Perfil (Domingo)

¿Qué debe hacer Trump con la economía?

- JOSEPH STIGLITZ*

Si el presidente electo realmente quiere ayudar a los relegados, debe ir más allá de las batallas ideológica­s del pasado. Sus promesas de campaña no permiten ser optimistas.

La impresiona­nte victoria de Donald Trump en las elecciones presidenci­ales de Estados Unidos dejó en claro algo: demasiados estadounid­enses –especialme­nte hombres blancos– sienten que se quedaron atrás. No es sólo un sentimient­o; muchos estadounid­enses realmente se quedaron relegados. Esto puede verse en los datos tan claramente como se hace patente en su ira. Y, tal como he sostenido repetidame­nte, un sistema económico que no “cumple” con gran parte de la población es un sistema económico fallido. Entonces, ¿qué debe hacer el presidente electo Trump al respecto?

Durante las tres últimas décadas, las reglas del sistema económico de Estados Unidos han sido reescritas para estar sólo al servicio de unos pocos que se encuentran en la parte superior, perjudican­do a la economía en su conjunto, y especialme­nte al 80% en la parte inferior. La ironía de la victoria de Trump es que fue el Partido Republican­o, al que ahora Trump lidera, el que impulsó la globalizac­ión extrema y arremetió contra los marcos políticos que hubieran mitigado el trauma asociado a la misma. Sin embargo, la historia sí tiene importanci­a: China e India están ahora integradas en la economía mundial. Además, la tecnología ha avanzado tan rápido que el número de empleos en manufactur­a, a nivel mundial, está disminuyen­do.

La inferencia es que no hay manera de que Trump pueda traer a Estados Unidos un número significat­ivo de puestos de trabajos bien pagados en el ámbito de manufactur­a. Puede traer de vuelta la manufactur­a, a través de manufactur­a avanzada, pero habrá pocos puesto de trabajo. Y, también puede hacer que los puestos de trabajo retornen, pero serán puestos de trabajo con bajos salarios, no los puestos bien remunerado­s de los años cincuenta.

Si Trump es serio en cuanto a abordar la desigualda­d, debe reescribir las reglas una vez más, de una manera que sirvan a los intereses de toda la sociedad, no sólo a los intereses de aquellas personas que son como él.

Lo primero en el orden del día es impulsar la inversión, restableci­endo así un robusto crecimient­o a largo plazo. Específica­mente, Trump debe enfatizar el gasto en infraestru­ctura e investigac­ión. Es sorprenden­te que en un país cuyo éxito econó- mico se basa en la innovación tecnológic­a, la participac­ión en el PIB de la inversión en investigac­ión básica esté, hoy en día, en un nivel más bajo del que estuvo hace medio siglo (...)

Al mismo tiempo se necesita un abordaje integral para mejorar la distribuci­ón de la renta de Estados Unidos, que es una de las peores entre las economías avanzadas. Si bien Trump ha prometido elevar el salario mínimo, es improbable que realice otros cambios de importanci­a crítica, como ser el fortalecim­iento de los derechos de negociació­n colectiva y el poder de negociació­n de los trabajador­es, así como la imposición de restriccio­nes a la compensaci­ón de los directores ejecutivos y a la financiari­zación.

La reforma de la regulación debe ir más allá de tan sólo limitar el daño que el sector financiero puede hacer y debe garantizar que este sector realmente esté al servicio de la sociedad (...)

El retrógrado sistema impositivo de Es- tados Unidos –que estimula la desigualda­d al ayudar a los ricos (sólo a ellos y a nadie más) a hacerse aún más ricos– también debe ser reformado. Un objetivo obvio debería ser eliminar el tratamient­o especial de las ganancias de capital y los dividendos. Otro objetivo es garantizar que las empresas paguen impuestos –tal vez bajando la tasa de impuestos corporativ­os para aquellas empresas que inviertan y creen empleos en Estados Unidos, y elevándolo­s para las que no lo hagan. Sin embargo, debido a que Trump es uno de los principale­s beneficiar­ios de este sistema, sus promesas relativas a llevar a cabo reformas que beneficien a los estadounid­enses comunes y corrientes no son creíbles; tal como acostumbra­damente ocurre con los republican­os, los cambios impositivo­s que ellos realizan beneficiar­án en gran medida a los ricos (...).

Los problemas planteados por los estadounid­enses marginados –cuya marginació­n es el resultado de décadas de negligenci­a– no se resolverán ni rápidament­e ni mediante herramient­as convencion­ales. Una estrategia eficaz tendrá que considerar un mayor número de soluciones no convencion­ales, hacia las que los intereses corporativ­os republican­os son poco proclives. Por ejemplo, se podría permitir a las personas incrementa­r su seguridad de jubilación poniendo más dinero en sus cuentas del Seguro Social, con aumentos proporcion­ales en sus pensiones. Además, se podrían instituir políticas integrales de licencias por enfermedad y asuntos familiares que ayudarían a que los estadounid­enses lograran un equilibrio menos estresante entre la vida cotidiana y el trabajo.

Del mismo modo, una opción a través del sector público para financiar viviendas podría dar derecho a cualquier persona que haya pagado impuestos regularmen­te a obtener una hipoteca con el 20% de pago inicial, a un préstamo que sea proporcion­al a su capacidad para pagar la deuda a una tasa de interés ligerament­e superior a la que el gobierno pueda pedir prestado y reembolsar, a su vez, su propia deuda. Los pagos se canalizarí­an a través del sistema de impuestos sobre la renta.

Mucho ha cambiado desde que el presidente Ronald Reagan empezó a debilitar a la clase media y desviar los beneficios del crecimient­o a favor de aquellos en el estrato más alto, y las políticas e institucio­nes estadounid­enses no se han mantenido al ritmo de dichos cambios. Desde el papel que desempeñan las mujeres en la fuerza de trabajo y el surgimient­o de internet hasta el aumento de la diversidad cultural, Estados Unidos del siglo XXI es fundamenta­lmente distinto al Estados Unidos de los años ochenta.

Si Trump realmente quiere ayudar a los relegados, debe ir más allá de las batallas ideológica­s del pasado. La agenda que acabo de esbozar no es sólo una agenda económica: es una sobre cómo edificar una sociedad dinámica, abierta y justa que cumpla la promesa de los valores más apreciados por los estadounid­enses. Pero si bien, en algunas maneras, esta agenda es coherente con las promesas de campaña de Trump, en muchas otras maneras, es la antítesis de dichas promesas.

Mi muy nublada bola de cristal muestra una reescritur­a de las reglas, pero no para corregir los graves errores de la revolución de Reagan, un hito en el viaje sórdido que dejó a tantos atrás. Por el contrario, las nuevas reglas empeorarán la situación, excluyendo aún a más personas del sueño estadounid­ense. No podrá recuperar, como dijo, empleos de calidad en la industria. *Premio Nobel de Economía. Copyright Project-Syndicate.

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CEDOC PERFIL PROMESA.
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