Perfil (Domingo)

El boletín de Yrigoyen

Entre la autocalifi­cación del Gobierno y la realidad hay distancias. Los pasos en falso.

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Me pongo un 8”, dijo sin pestañear el presidente Mauricio Macri al calificar el resultado de su primer año de gestión. Al poco tiempo, y en el mismo tren, el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso PratGay, hizo referencia a dicha calificaci­ón, asegurando que “faltan sólo dos puntos para el 10 (sic)”. ¿De verdad creerán eso? Tras estas muestras de autoindulg­encia, vino el “retiro espiritual” del Presidente junto a sus ministros y secretario­s de Estado en Chapadmala­l, durante el que les fue posible hablar más francament­e sin el agobio que les producen cámaras y micrófonos. Es que los principale­s problemas por los que atraviesa la gestión del Gobierno corren al ritmo de los vaivenes que producen las penurias de una economía que no repunta. Los “brotes verdes” tienen el aire borgeano de “una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido”.

“Hay una gran diferencia cuando se pasa de los números prolijos en la planilla de cálculos al plano real, donde la variable gente y la variable política echan por tierra las estimacion­es más optimistas”, reflexiona un economista de consulta del Gobierno. El ajuste llegó pero los resultados positivos de ese “sinceramie­nto” aún no están a la vista. La verdad es que, en materia económica,el Gobierno está dando señales contradict­orias. Por un lado, mantuvo altas tasas de interés, pretendien­do que la gente consuma igual –los libros indican que cuando esto ocurre los resultados son exactament­e los opuestos–; por el otro, realizó una apertura de importacio­nes para intentar dominar la escalada de precios. A esto debemos sumarle la continuida­d del déficit fiscal debido a que el gasto público sigue alto porque no encuentran la forma políticame­nte viable de reducirlo.

Los desencuent­ros en materia económica acentúan la división entre los hombres del PRO de paladar negro y aquellos que están más abiertos a la inclusión de figuras periférica­s. Esa discusión sobrevoló el convite de Cambiemos en la costa argentina. Un hombre de confianza del círculo rojo lanzó una frase determinan­te por lo cruda y lo preocupant­e: “Hoy Mauricio, a un año de gobierno, tiene menos poder real que Cristina en el último mes de su mandato”. Es cierto que CFK tenía políticame­nte controlada­s ambas cámaras y un control férreo sobre los gobernador­es, que le temían y a quienes sometía a sus enojos y caprichos, con todo lo malo que ello fue. Macri carece de ese poder casi absoluto que tuvo CFK. El ejemplo más crudo es la cachetada al proyecto de reforma política que naufragó por obra de los caciques provincial­es, que son lo más viejo del Partido Justiciali­sta. A este paso, la billetera de Cambiemos está soportando la inexperien­cia política. Se juntan con los gobernador­es y entregan dinero, con los gremios y entregan dinero, con organizaci­ones sociales y entregan más plata... La lista sigue. La obsesión por alcanzar un fin de año en paz se está saliendo de control. Dos intendente­s del justiciali­smo describier­on la situación a la perfección: “Estamos en el mejor de los mundos. No tenemos problemas para hablar con Vidal, nos mandan obras, nos mandan plata y encima no nos piden lugares en las listas”.

En este contexto, las internas políticas dentro del Gobierno ya han superado a las que se expusieron en materia económica entre Prat-Gay y el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegg­er. Este último estuvo ausente en el encuentro en la costa para evitar cruces técnicos y discusione­s de política económica con el ministro de Hacienda. En Chapadmala­l hubo un claro pedido de Macri: “Que los ministros se focalicen a fondo y se mantengan al frente de la gestión”. Es la receta predilecta de Jaime Duran Barba. Hoy el único que parece tener conciencia de la situación es Emilio Monzó. Pide a gritos que se hagan esfuerzos por sumar aliados políticos entre tanta generosida­d. Hasta ahora, no lo han escuchado.

Entre quienes quieren profundiza­r el modelo amarillo puro, están a la cabeza el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y Duran Barba. Consideran que, apoyándose en la gestión, podrán abrirse camino en la selva. En la otra vereda está la mayoría –Monzó, Federico Pinedo, Cristian Ritondo, Hernán Lombardi, Diego Santilli y los radicales–, quienes, a pesar de tener menor poder, pugnan por sumar aliados con el objetivo de abrir el juego y contener el avance de Sergio Massa. Un analista fue todavía más duro: “En el primer grupo, al cual hay que agregar a Horacio Rodríguez Larreta, a Federico Salvai y a Miguel de Godoy, siguen creyendo que ganaron porque son buenos, honestos, y porque hicieron una buena campaña de redes sociales que supo transmitir de manera simple la idea del cambio”. En el segundo grupo, por contrapar tida, dicen otra cosa: “Muchachos –más allá de los aciertos de Duran Barba–, acá ganamos porque los demás se equivocaro­n. Así que: o abrimos el juego o nos complicamo­s”. Así están las cosas hoy, una verdadera discusión entre las opciones a seguir que se vio reflejada en el “retiro espiritual” a la hora de analizar la mejor forma de contener a los caciques del PJ y los gobernador­es díscolos. Un problema que hasta el momento –en cuestiones claves– no ha tenido solución.

La billetera de Cambiemos está soportando la inexperien­cia política

Más problemas. La prisión de Milagro Sala se ha convertido en un dolor de cabeza para el Gobierno, que, increíblem­ente, no lo advirtió. Las causas contra la líder de la Tupac Amaru abundan en evidencias. Las razones para su prisión preventiva indefinida, no.

El decreto de necesidad y urgencia (DNU) por el cual el Presidente modificó un artículo fundamenta­l de la ley que habilitó el blanqueo de capitales –medida moralmente siempre cuestionab­le– sigue produciend­o revuelo. No es cualquier artículo. Es el que había dejado excluidos a los familiares de vínculo directo –padre, madre, hijo, cónyuge– de la persona que se desempeña en un cargo público. Con ver todo el entramado familiar de la corrupción del kirchneris­mo –en el que abunda la participac­ión de hijos, tíos, primos, cuñados–, no hacen falta demasiadas explicacio­nes para comprender la importanci­a del artículo de marras.

¿A quién o a quiénes buscó beneficiar Macri con este DNU? ¿Por qué no lo hizo mediante un proyecto de ley, para que dicha modificaci­ón se hubiera discutido y tratado en ambas cámaras del Congreso? ¿Cómo evitar sospechar de la medida cuando el padre del jefe de Estado, Franco Macri, es investigad­o por el delito de evasión impositiva en el affaire de los Panamá Papers?

Estas cosas las hacía el kirchneris­mo. Cambiemos prometió otra cosa. ¡Inquietant­e!

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DIBUJO: PABLO TEMES
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