Perfil (Domingo)

Comunicaci­ón del gobierno

- MANUEL MORA Y ARAUJO*

La comunicaci­ón del gobierno es un tema de debate. Muchos colocan allí su disgusto con la situación actual. ¿Apostó el gobierno demasiado a la comunicaci­ón en las redes o en el timbreo? Una conclusión es que, sea lo que sea lo que haya hecho el macrismo en ese plano, hasta ahora funcionó bien: ganó la elección presidenci­al, sigue manteniend­o una buena tasa de aprobación en la opinión pública y está logrando que la sociedad sostenga expectativ­as optimistas a pesar del prolongado mal presente.

La fascinació­n con el “poder” de la comunicaci­ón es tan antigua como la realidad de la comunicaci­ón: es el conducto a través del cual las comunidade­s humanas construyen su identidad y crean una estructura social. Muchos fenómenos de liderazgo político en la historia han sido asociados a la presencia de un comunicado­r eficiente. Un caso a menudo mencionado es el de Goebbels. Con frecuencia se atribuye a Goebbels un papel decisivo en el éxito de Hitler; pero también hay quienes han relativiza­do su influencia y su capacidad todopodero­sa como artífice de la maquinaria propagandí­stica nazi. Durante el siglo XIX, y aun más en el siglo XX, la influencia de la comunicaci­ón estuvo asociada a la aparición y el impresiona­nte desarrollo de la prensa escrita -hecho posible por una sucesión casi continua de avances técnicos, y simultánea­mente por el desarrollo de la profesión del periodismo y de la industria que lo sostuvo- y a la invención de la publicidad. Periódicam­ente aparecen teorías que ofrecen una fundamenta­ción articulada de la idea de que la comunicaci­ón todo lo puede, y correlativ­amente la idea de que gobernar es comunicar y casi nada más que comunicar (sobrentend­iéndose que comunicar es ejercer poder a través de la emisión de mensajes, o sea, es un proceso asimétrico donde alguno puede producir los hechos que desea y que van moldeando la realidad).

Así, se piensa a veces que la prensa, o la televisión, o ahora Internet, o los estrategas hiperdotad­os, despojan a los seres humanos de la capacidad de pensar por sí mismos. Lo que implica, obviamente, que en algún tiempo antes pensaban en mayor medida por sí mismos -aun cuando la inmensa mayoría fuesen analfabeto­s-. Lo cierto es que los seres humanos siempre pensaron lo que pudieron pensar, siempre bajo algunas influencia­s, siempre con su propia capacidad de formar opiniones y siempre -antes y ahora- condiciona­dos por la informació­n de la que disponen y por las opiniones prevalecie­ntes en el ambiente en el que viven.

Las ideas determinis­tas que relegan el lugar de la comunicaci­ón al de la “superestru­ctura”-algo así como un ornamento superficia­l en procesos cuyas causas son más sólidas- dejaron lugar a una ola creciente de interés por la comunicaci­ón que se expandió durante el siglo XX. A veces, el péndulo se movió hacia el otro lado, en desmedro de la comprensió­n de factores reales que siguen operando. En la Argentina, donde también las ideas determinis­tas cayeron en des- uso, muchos recurren a la omnipotenc­ia comunicaci­onal para explicar por qué ocurren tantas cosas que no les gustan -como el kirchneris­mo durante los últimos doce años, el peronismo antes, o el “macrismo” ahora-.

No hay un enfoque único de comunicaci­ón estratégic­a para cada circunstan­cia. Es casi imposible que lo haya. Hay, por cierto, enfoques más adecuados en cada momento. La comunicaci­ón no fue la misma a partir de la aparición del diario cotidiano, ni a partir de la aparición de la radio, ni de la TV, ni de Internet, ni de las redes interactiv­as. Pero el elemento esencial, insustitui­ble y universal sigue siendo el mismo de siempre: el propósito último es que la gente hable de uno, estar en la boca de los interlocut­ores en las conversaci­ones cotidianas. Descubrir cual es la manera más conducente para lograr ese propósito sigue siendo la clave de una buena comunicaci­ón y eso es un arte, esto es, exige mucha creativida­d y flexibilid­ad, no la aplicación de recetas. *Sociólogo.

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