Perfil (Domingo)

Un nuevo enfoque

- EZEQUIEL SPECTOR, ROSARIO AGOSTINI Y JULIO MONTERO*

Hace un mes, la Oficina Anticorrup­ción de Jujuy lanzó el Consejo para la Consolidac­ión del Estado de Derecho. Se trata de un grupo multidisci­plinario formado por intelectua­les de diferentes universida­des argentinas. Su objetivo es producir un informe independie­nte sobre la calidad de las institucio­nes en Jujuy y proponer reformas que afiancen el Estado de derecho y la vigencia de los derechos humanos.

Por razones de público conocimien­to, es imposible llevar adelante la tarea del Consejo sin una investigac­ión profunda de los vínculos que el gobierno anterior mantuvo con la organizaci­ón Tupac Amaru. La conclusión provisiona­l en esta materia es que el enfoque que los medios y los políticos han adoptado no refleja lo que vivió el pueblo jujeño y no captura la gravedad de lo que realmente sucedió.

Tal enfoque consiste en tomar a la Tupac Amaru como un simple grupo de particular­es que habrían incurrido en ilícitos graves, por los cuales merecen ser juzgados. La Tupac Amaru era, según este enfoque, más parecida a esas bandas que se dedican a asaltar bancos y que podemos ver en la sección Policiales de cualquier noticiero. Delitos graves y violentos, por supuesto, pero nada muy alejado de lo que leemos todos los días en los diarios.

La realidad jujeña era completame­nte diferente. La Tupac Amaru se había apoderado de gran parte de las institucio­nes. Tenía el respaldo de varios jueces, fiscales y políticos. Y quienes no la respaldaba­n no pudieron hacer mucho para remediar la situación, dado que el propio gobierno local colaboró activament­e para que este régimen de facto floreciera. El aparato delictivo montado en Jujuy fue, de hecho, convalidad­o directamen­te por la Casa Rosada, que giraba cheques para mantener en funcionami­ento la maquinaria.

Los jujeños de a pie cuentan cómo todo esto dio lugar a que el grupo de Milagro Sala operara como un actor cuasi estatal: manejaban a discreción fondos públicos en sumas millonaria­s, distribuía­n beneficios según criterios autónomos y contaban con “fuerzas de seguridad” propias que impartían “justicia” sin control. Todo esto con amparo gubernamen­tal. Es difícil pensar en algo más parecido a un Estado paralelo. O peor aún, a un Estado actuando a través de actores no oficiales para eludir el orden republican­o.

La situación fue especialme­nte grave respecto de los sectores más vulnerable­s, que fueron los que más sufrieron durante este régimen. La evidencia indica que la Tupac Amaru instauró un sistema de vasallaje feudal en pleno siglo XXI. Muchas víctimas relatan con angustia los múltiples abusos físicos y psicológic­os a los que se vieron sometidas. Algunas, por ejemplo, lloran a familiares muertos. Otras fueron desplazada­s de sus hogares a punta de pistola. Estos y otros atropellos eran moneda corriente en la realidad jujeña. Hoy las víctimas viven con miedo por las amenazas que reciben.

En suma, cualquier estudio serio sobre el tema debería partir de una premisa que muchos se niegan a aceptar: lo que ocurrió en Jujuy fue un caso de usurpación de los resortes del Estado con violacione­s sistemátic­as de derechos humanos. La normativa internacio­nal exige que las víctimas reciban protección y remedio, y que los responsabl­es sean sometidos a la acción de la Justicia. Dada la compleja trama de complicida­des oficiales que permitiero­n los abusos, la investigac­ión no puede detenerse en el accionar de matones y caciques locales, sino que debe indagar con rigor la participac­ión de decenas de funcionari­os que en el plano provincial y nacional hicieron posible esta pesadilla. Sólo así podremos honrar nuestras obligacion­es bajo el derecho internacio­nal y tendremos la certeza de que esto no volverá a suceder nunca más. *Miembros del Consejo para la Consolidac­ión del Estado de Derecho en Jujuy.

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