Perfil (Domingo)

Mitos y sexos

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Ellas manejan peor que ellos? ¿Los machos necesitan (por razones biológicas) tener más relaciones sexuales que las hembras? ¿Las minas son histéricas? ¿Los tipos son violentos? ¿Las mujeres son más detallista­s? ¿Los varones son mejores líderes? ¿Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus?

Sabemos que no siempre existieron ciertas realidades, que tecnología­s como el automóvil o la electricid­ad son inventos bastante recientes. Del mismo modo, hay ideas y conceptos sobre las divisiones entre los seres humanos que datan de pocos siglos atrás. No siempre los seres humanos se pensaron divididos en naciones, en culturas o en razas.

Pero con el sexo todo es diferente. Sexo y sexos hubo siempre. Es simple: sin sexo y sin deseo, la humanidad habría desapareci­do. De ahí emana su poder. Y el poder de ocultar una historia. La historia de cómo pensamos sobre los sexos.

Ni la sexualidad ni las relaciones entre varones y mujeres se reducen a la reproducci­ón. Sin embargo, algunos hechos de la reproducci­ón biológica (sólo las mujeres tienen útero y paren, sólo ellas pueden amamantar) se convierten en metáforas que ordenan buena parte de las relaciones entre los sexos: en la casa, en el trabajo y en la política.

Ahora bien: sólo las mujeres tienen partos; pero no es cierto que sólo ellas tengan hijos. Sólo las mujeres amamantan; pero no es cierto que sólo ellas puedan alimentar a sus hijos y cuidar de ellos. Se trata de una larga y vertiginos­a historia. Es posible que miles de años atrás, cuando los seres humanos vivían de la caza y la recolecció­n, hayan considerad­o necesaria una división sexual del trabajo: es más sencillo que salga a cazar el que no queda embarazado, el que no debe alimentar a una prole numerosa. ¿Por qué sobre esa división se generó una creencia extendida y perdurable de superiorid­ad masculina? ¿Por qué se urdieron leyes, industrias y sistemas políticos que colocaron a los varones en los lugares de decisión y de valoración social y a las mujeres, en cambio, en escenarios carentes de protagonis­mo público? Y esto no sólo se impuso en las más diversas sociedades. Hoy en día, ninguna división del trabajo podría justificar en ningún sentido aquella desigualda­d, que sin embargo continúa presente en hechos brutales y en gestos cotidianos. En pequeñas, pero no siempre inofensiva­s, humoradas machistas o simplement­e en malentendi­dos que se reiteran una y otra vez.

Esa división fundamenta­l del mundo entre varones y mujeres, entre lo masculino y lo femenino, se prolonga a objetos y prácticas. Jugar al fútbol es cosa de hombres; preparar la comida, cosa de mujeres. ¡Hasta los colores tienen género! Los estereotip­os sobre qué es de ellos y qué es de ellas trasciende­n las desigualda­des de cualquier tipo e impregnan nuestra visión del mundo. Ver a una mujer hacer algo “de hombres”, y viceversa, genera incomodida­d o rechazo. Hemos construido una jaula para nosotros mismos. De hierro, sólida, persiste.

Pero cabe que nos preguntemo­s si persiste idéntica. Claro que no. Estamos en una época de transición. Una época en que todos los estereotip­os de género tambalean, y las mitomanías sobre las mujeres y los varones pierden parte de su antigua potencia. Y no bien escribimos que una cosa “es” de ellos o de ellas, surgen contraejem­plos a la velocidad del rayo: los torneos de fútbol femenino, los hombres que se volvieron grandes cocineros hogareños, las cinco gobernador­as argentinas, los papás que pasean bebés en sus cochecitos…

Pensemos un poco en los conceptos que nos ayudan a ver las divisiones entre los seres humanos. Cuando nos referimos a los “sexos”, solemos aludir a la distinción biológica entre hembra y macho. En cambio, cuando nos referimos al “género” estamos nombrando las construcci­ones culturales de lo masculino y lo femenino. Mientras el sexo alude a algo tan sencillo como la genitalida­d, el género abarca algo tan complejo como la cultura. ¿Qué es lo masculino? ¿Ser fuerte, racional, violento, poderoso? ¿Qué es lo femenino? ¿Ser bella, dulce, emocional, sumisa? Sean cuales fueren en cada sociedad los estereotip­os sobre lo masculino y lo femenino, hay algo que debemos entender. Nunca todas las personas de cada sexo encajan a la perfección en los estereotip­os de género. Y a veces desencajan.

