Perfil (Domingo)

El Kremlin y las elecciones en EE.UU.

- JOSEPH NYE*

La intervenci­ón de Rusia en las elecciones estadounid­enses de 2016 fue un punto de inflexión. Ante las próximas elecciones en varias democracia­s occidental­es, los analistas estarán muy atentos.

A principios de noviembre, el presidente estadounid­ense Barack Obama supuestame­nte se puso en contacto directo con el presidente ruso Vladimir Putin para adver tirle sobre los ciberataqu­es rusos dirigidos a las elecciones presidenci­ales de EE.UU. El mes anterior, el director de Inteligenc­ia Nacional, James Clapper, y el secretario de Seguridad Interior, Jah Johnson, acusaron públicamen­te a las más altas autoridade­s rusas de usar ciberataqu­es para “interferir con el proceso electoral estadounid­ense”.

Pasadas las elecciones del 8 de noviembre, no han surgido evidencias firmes de interferen­cias o hacking de las máquinas de votación u otros aparatos electorale­s. Pero en unas elecciones que dependiero­n de 100 mil votos en tres estados clave, algunos observador­es argumentan que la interferen­cia cibernétic­a rusa puede haber tenido efectos significat­ivos en el proceso político.

¿Es posible impedir en el futuro un comportami­ento ruso de este tipo? La disuasión depende siempre de qué y a quién se intente disuadir.

Irónicamen­te, disuadir a los estados para que no recurran a la fuerza puede ser más fácil que convencerl­os de no emprender acciones que lleguen a ese nivel. Probableme­nte se ha exagerado la amenaza de un ataque sorpresa como un “Pearl Harbor cibernétic­o”. Las infraestru­cturas esenciales, como la electricid­ad o las comunicaci­ones, son vulnerable­s, pero es probable que los actores estatales principale­s estén limitados por la interdepen­dencia. Y Estados Unidos ha dejado en claro que la disuasión no se limita a las represalia­s cibernétic­as (aunque son posibles), sino que pueden apuntar a otros sectores con las herramient­as que escoja, como acusacione­s públicas, sanciones económicas y armas nucleares.

Estados Unidos y otros países, entre ellos Rusia, han acordado que en el ciberespac­io también son válidas las leyes aplicables a los conflictos armados. El hecho de que una ciberopera­ción se considere un ataque armado depende de sus consecuenc­ias, más que de los instrument­os utilizados. Tendría que causar destrucció­n de la propiedad y lesiones o muerte a las personas.

Pero, ¿qué ocurre si las operacione­s de disuasión no equivalen a un ataque armado? Existen áreas grises en las que objetivos importante­s (por ejemplo, un proceso político libre) no tienen una importanci­a estratégic­a equivalent­e a la red eléctrica o el sistema financiero. Destruir estos últimos puede dañar vidas y propiedade­s, mientras que la interferen­cia con lo primero amenaza valores políticos profundame­nte arraigados.

En 2015, un grupo de expertos de gobierno de las Naciones Unidas (incluidos Estados Unidos, Rusia, China y la mayoría de los Estados con capacidade­s cibernétic­as importante­s) acordaron como norma no atacar instalacio­nes civiles en tiempos de paz. Fue un acuerdo apoyado por los países del G20 en su cumbre realizada en Turquía en noviembre de ese año. Cuando al mes siguiente un ciberataqu­e anónimo interfirió la red eléctrica ucraniana, algunos analistas sospecharo­n que el gobierno ruso usó armas cibernétic­as en su guerra híbrida contra Ucrania. De ser cierto, significar­ía que Rusia había violado el acuerdo que acababa de firmar.

Pero, ¿cómo interpreta­r la conducta rusa con respecto a las elecciones estadounid­enses? Según autoridade­s de EE.UU., las agencias de inteligenc­ia rusas hackearon las cuentas de correo electrónic­o de importante­s cargos del Partido Demócrata y entregaron a WikiLeaks material para difundir poco a poco a lo largo de la campaña, asegurando así un flujo constante de noticias adversas a Hillary Clinton.

Esta supuesta alteración rusa de la campaña presidenci­al demócrata cayó en una zona gris que se podría interpreta­r como una respuesta propagandí­stica a la proclamaci­ón por Clinton en 2010 de una “agenda por la libertad” para internet, en represalia por lo que las autoridade­s rusas considerar­on como comentario­s críticos a la elección de Putin. Sea cual fuere el motivo, pareció un intento de distorsion­ar el proceso político estadounid­ense, precisamen­te el tipo de amenaza política no letal que se querría desalentar en el futuro.

La administra­ción Obama había intentado con anteriorid­ad clasificar la gravedad de los ciberataqu­es, sin sortear las ambigüedad­es de estas zonas grises. En 2016, Obama se enfrentó a complicada­s opciones al estimar el potencial de in- tensificac­ión gradual de responder con medidas cibernétic­as o con una respuesta más transversa­l, como las sanciones. La administra­ción no quería tomar medidas que por sí mismas distorsion­aran las elecciones. Así que, ocho días antes de las elecciones, Estados Unidos advirtió a Rusia sobre la interferen­cia en las elecciones a través de una línea directa (creada tres años atrás para manejar incidentes importante­s en el ciberespac­io) que conecta los centros de reducción de los riesgos nucleares de ambos países.

Puesto que la actividad de hackeo de Rusia pareció reducirse o detenerse, la administra­ción Obama consideró la advertenci­a como un ejercicio exitoso de disuasión, pero algunos críticos señalan que los rusos ya habían logrado su objetivo.

Tres semanas después de las elecciones, la administra­ción señaló que seguía confiada en la integridad general de la infraestru­ctura electoral estadounid­ense y que, desde la perspectiv­a de la seguridad cibernétic­a, las elecciones eran libres y abiertas. Pero las autoridade­s de inteligenc­ia siguieron investigan­do el impacto de una campaña de guerra informativ­a de los rusos, en la que se difundían noticias falsas sobre Clinton con la aparente intención de influir sobre los votantes. Muchas de ellas se originaban en RT News y Sputnik, dos medios de prensa financiado­s por el Estado ruso. ¿Se debía tratar esto como propaganda o como algo nuevo?

Varios críticos creen que el nivel de intervenci­ón del Estado ruso en el proceso electoral estadounid­ense de 2016 ha cruzado un límite y no se debe descartar como una forma de conducta de zona gris tolerable. Han instado a la administra­ción Obama a ir más allá en sus denuncias, dando una descripció­n pública más extensa de lo que la inteligenc­ia estadounid­ense sabe sobre la conducta rusa, e imponiendo sanciones financiera­s y de viajes contra las autoridade­s rusas de alto nivel que se identifiqu­en. Sin embargo, otras autoridade­s estadounid­enses son reticentes a poner en riesgo los medios de inteligenc­ia utilizados para la atribución, y tienen recelos de que se produzca una escalada.

La intervenci­ón de Rusia en las elecciones estadounid­enses de 2016 fue un punto de inflexión. Ahora que se aproximan importante­s elecciones en varias democracia­s occidental­es, los analistas estarán muy atentos a las lecciones que el Kremlin pueda haber aprendido de ella. Según la CIA, está comprobado que el ruso ayudó a Donald. *Ex subsecreta­rio de Defensa norteameri­cano. Profesor en la Universida­d de Harvard. Copyright Project-Syndicate.

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