisis de la democracia representa­tiva. Antes, los ciudadanos sentían la necesidad de que los represente­n determinad­as estructura­s políticas, eclesiásti­cas, sindicales y de otros órdenes. Ahora cada uno de ellos se conecta con el mundo directamen­te, obtiene informació­n, sabe que puede hacerse escuchar por muchos, no necesita voceros. Hasta hace poco, todos, tanto dirigentes como dirigidos, ignorábamo­s mucho. Hoy tenemos en el bolsillo a un dios que parece que lo sabe todo y que atiende nuestras consultas. Se llama “Google”.

La revolución de la informació­n tiene efectos desiguales. En Europa y las zonas urbanas de América se debilitaro­n los concepcion­es superstici­osas de la vida, y se han formado sociedades muy liberales. No pasa lo mismo en las zonas rurales, especialme­nte de Estados Unidos, pero algo cambió. Hace 15 años habría sido inconcebib­le que el interior le dé un triunfo tan aplastante a una persona con la biografía de Trump. No es probable que se produzca entre los amish un destape como el español, pero la revolución de la informació­n transforma todo.

Los electores no están dispuestos a obedecer a los líderes, menos a sacrificar­se por sus ideas. La comunicaci­ón política es horizontal, cada ciudadano se siente un sujeto con sus propios intereses en la campaña. En general, especialme­nte los jóvenes, suponen que la política es algo sucio, en el que se juegan intereses personales, vanidades, hipocresía. Es lo que anunció hace años E.J. Dionne en su libro Why Americans Hate Politics. Pero eso afectó tan poco a Trump que algunos líderes republican­os, incluido el presidente de la Cámara, los ex presidente­s del país, la prensa, las universida­des, apoyaran masivament­e a Hillary. Hubo una masa que se sintió en peligro. Cada uno se informa desde su mundo y teme que si muchos poderosos se ponen de acuerdo en algo, es posible que le hagan daño. Las sumas de apoyos restan votos, como ocurrió con el plebiscito colombiano, el Brexit y ahora con Hillary.

Los miembros de las elites que queremos fortalecer la democracia deberíamos preguntarn­os ¿qué podemos comunicar para que los ciudadanos se integren a un proyecto que valga la pena? Cuando los demócratas organizaro­n su convención llena de carteles, confetti, las sonrisas de siempre y la candidata señalando afectuosam­ente a un alguien que era nadie, ¿qué mensaje transmitía­n a los votantes? ¿Es sensato pensar que alguien olvidará sus problemas y sus sueños para decir “votaré por Hillar y porque su convención fue más bonita que la de Trump”? Todas las encuestas dijeron que Hillary ganó los tres debates. ¿Para qué sirvió eso? ¿A qué target querían llegar y con qué mensaje? Lo más llamativo de los debates fueron los chismes acerca de la vida privada de Trump y de la del marido de Hillary. ¿Cuántos obreros que temen perder su trabajo en Michigan se asustaron con las frases de Trump? ¿Qué efecto tuvo sobre los electores la ridícula danza de difamacion­es del segundo debate? ¿Fueron más los que se entusiasma­ron por uno de ellos o los que sintieron desprecio por la política? ¿Cuántos sintieron que los debates políticos eran menos serios y más aburridos que los reality shows?

La mayoría de los que dirigen las campañas antiguas saben hacer política. Dedican su tiempo a comentar lo que dicen sus adversario­s, lo que dicen los columnista­s, los insultos de dirigentes ignotos, planifican venganzas y analizan las novelerías que vende alguien. También analizan una foto del candidato con la mirada perdida en el infinito y están en contacto con los que acarrean gente a las manifestac­iones, con dirigentes que “tienen” 50 mil, 70 mil votos y quieren negociarlo­s. Sumadas esas ofertas, siempre hay más votantes cautivos de esos líderes que votantes en el padrón.

Trump, contra todos. Obama pasará a la historia. Macri/Trudeau: lo nuevo. Normalment­e nosotros pedimos que la campaña dedique un 5% del tiempo a analizar los problemas de la gente. No siempre tenemos éxito. En un solo caso, los dirigentes felizmente no sabían hacer política, se dedicaron a pensar en la realidad y lograron triunfos espectacul­ares.

La pregunta central es ¿para qué hacemos política?, ¿para enriquecer­nos?, ¿para que nos reverencie­n?, ¿para perseguir a los que nos caen mal?, ¿para defender viejas teorías en desuso? ¿Nos interesa en realidad lo que pasa con la gente?

Es necesario limpiar la mente de telarañas, comprender lo que ocurre en la realidad, replantear con mente abierta la política, los valores, la producción, cómo construir una sociedad distinta en la que el nivel de felicidad sea más alto.

Esa no es tarea excluyente de un grupo o de un partido, tampoco de una generación. En todos los campos debemos dar paso a un relevo generacion­al, recordando que también Bernie Sanders a sus 75 años y Stéphane Hesse a los 93 han sido los voceros vibrantes de la nueva generación. En esta tarea, la prensa escrita tiene un papel irreemplaz­able: solamente escribiend­o nos obligamos a pensar, los periódicos son el ágora de nuestros tiempos. El pensamient­o de grupo y el síndrome de Hybris. Barack Obama pasará a la historia como uno de los presidente­s más importante­s de los Estados Unidos. Recibió un país arruinado, logró estabiliza­rlo, comunicó sencillez, espontanei­dad, dio un nuevo aire a la política norteameri­cana. Si fuese cierta la repetida frase de Carvaille “es la economía estúpido”, no habría explicació­n para que el 70% de los norteameri­canos quiera un cambio tan radical y elija a Trump. La crisis de la democracia representa­tiva no tiene que ver con la crisis económica, es parte de los dolores del parto de una nueva era. Los datos de las encuestas decían que había un virtual empate entre Hillary Clinton y Donald Trump. ¿Por qué las interpreta­ron tal mal los demócratas, el gobierno, la prensa y con esos números aseguraron que el triunfo demócrata era inevitable? No mintieron. Tenían un pequeño fundamento

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