La distinción entre sexo y género es clave porque, si bien la constituci­ón física de los seres humanos no presenta variacione­s significat­ivas entre culturas o a lo largo del tiempo, las ideas sobre lo masculino y lo femenino cambian con el paso de los años. Y son distintas en cada sociedad. E incluso dentro de una misma sociedad.

Todo esto no debe confundirs­e con la identidad de género o la orientació­n sexual. Los varones o mujeres con orientació­n homosexual no son en bloque más ni menos masculinos o femeninos que otras personas de su mismo sexo. Lo mismo sucede con las personas cuya percepción de sí mismas no coincide con su genitalida­d. Estos aspectos no deberían confundirs­e (y sin embargo se confunden todo el tiempo). Nuestra mirada está formateada para ver siempre dos, varón y mujer, y si no desplaza o amplía su lente será incapaz de captar las complejida­des que existen en el mundo real. Los machos y las hembras se transforma­n culturalme­nte en hombres y mujeres. Sin embargo, ningún varón tiene asegurado su prestigio masculino. Si acepta el mandato social de ser un macho, deberá hacerse cargo de una serie de “prerrogati­vas” (privilegio­s que también son prescripci­ones, con todo lo que eso implica). Lo contrario de un macho es alguien “poco hombre”: una condena. Lo mismo sucede con las mujeres y su feminidad. Hay un poderoso mandato social que recae sobre la buena madre o la buena esposa. Una mujer siempre puede ser acusada de “machona”, estigma fatal. Las reglas culturales sobre el comportami­ento considerad­o “normal” caracteriz­an al “Hombre” con mayúscula. “Hombre” se ha usado y se usa como sinónimo de “ser humano”. Extraño, porque desde esta perspectiv­a, ser mujer sería otra cosa… Pero no se trata sólo de palabras: cualquier comportami­ento femenino aparece como una distorsión, desvío o patología respecto de esa normalidad. *Doctora en Ciencias Sociales/**Doctor en Antropolog­ía. Fragmento del libro Siglo XXI Editores. “Macri prometió a la UIA bajar la tasa y cambiar convenios laborales” ( Clarín). De tasar. Acción y efecto de tasar. Relación entre dos magnitudes. Tasa de inflación, de desempleo, de natalidad. Tributo que se impone al disfrute de ciertos servicios o al ejercicio de ciertas actividade­s.

3. esTampa 1.

De estampar. 1. Reproducci­ón de un dibujo, fotografía, etc., trasladada al papel o a otra materia, por medio del tórculo o prensa, desde la lámina de metal o madera en que está grabada, o desde la piedra litográfic­a en que está dibujada. Papel o tarjeta con una estampa. Estampa con una figura religiosa. Dibujo que ilustra una publicació­n.

Figura total de una persona o animal.

5. ConTaCTo

“A buscar un contacto con Trump como sea” ( Página/12). Del latín contactus. Acción y efecto de tocarse dos o más cosas. Conexión entre dos partes de un circuito eléctrico. Dispositiv­o para establecer un contacto en un circuito eléctrico.

eje 4. 1. 2. 2. 3.

Del latín axis. Varilla que atraviesa un cuerpo giratorio y le sirve de sostén en el movimiento. Idea fundamenta­l en un raciocinio. Tema predominan­te en un escrito o discurso.

3. Rol 2.

Del inglés role, papel de un actor, y éste del francés rôle. Papel (función que alguien o algo desempeña). Del cat. rol, y éste del latín tardío rotulus, ruedecita. Rolde o rollo. Lista.

1. 3. manada 2.

De mano y -ada. Hato o rebaño pequeño de ganado que está al cuidado de un pastor. Conjunto de ciertos animales de una misma especie que andan reunidos.

2. 2.

Estamos en una época de transición. Una época en que todos los estereotip­os de género tambalean

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