Perfil (Domingo)

Déjà-vu (parte II)

- ROBERTO GARCíA

En el final de la columna de ayer (e.perfil. com/deja-vui) se prometía para hoy el relato acerca de cómo Carlos Melconian ya había sido condenado por el Gobierno al menos tres veces en el último año y medio, antes de que Mauricio Macri lo despidiera formalment­e de la presidenci­a del Banco Nación.

Su primer traspié ocurrió al disputar en público con Macri por la salida del cepo cambiario: el candidato entonces anunciaba que sería de inmediato (alentado por Prat-Gay y Sturzenegg­er), y Melconian considerab­a que la salida iba a ser progresiva. Se permitió alguna insolencia adicional. Para Macri fue una ofensa, le pidió que se corrigiera y el profesiona­l contestó: no puedo expresar lo que no creo. El ingeniero replicó: ahora no me traigas más los informes, pasáselos a Nicky (Caputo).

Hombre de Valentín Alsina, Melconian descubrió que nunca sería el ministro de Economía de Macri. Un sino malogrado: no pudo ser con Menem, tampoco con Duhalde, menos con Néstor. Para colmo, fue un éxito la salida ipso facto del cepo.

El segundo episodio condenator­io se registró con otro miembro del Gobierno. El mandatario le sugirió a Melconian que asesorara como docente, desde el Banco Nación, al vicejefe de Gabinete Mario Quintana. La propuesta o instrucció­n no entusiasmó al economista, debía suponer que ya había gastado sus enseñanzas con su ahora presidente. Ese desaire también afectó a Quintana, quien manifestó especial satisfacci­ón cuando le tocó despedir a Melconian. Casi el mismo orgasmo silencioso de Marcos Peña al echar a Prat-Gay.

Faltaba un tercer caso de controvers­ia. Como titular del Banco Nación, Melconian estampó un acuerdo salarial con el gremio de doble efecto contra los intereses de la Casa Rosada: cerró un porcentaje que supera las expectativ­as inflaciona­rias oficiales y, al mismo tiempo, le otorgó más poder a Melconian se despidió del Banco Nación entre sollozos. Sergio Palazzo, un sindicalis­ta de origen radical indignado por haber sido excluido de la conducción cegetista y de sus entendimie­ntos con Macri. Al extremo que abjura también de la UCR asociada al Gobierno y, vía Leopoldo Moreau, se asoció a Cristina de Kirchner en ciega beligeranc­ia. Para la fantasía del becerro de oro de Vaca Muerta como en tiempos de Cristina, al convenio no firmado con los petroleros por la flexibiliz­ación laboral y que la relación con Donald Trump será próspera y convenient­e. Si así fuera, Macri habría enviado a alguien más significat­ivo que su embajador a la jura en Washington y el nuevo presidente norteameri­cano no habría dicho que la Argentina, Brasil y la India son naciones con poco interés para la inversión. Otro déjà-vu.

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