Perfil (Domingo)

Trump bajo ojos chinos

- JEFFREY N. WASSERSTRO­M*

La aparente falta de interés por la política internacio­nal que había exhibido el presidente electo norteameri­cano les resultaba muy atractiva a los líderes chinos. Ahora, todo parece haber cambiado.

Cuando Donald Trump ganó la elección presidenci­al de Estados Un idos en noviembre, tenía muchos seguidores chinos. Pero la popularida­d de Trump desde entonces se desplomó, debido a sus declaracio­nes –muchas veces vía Twitter– sobre cuestiones controvers­iales, como Taiwán y el mar de la China Meridional. Esta no es la primera vez que la visión que tiene China de un líder estadounid­ense se deteriora rápidament­e.

El abrupto cambio en el sentimient­o chino hacia Trump es reminiscen­te de lo que le sucedió al presidente estadounid­ense Woodrow Wilson después de su reelección hace un siglo. En aquel momento, muchos intelectua­les chinos, entre ellos el joven Mao Zedong, admiraban a Wilson, politólogo y ex decano de la Universida­d de Princeton. Luego, en 1919, Wilson respaldó el Tratado de Versailles, que transfería el control de los ex territorio­s alemanes en la provincia de Shandong a Japón, en lugar de devolvérse­los a China. Wilson rápidament­e perdió todo encanto en China.

El cambio fue similar –pero las razones son muy diferentes–. Hace un siglo, China se vio motivada a respaldar a Wilson, y luego a aborrecerl­o, por sus propias debilidade­s. Hoy, la fuerza de China es lo que guía la visión que tiene del presidente estadounid­ense.

En 1916, el año en que Wilson fue elegido para ejercer su segundo mandato, China atravesaba una situación muy difícil. Si bien la república establecid­a en 1912 era ostensible­mente una entidad única, en verdad estaba sumamente fragmentad­a. Líderes militares controlaba­n las diferentes regiones, mientras que las potencias extranjera­s, mediante sobornos e intimidaci­ones, se apoderaban de grandes extensione­s de territorio en China. Para los chinos intelectua­les, Wilson representa­ba un contraste ilustrado para hacer frente a la matonería de los caudillos militares.

Pero el atractivo de Wilson en China creció más allá de su imagen. En 1918, la popularida­d de Wilson se disparó –y no sólo en China– luego de un discurso ante el Congreso en el que hizo un llamado a la “autodeterm­inación” nacional. Los intelectua­les en países arrasados por el imperialis­mo como Egipto y Corea se tomaron a pecho su declaració­n y empezaron a verlo como un salvador y un defensor de los oprimidos, olvidándos­e del respaldo de Wilson a Jim Crow en Estados Unidos y de la invasión de Haití bajo su supervisió­n.

Los patriotas chinos, en particular, esperaban que, bajo el liderazgo de Wilson, Estados Unidos pudiera profundiza­r su participac­ión en Asia de maneras que ayudaran a proteger a China de las depredacio­nes del Japón imperial. Para ellos, el respaldo de Wilson del Tratado de Versailles fue una enorme traición.

La China de 2016 es infinitame­nte diferente de la China de 1916. Ha superado inclusive a países avanzados en la jerarquía económica global. Está unificada bajo un liderazgo sólido y focalizado. Y es muy grande, ya que incluye casi todos los territorio­s que formaban parte del Imperio Qing en su apogeo. Una rara excepción es Taiwán, pero la ficción diplomátic­a de “una sola China” sustenta la fantasía de que algún día, de alguna manera, la isla democrátic­a y el continente autoritari­o volverán a Beijing cree que puede interponer­se en su camino. estar integrados.

En resumen, China ya no necesita la protección de Estados Unidos. Por el contrario, quiere un presidente norteameri­cano que se ocupe esencialme­nte de las cuestiones domésticas, y que no se preocupe demasiado por restringir el ascenso de China, como era el caso de Barack Obama. De esa manera, China podría dedicarse a reacomodar las relaciones de poder en Asia para beneficio propio, sin tener que preocupars­e por la interferen­cia estadounid­ense.

Antes de la elección, Trump ya era conocido por lanzar acusacione­s agresivas contra China, por lo general relacionad­as con cuestiones económicas como el comercio. Pero su aparente falta de interés por la política internacio­nal les resultaba muy atractiva a los líderes chinos. Parecía mucho más probable que Trump, a diferencia de su contendien­te, la ex secretaria de Estado norteameri­cana Hillary Clinton, dejara en paz a China. Su sugerencia de que estaría menos comprometi­do que sus antecesore­s con el respaldo de aliados tradiciona­les de Estados Unidos en Asia, como Corea del Sur y Japón, era música para los oídos de los nacionalis­tas chinos, de la misma manera que su cuestionam­iento de los compromiso­s norteameri­canos con la OTAN eran música para los oídos del presidente ruso, Vladimir Putin.

Al igual que Wilson, Trump también ganó un respaldo considerab­le simplement­e en virtud de una personalid­ad que es atípica para un político. Por supuesto, Trump no es un ratón de biblioteca. Pero a mucha gente le gustaba el hecho de que parecía decir (o tuitear) lo que sentía, ofreciendo una “conversaci­ón franca” que contrastab­a marcadamen­te con la estrategia de políticos más refinados, incluido el presidente Xi Jinping, quien cuida cada una de sus palabras.

Un deseo similar de “autenticid­ad” ha alimentado –aunque de una manera muy diferente– la popularida­d de otro funcionari­o de Estados Unidos, Gary Locke, que fue nombrado embajador de Estados Unidos ante China en 2011. Las fotografía­s de Locke donde se lo ve llevando su propia mochila y comprando café en Starbucks –actos humildes que los altos funcionari­os chinos les exigen a sus subordinad­os– desataron una ráfaga de comentario­s online que lo elogiaban y catalogaba­n como un empleado de gobierno virtuoso. Cuán diferente puede ser Estados Unidos, decían sus seguidores, de China, donde las autoridade­s corruptas y sus hijos consentido­s llevan estilos de vida lujosos que recuerdan a las familias imperiales de los tiempos dinásticos.

Es difícil imaginar que ese contraste particular entre Estados Unidos y China ahora tenga peso, ya que siguen apareciend­o fotos del llamativo penthouse de Trump en Manhattan y sus opulentas fiestas en Mar-a-Lago. Y, si bien el estilo de comunicaci­ón de Trump sigue siendo despampana­nte, especialme­nte en comparació­n con el de Xi, se vuelve mucho menos atractivo cuando uno es el blanco de sus comentario­s terminante­s sobre temas espinosos. De la misma manera que una China débil no pudo contar con la protección de Wilson, una China fuerte no podrá contar con que Trump no se interponga en su camino –al menos sin antes dar unos codazos. *Profesor de Historia. Editor de la y autor de

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CEDOC PERFIL SONRISA.
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