Textos recuperados
Revista Centro Selección y prólogo: Miguel Vitagliano Género: ensayo Editorial: EUFyL, $ 280
Esta publicación condensa una serie de artículos que Revista Centro supo elaborar entre 1951 y 1959. La selección y prólogo corresponden a Miguel Vitagliano que, acertadamente, coloca en contexto esta expresión del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA. De manera inevitable, la puesta en marco comete el rito endogámico de la referencia en los índices históricos, como si la articulación de tantas visiones respecto a la literatura (y la política, también la cultura), negara su responsabilidad al círculo que traza; uno que podría ser de tiza, pero resulta difuso y hasta intencionado. Es que Oscar Masotta, a la sombra de Carlos Correas, también publica allí e insiste con eso de ser valorado, tener prestigio. Todos los involucrados lucen ansiosos y desesperados por el reconocimiento. Pero veamos cómo: eran jóvenes y bastante desprolijos, en todo sentido.
De David Viñas leemos dos textos. Uno narrativo,
imitando a Walsh, que no aprobaría corrección alguna. El otro es sobre tres escritores: Bernardo Verbistky, Onetti y José Bianco. En el primero Viñas encuentra “mesianismo”, algo evidente. Al segundo refiere altibajos en la prosa, cuando él no puede sostener un relato. Al tercero acusa de vedar lo primordial. Un artilugio reflejo de su ansia. Lo mismo con Masotta, lo bien que hizo en abandonar la narrativa, su texto no llega ni a infantil.
El conjunto huele a cala abandonada en una tumba. A su pesar, lo interesante es quiénes se destacaban como genios compactos: Ramón Alcalde, Tulio Halperin Donghi, Noé Jitrik y Jaime Rest. A los demás se los llevó el viento desértico, salvo a Correas quien dispuso en qué momento terminar con la tortura de la existencia.
Esta revista fue secuestrada por el relato de Correas publicado bajo el título “La Narración de la Historia”, acusado de pornográfico como
Lolita de Nabokov, editado por Sur en el mismo año (traducción de Enrique Pezzoni bajo seudónimo) y cuyos ejemplares desaparecieron incautados de las librerías. En sí, la Inquisición argentina practicaba con las páginas lo que realizaría 15 años después con los cuerpos.