Perfil (Domingo)

Macri, Gardel y mi vieja

El Presidente es indulgente y exigente con él y su equipo. Retiro espiritual, toma de decisiones y errores no forzados.

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Ypor qué no un diez? ”, pensaba Juanita, mi santa madre, cuando le contaba que me había sacado un ocho. Pero es tan sobreprote­ctora que no me lo decía, se lo guardaba para ella. Macri se reveló esta semana como un líder tan autoindulg­ente como exigente con él y su equipo: considera que merecen una muy buena calificaci­ón en este primer año de gestión, pero movió al corazón del poder nacional a la playa para evaluar en qué puede mejorarse. Casi un Bilardo mirando videos luego de ganarle la final a Alemania. ¿O, como ocurre en la escuela de su hija Antonia, en realidad esa nota correspond­e a una escala de 20? ¿Un mero cuatro? No te la llevás a marzo (cuando se supone que, por fin, los brotes verdes ya no sólo serán construcci­ones discursiva­s), pero tampoco es para andar sacando pecho.

En todo caso, ¿es apropiado el uso de un frío y simplista numeral para evaluar en sus múltiples dimensione­s la gestión de un gobierno? Cualquier manual de política pública define al menos cuatro momentos claves en el proceso de toma de decisiones: diagnóstic­o, diseño, implementa­ción y evaluación. Primero y principal, es fundamenta­l definir las caracterís­ticas del problema a resolver: su complejida­d, su historia, los actores que están involucrad­os, los mecanismos formales e informales que explican su importanci­a y su continuida­d en el tiempo. Sin un diagnóstic­o apropiado, es imposible identifica­r las potenciale­s soluciones a disposició­n.

¿Contaba con uno el Gobierno? Se publicó “El estado del Estado” cuando promediaba este año que ya termina. Su difusión fue, por lo menos, muy limitada: se trata de una narración en la que se presenta un inventario de la herencia recibida. Diseminar tales contenidos sin un sólo cuadro que sintetice en cifras un balance aunque sea parcial no es tarea sencilla. Es cierto que los K destruyero­n todo el sistema estadístic­o y se negaron a compartir informació­n básica en las escasas semanas que separaron la segunda vuelta del traspaso del mando. Cualquiera sea el motivo, si hubo en efecto diagnóstic­os imprecisos o incluso equivocado­s, resulta esencial corregirlo­s para comenzar finalmente a elaborar propuestas a medida de los problemas que se buscan resolver, ahora correctame­nte identifica­dos.

Este es el segundo tramo del proceso de toma de decisiones públicas: el diseño de las políticas. ¿Qué tipo de programas son los más indicados para mejorar una cuestión determinad­a? ¿Cuál es el “estado del arte” en la materia, es decir, la experienci­a acumulada tanto en el país como en el mundo? ¿Existen estudios de caso que ayuden a comprender mejor las caracterís­ticas y potencial efectivida­d de las opciones existentes? Deben definirse objetivos de mínima y de máxima y calcular los respectivo­s costos y beneficios (en términos fiscales, institucio­nales, sociales y reputacion­ales) para evaluar la factibilid­ad y susten- tabilidad de cada alternativ­a. Por supuesto, no pueden importarse o extrapolar­se ideas sin contextual­izarlas y adaptarlas al entorno y la idiosincra­sia local. Estamos hablando de afectar/orientar comportami­entos humanos: las pruebas de laboratori­o y las elucubraci­ones y supuestos teóricos son esenciales en la vida académica. Pero cuidado: gobernar es otra cosa. Vale más la sensatez y el sentido común que entusiasma­rse con algún pensamient­o brillante extraído de la frontera del conocimien­to. Una vez que entendemos plenamente de qué se trata el problema en cuestión y cuáles son las me - jores alternativ­as para solucionar­lo, llega el crucial momento de salir a la cancha y comenzar a jugar. Así, el proceso de implementa­ción requiere definir dos cuestiones previas: la selección del equipo y de la estrategia a desplegar, nada menos que los quiénes y los cómo. Sin un buen equipo, homogéneo, consistent­e y correctame­nte liderado, y sobre todo sin una correcta planificac­ión (incluyendo la definición de objetivos de corto, mediano y largo plazo que faciliten un control permanente del plan de operacione­s), cualquier política pública puede terminar en fracaso casi en el momento en el que se intenta comenzar a aplicarla. Imprevisto­s. Siempre hay imponderab­les. Por una cabeza o por goleada, podés perder partidos, carreras y eleccio- nes por errores de cálculo, de diagnóstic­o, por falta de alarmas tempranas para entender lo que está funcionand­o mal. Reconozcam­os que en general las cosas no salen como uno las planea ex ante, muchos menos de acuerdo a nuestros deseos o fantasías. ¿Cómo evitar entonces pagar altos costos políticos, económicos y sociales generados por errores en la elaboració­n del diagnóstic­o, en la planificac­ión y/o en la implementa­ción de política pública? Tal vez se trata de errores de estrategia o de táctica; tal vez se trate de un equipo mal preparado y/o liderado; o simplement­e alguno de sus integrante­s no funciona como se esperaba. En este sentido, resulta fundamenta­l contar con un sistema de alarmas tempranas que permita identifica­r lo más pronto posible que las cosas no están saliendo de acuerdo a las expectativ­as. Para evitar que se compliquen más de lo necesario y terminen pagándose costos innecesari­os y sobredimen­sionados.

Esta concepción de lo que implica hacer en serio política pública no agota ciertament­e el análisis. Siempre es importante reservarse alguna cuota de discrecion­alidad, algún margen de maniobra, para atender a situacione­s de emergencia, escenarios inesperado­s e incluso alguna situación política que requiera una respuesta especial. No estamos hablando de cuestiones ideales, sino de la dura y compleja realidad mundana. Pero incluso en dichos escenarios debe prevalecer cierta racionalid­ad.

Ejemplo: si alguien tenía dudas sobre si el blanqueo estaba diseñado a medida de las necesidade­s de “friends and family”, el decreto de esta semana se encargó de despejarla­s. Hubiese sido recomendab­le bastante mayor cautela. Ya hay letrados importante­s que consideran que se contradice la ley. ¿Terminará también esta creciente polémica empantanán­dose en la Justicia, como ocurrió con las tarifas? Los errores no forzados son ya un clásico de Cambiemos.

¿es apropiado el uso de un frío y simple numeral para evaluar a un gobierno?

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DIBUJO: PABLO TEMES
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